Por primera vez en los dos años que han pasado desde que el líder del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, proclamó la existencia de un “califato islámico” extendido por Siria e Irak, el grupo yihadista está en riesgo real de perder buena parte del territorio que conserva.
Cuatro bastiones del ISIS –dos en Siria y dos en Irak– están ahora sufriendo un ataque coordinado, y en todos los casos los militantes que los defienden tienen dificultades para contener asaltos bien organizados y con recursos, que han sido planeados a lo largo de varios meses.
Los ataques cuentan con el firme apoyo de Estados Unidos, que ha reforzado desde abril su campaña para “destruir y degradar” a la organización terrorista en su feudo declarado del Este de Siria y el Oeste de Irak. Un proyecto de dos años de duración, que algunos aliados y otros países han criticado porque lo consideraban demasiado limitado y prudente, tiene ahora fuerza militar.
En Irak, un ataque contra Faluya, donde el ISIS ha estado refugiado desde enero de 2014, ha entrado en su segunda semana. En el Norte, el bastión de Mosul, clave para el destino del grupo terrorista, parece ahora menos formidable tras un ataque peshmerga desde el Este. El fin de semana pasado, mientras la atención estaba en Faluya, las fuerzas kurdas tomaron nueve pueblos que hasta entonces habían estado sin fisuras en manos de los yihadistas.
En Siria, la capital de facto del ISIS, Raqqa, y sus alrededores son el escenario de enfrentamientos recientes y de un éxodo de refugiados que está despejando la ciudad para una ofensiva terrestre inevitable pero no inminente. Además, a lo largo de la frontera sur del país con Irak, una unidad recientemente creada, el Nuevo Ejército Sirio, apoyado por las fuerzas especiales de EEUU y Jordania, está reforzando posiciones cerca de una frontera que había sido tierra de nadie para el resto de grupos de oposición desde mediados de 2013.
Pero incluso mientras el ISIS empieza a debilitarse –en algunas zonas de forma sorprendentemente veloz–, están surgiendo rápido algunas grietas entre los que luchan contra ellos que podrían pronto hacerles retroceder en sus victorias. Lo que ocurra después, según dicen los líderes tribales, podría acabar refortaleciendo al ISIS, al devolver a sus manos a las propias comunidades que la guerra trata de liberar.
Al acecho sobre el campo de batalla, en cambio constante, está el problema no abordado pero esencial de cómo un proceso político puede volver a liberar a los suníes marginados de ambos países a quienes el ISIS dice defender. Cuanto más rápido caiga el grupo sin un plan para lo que viene después, más real es la amenaza de una división irreversible en torno a líneas étnicas sectarias, entre comunidades que hasta ahora habían conseguido coexistir.
Las rivalidades étnicas plantean una fuerte amenaza para el éxito del ataque más reciente, lanzado el miércoles en la zona conocida como bolsillo de Manbij, al sur de la frontera turca, a unos 160 kilómetros al este de Alepo, entre la ciudad de al-Bab y Raqqa, el epicentro del ISIS.
Al igual que un avance en Raqqa la semana pasada, que fue en parte una jugada para el movimiento en Manbij, la operación está dirigida por Estados Unidos y apoyada por sus aviones de combate. Los que se enfrentan son una fuerza subsidiaria de EEUU dominada por kurdos locales y complementada por árabes cercanos. A pesar de la insistencia de Washington en lo contrario, el matrimonio no está funcionando bien.
Los líderes tribales en Manbij y alrededores, algunos de los cuales ofrecieron lealtad al ISIS cuando el grupo entró en la zona, dicen que el hecho de que el asalto esté al menos conjuntamente liderado por fuerzas kurdas desincentiva un cambio de lealtades. Las relaciones con los kurdos, cuyas comunidades han coexistido con los árabes en el noreste de Siria, se han deteriorado rápido durante el último año y especialmente desde que Rusia lanzó los ataques aéreos en el norte de Siria.
Desde entonces los kurdos, que han protegido sus posiciones durante la guerra civil, han empezado a avanzar en zonas árabes, aliándose en la práctica con el régimen de Asad y sus protectores y alarmando a los grupos opositores, a las comunidades árabes locales y a Turquía, que ve a los kurdos sirios como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, contra quien Ankara ha reforzado los ataques dentro de sus propias fronteras.
Washington está defendiendo a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), apoyadas por Estados Unidos y formadas sobre todo por kurdos sirios y un pequeño grupo de árabes, como una alianza que puede cambiar el curso de la guerra contra el ISIS. El componente árabe es una ventaja crucial, aunque hay resentimiento entre sus miembros.
Abu Musaafer, habitante de Manbij de 35 años, explica que abandonó las SDF por las rivalidades entre etnias que estaban trastocando la causa del gurpo. Señala que la presencia de árabes en el grupo solo tiene objetivos de relaciones públicas. “Los árabes están solo para los medios, en realidad no son para nada importantes”, afirma.
“Muchos miembros importantes de los kurdos vienen de Qandil Mountain, y en realidad son del PKK. Hay mucho racismo entre los árabes y los kurdos. Yo soy jeque en una gran tribu de Manbij, y en realidad quiero liberar mi zona del ISIS”, explica Musaafer. “En los alrededores de Manbij, las SDF a menudo van a los jeques de las tribus árabes y les dicen que van a organizar una enorme cena, con varios corderos, y que si algún miembro de su tribu no está presente y no se une a las SDF, significa que son ISIS y los matarán”.
Musaafer añade: “Es lo mismo que hace el ISIS con las tribus árabes de Manbij y otras zonas, exactamente lo mismo. ISIS dice que si no te unes a ellos, has traicionado al islam. Las SDF dicen que si no luchas con ellos, apoyas al ISIS y te crearán un montón de problemas a ti y a tu tribu. En realidad, necesitan una tribu árabe para reunir a muchos combatientes y ponerlos en el frente cuando las SDF ataquen Manbij, porque conocen la zona y necesitan poder decir a la gente que tienen árabes luchando con ellos”.
Ali Shatat, de 32 años, que fue exiliado por el ISIS desde el cercano Deir Azzoz, se muestra algo más positivo. “Llevo cuatro meses como soldado de las SDF. Empecé a trabajar con ellos porque soy de la tribu shatat, donde el ISIS masacró a varios miembros el año pasado. Todos en mi tribu escaparon de Deir Azzoz como refugiados. Fue peor que lo que hizo Israel a los palestinos”, valora.
“No creo que el Ejército Libre Sirio pueda de verdad luchar contra el ISIS, porque tiene un montón de problemas. Día tras día, no podía encontrar la manera de vengarme contra el ISIS, solo las SDF. Hay una gran oportunidad de reconquistar nuestra tierra con ellos, mucho más de lo que podrían hacer los rebeldes. Pero el problema con las SDF es que no siento que yo sea importante, o que los árabes lo sean”, lamenta Shatat. “Mi líder es árabe, sí, pero su líder es kurdo. Cuando trabajamos con los kurdos, sentimos que no hay confianza entre nosotros, en absoluto. En los medios se ven las SDF como un frente unido, pero en realidad, hay una enorme diferencia entre los árabes y los kurdos. Nosotros somos pocos en número, no especialmente fuertes. Pero aún así, en este momento somos mucho mejores que ninguno de los demás grupos que están luchando en el terreno”.
Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo