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La inestabilidad en los Balcanes amenaza con convertirse en el próximo dolor de cabeza para Trump

Andrew MacDowall

Kosovo Norte y el Valle de Preševo —

En las derruidas calles y plazas de Mitrovica del Norte (Kosovo) un rostro familiar sonríe desde las vallas publicitarias. “¡Los serbios siempre lo apoyaron!”, dice el eslogan en inglés bajo la imagen de un gigantesco Donald Trump que observa a los peatones.

Muchos habitantes de esta ciudad de Kosovo con mayoría serbia piensan así. En líneas generales, los serbios quedaron encantados con el triunfo de Trump en las elecciones, aunque solo fuera porque derrotó a la esposa de Bill Clinton, su archienemigo durante la década del 90, cuando lideró los bombardeos de la OTAN contra las fuerzas serbias en Bosnia y Kosovo.

La península de los Balcanes está una vez más al borde del conflicto: se cuestionan fronteras, resurgen las tensiones étnicas y ya hay quien habla de intercambiar tierras como último recurso para evitar un recrudecimiento de la violencia. Olvídense de China y Oriente Medio: la exYugoslavia todavía podría aflorar como el verdadero primer dolor de cabeza en la política exterior de Trump.

La polémica en enero por un tren serbio que viajaba hacia Mitrovica completamente cubierto con el eslogan “Kosovo es Serbia” (en varios idiomas) precipitó la peor crisis de la región en años. En la mayor parte de Kosovo predomina la etnia albanesa, el 90% de la población. Aunque detuvieron el tren fuera de Kosovo, dos países miembros de la OTAN, Croacia y Albania, pidieron a la alianza que revise el plan para mantener la paz en Kosovo. El presidente serbio, Tomislav Nikolić, ya ha dicho que tanto él como sus hijos se levantarían en armas personalmente si vieran amenazadas las vidas de los serbios de Kosovo.

Según la jefa de la oficina administrativa del Mitrovica del Norte, Adrijana Hodžić, “toda esta tensión no tiene nada que ver con los ciudadanos”. “En el norte de Kosovo todavía existe la esperanza de que se puede vivir sin miedo. Personalmente, yo ya estoy más que harta de Pristina y de Belgrado, donde los altos funcionarios nos convierten en víctimas”.

Luego está Bosnia. Después de una guerra de tres años en los noventa quedó dividida en dos entidades federales (una serbia, la República Srpska; y otra bosnio-croata, la Federación de Bosnia-Herzegovina) y nunca logró recuperarse del todo. La República Srpska amenaza una y otra vez con un referéndum por su independencia, y algunos bosnios serbios han amenazado con boicotear instituciones del gobierno central después de que Sarajevo criticara el fallo de la Corte de Justicia Internacional por el que Serbia quedaba absuelta de complicidad en el genocidio ocurrido durante la guerra de 1992-1995.

Por otro lado está Montenegro, donde a finales del año pasado hubo una convulsión política tremenda cuando el gobierno acusó a instituciones rusas de intentar orquestar un golpe de estado.

Por último, Macedonia, la que se sitúa más al sur de las exrepúblicas yugoslavas, que lucha para formar un nuevo gobierno, después de una extendida crisis política que inquieta cada vez más a la etnia albanesa. Macedonia volvió al centro de la atención cuando un congresista cercano a Trump sugirió que el país debía ser desmantelado y dividido entre sus vecinos. “Macedonia no es un país. Lo lamento, no es un país”, dijo a principios de mes Dana Rohrabacher, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Congreso que en varias ocasiones ha defendido a Vladímir Putin, provocando airadas respuesta desde Skopie, la capital macedonia.

Según Belgzim Kamberi, activista de derechos humanos de etnia albanesa y miembro del partido radical de Kosovo (Vetëvendosje), “la situación es catastrófica”. “Casi dos décadas después de la guerra, esto no es paz; el tema de los albaneses y los serbios no está terminado en los Balcanes; es como Israel y Palestina, pero en Europa”.

Intercambio de tierras

Como de costumbre, la región no solo sufre por sus propias fricciones internas. También, por factores externos. Paralizada por sus propios problemas existenciales, la Unión Europea (UE) ha perdido interés en expandirse hacia los Balcanes Occidentales; el enfoque de la Administración de Trump aún no está claro; y Rusia intenta proyectar su poder en una región que considera que está en su área de influencia.

Kosovo sigue siendo el crisol. Declaró su independencia de Serbia en 2008 pero Belgrado nunca lo reconoció. En 2013, un acuerdo en el que la UE hizo las veces de intermediaria prometía acelerar los pasos para admitir a Serbia dentro de la comunidad europea y acercar a Kosovo a una posible candidatura. Pero ahora la UE tiene otras crisis entre manos. Y las divisiones incongruentes son más palpables que nunca.

Las calles están llenas de banderas serbias en el norte de Kosovo. La moneda es el dinar serbio, las empresas públicas serbias proveen muchos de los servicios y el idioma que se habla en las calles es, por lo general, serbio. Los coches circulan sin matrícula (los que tienen matrícula oficial de Kosovo se la quitan cuando llegan al norte). En cambio, en la parte sur de Mitrovica, al otro lado del río Ibar, la población es casi completamente albanesa, y la administración de la ciudad se hace por separado.

“Si trajeras a alguien aquí, a la parte norte de Mitrovica, dirían que esto es más Serbia que Kosovo, que es algo falso”, explicó Hodžić, de la oficina administrativa del Mitrovica del Norte. “No estoy segura de que sea sostenible a largo plazo”.

Según Hodžić, la región podría estar mejor si se hubiera discutido un intercambio de territorio tras la guerra de 1999, cuando comenzaron las negociaciones por Kosovo. Ahora, algunos analistas plantean nuevamente la idea de un intercambio: dejar Mitrovica del Norte en manos de Serbia a cambio de dar a Kosovo el Valle de Preševo, poblado mayormente por albaneses. “Ahora tendremos que elegir entre muchas opciones malas”, resumió Hodžić.

A pesar del simbolismo nacionalista, los lugareños no tienen ganas de entrar en conflicto. Muchos expresan la impotencia que sienten frente a las maquinaciones geopolíticas de las grandes potencias.

Según el conductor de ambulancia retirado Vukoje Utvic, de 74 años, “los serbios y los albaneses son los menos culpables, los políticos se metieron en medio de la gente”. “Hemos visto demasiadas guerras”.

Los diplomáticos en la región también restan gravedad al conflicto, aunque les preocupa que los políticos acentúen las tensiones para obtener réditos y desviar la atención sobre las políticas internas. Según un diplomático occidental con experiencia en la zona, “solo hay un posible impulsor de que se modifiquen las fronteras, Rusia, a quien tampoco le encanta la idea”. “No estoy seguro de que los nuevos estados puedan defender los territorios que reclamarían”, dijo.

“No ocurrirá lo mismo que en 2004”

En su opinión, no hay que temer “que ocurra lo mismo que en 2004, cuando los disturbios generalizados y los ataques a los serbios en Kosovo dejaron como saldo casi 30 muertos”. “Todos están comprometidos con el diálogo en Bruselas. Modificar las fronteras no es una opción. Dicho esto, la gente pensaba lo mismo en Bosnia justo antes de la guerra, y uno se pregunta si no estamos pasando algo por alto”.

Los diplomáticos describen el 2017 como un “año de pesadilla” para hacer política en la región, debido a los comicios en Serbia, la creciente posibilidad de elecciones anticipadas en Kosovo y el comienzo de las maniobras políticas con vista a las de Bosnia el próximo año. También se esperan las primeras acusaciones del nuevo tribunal especializado en La Haya para juicios por supuestos delitos cometidos por el Ejército de Liberación de Kosovo, de etnia albanesa, que podrían implicar a altos miembros de la élite política del territorio, otra chispa de inestabilidad lista para estallar.

La sugerencia de un intercambio de tierras ha vuelto a centrar la atención sobre Preševo, una pequeña ciudad empobrecida del sur de Serbia poblada principalmente por albaneses, donde los pastores pacen ovejas en las colinas que caen justo sobre la plaza principal.

En 2001, el Valle Preševo, que incluye los municipios vecinos de Bujanovac y MedveÄ‘a, fue el centro de un conflicto entre las autoridades serbias y los rebeldes albaneses que habían tomado el control de algunas partes tras la guerra de Kosovo (1998-1999). En la ciudad de Kumanovo, a 32 kilómetros de la frontera con Macedonia, un tiroteo entre guerrilleros de etnia albanesa y las fuerzas de seguridad locales dejó como saldo 18 muertos en 2015.

Pero el moderado alcalde de Preševo desde el año pasado, Shqiprim Arifi (de etnia albanesa), insiste en que no se volverá a los cambios de frontera y a las guerras del pasado. Nacido y criado en Alemania, Arifi explica que le votaron para quitar al alcalde anterior que exigía a Preševo unirse a Kosovo y mostraba una actitud hostil hacia Belgrado. Arifi está centrado en comunicarse con las autoridades serbias para abordar el 70% de desempleo y el pésimo estado de los servicios públicos en su municipio.

“No queremos cambiar las fronteras”, dijo Arifi al periódico the Guardian desde su oficina en el edificio municipal, donde tiene un pequeño busto de Skenderbeg (héroe nacional de Albania). “No es beneficioso para la región ni para los albaneses. Modificar una frontera es abrir la caja de Pandora y provocar una reacción en cadena: Bosnia, Kosovo, Macedonia, Kurdistán. La única opción que tenemos es mantenernos unidos dentro de la UE”.

En la puerta del edificio municipal, una corona de flores recuerda a los combatientes de 2001: “Alabados sean los mártires nacionales en todo el territorio albanés”, dice el texto que la acompaña. La corona está reemplazando a un gran y polémico monumento en recuerdo de la guerra que la policía serbia retiró en 2013 bajo una extrema vigilancia.

En las calles de Preševo, el apoyo a la unión entre Albania y Kosovo es silencioso. Predomina entre los jóvenes. “Todas las personas quieren ser parte de su propia nación, quieren vivir juntos y, con el tiempo, lo lograremos. Pero eso ya no puede suceder sin usar armas. Si fuera posible sin guerra, ya hubiera sucedido a esta altura”, explica Drita Murtezi, de 24 años, desempleada y graduada en psicología de la Universidad de Tetovo (Macedonia), en la que se habla albanés.

En una cafetería de la plaza, llena de chucherías y con el sonido estridente de la música house, el activista de derechos humanos de etnia albanesa Kamberi gesticula con un cigarrillo apagado mientras habla a favor de una Albania unida. “Si le temes a la guerra, no progresas”, asegura Kamberi. “Debemos ser pacíficos, pero no pacifistas”.

Traducido por Francisco de Zárate