Son pocos los israelíes que se han unido a las filas del Estado Islámico en los últimos cuatro años; tal vez unos 50. Y todavía son menos los que han regresado a su país y han contado sus peripecias.
Sabareen Zbeidt, una mujer de 30 años, y su marido Wissam, de 42, integran este reducido grupo. El mes pasado aterrizaron junto a sus tres hijos, que tienen entre tres y ocho años, en el aeropuerto de Ben Gurión de Tel Aviv, a pesar de que sabían que si pisaban suelo israelí tendrían que cumplir muchos años de condena.
Su regreso supone el fin de una peripecia de un año que les ha servido para conocer de primera mano la brutalidad y la pobreza del autoproclamado “califato” del EI en Siria y en Irak. Durante este tiempo, Wissam se unió a la lucha y Sabareen monitoreó las cámaras de seguridad de un hospital.
Su familia logró convencerlos de que regresaran a casa después de que Wissam resultara herido en la pierna durante un enfrentamiento contra el ejército iraquí.
Consiguieron salir de Siria y cruzar la peligrosa frontera con Turquía en su décimo intento, con la ayuda de unos contrabandistas que se dedican a pasar a personas de un país al otro y que fueron contratados por el padre de Sabareen. Drogaron a su hija pequeña para que nadie la oyera. El 22 de septiembre aterrizaron en Israel e inmediatamente fueron detenidos por las autoridades.
Antes de unirse al EI, Sabareen era una ama de casa y Wissam tapizaba muebles. Los dos proceden de familias que hablan hebreo, de clase media e integradas por profesionales liberales, muy alejadas del Islam extremista que normalmente se asocia con el EI.
Su decisión de unirse al califato sacudió y avergonzó a sus familiares, que alertaron a los servicios de seguridad israelíes tan pronto como se percataron de ello.
A los familiares más próximos, que movieron cielo y tierra para que pudieran regresar a Israel, no les apena que tengan que cumplir una larga condena en la cárcel.
“Cualquier persona que tenga dos dedos de frente sabe que es mejor sufrir un infierno aquí que gozar del paraíso (con el EI)”, explicó un familiar a the Guardian el día después de que la pareja, acusada de haberse unido a una organización enemiga, se personara ante un juez en Haifa.
El relato de la pareja durante la audiencia judicial ha permitido entender no solo las duras experiencias vividas en el seno del grupo yihadista sino el proceso de radicalización de esta familia israelí, y también el fenómeno, más extenso, de radicalización de ciudadanos israelíes; uno de los grupos más minoritarios dentro del EI.
Una huida nocturna
A sus familiares también les plantea muchas preguntas, entre ellas, cómo es posible que el Estado Islámico lograra captar a la pareja a través de internet y lograra que se trasladaran hasta la capital islamista de Siria, Raqqa, sin que los servicios de seguridad o los familiares más cercanos de la pareja sospecharan nada.
Según el expediente judicial, la pareja explicó que salió de Israel el 16 de junio del año pasado para visitar a unos familiares en Rumanía, y más tarde viajó a Turquía y a través de las redes sociales contactó con otro israelí, procedente de la localidad de Umm-al-Fahm, que se unió al EI en 2013. En la frontera de Turquía con Siria, entregó sus pasaportes a un contacto del EI y viajó a Raqqa. Allí Wissam fue separado de Sabareen y de los niños y fue enviado a un campamento de entrenamiento en Irak. Más tarde lo enviaron a Mosul y fue en esta ciudad donde fue herido en la pierna durante un ataque contra unos equipamientos militares iraquíes.
Entre los miembros de la familia de Sabareen, que vive en una localidad situada en las afueras de la ciudad árabe-israelí de Sakhnin, figuran un oficial de policía que ya no está en activo y un profesor. Reconocen que están enfadados y se sienten avergonzados.
En entrevistas con the Guardian, explicaron que cuando Sabareen y su familia fueron a Rumania para visitar al hermano de ella, que estudia Medicina en ese país, abandonaron el país durante la noche.
“Dos de sus hermanos dormían en una de las habitaciones”, explicó un familiar que pidió no ser identificado. “Sabareen despertó a uno de sus hermanos y le contó que se iba a Irak”. Este familiar explica que su hermano estaba medio dormido y no se percató de lo que le había dicho hasta que ya fue demasiado tarde.
El papel de los servicios secretos
Los familiares de Sabareen no cuestionan la versión de Shin Bet, los servicios de seguridad israelíes, o los cargos que pesan sobre la pareja, y afirman que son ciertos en un 99%. Indignados y avergonzados por su comportamiento, no logran comprender cómo lograron contactar con el EI sin despertar las sospechas de los servicios de seguridad más escrupulosos de Israel.
“Tenemos muchas preguntas”, explica un familiar. “¿Por qué sus actividades pasaron inadvertidas y no los pararon? No sabemos qué estaban pensando, qué planearon o quién los convenció para que viajaran hasta Irak. Cuando desaparecieron y entendimos qué estaba pasando, informamos a las autoridades; eso no es ningún secreto”.
De hecho, la página web de noticias Ynet ya había proporcionado alguna pista sobre su paradero cuando entrevistó a un familiar de Sabareen, que insinuó que había sido Wissam, doce años mayor que ella, quien la había presionado para unirse a la causa del EI, acompañados por sus hijos. El familiar que habló con the Guardian no quiso confirmar esta información pero afirmó que la familia no quiere volver a ver a Wissam.
“Tapizaba muebles, indicó: tenía un negocio próspero. Siempre estuvo orgulloso de tener clientes que pertenecían a los servicios de seguridad israelíes”, indicó.
El familiar también señaló que Sabareen tampoco encaja con el perfil de mujer que se une al EI: “No era muy religiosa y no parecía interesarle lo que estaba pasando en Siria e Irak. Cuando ayer una cadena de televisión la mostró en el juzgado, completamente cubierta, pensé: ¿desde cuándo se viste así?”
“Tal vez pensaron que era una aventura. Tal vez querían ser famosos o pensaron que un siglo más tarde todavía serían recordados por los libros de historia. ¿A quién podría liberar ella en Siria?, ¿A quién podría liberar en Irak?”
“Somos una familia que no quiere problemas”, añade este familiar“. ”Somos leales a nuestro país. Se merecen la cárcel“.
A las autoridades israelíes les preocupa el hecho de que es el tercer caso de radicalización que se juzga este mes. Con anterioridad, detuvieron y juzgaron a seis residentes de Jerusalén Oriental que crearon un grupo de estudios inspirado en el EI y querían unirse a las actividades del grupo en Siria o Egipto.
Si bien todavía se desconocen los motivos que tenía la pareja para unirse al EI, sí se conocen los que la llevaron a regresar a su país. Según explicaron durante la audiencia judicial, a principios de este año el barrio donde vivían fue bombardeado, causando una gran destrucción y muchas muertes. Desde entonces los niños empezaron a sufrir ataques de ansiedad.
El caso de Wissam y Sabareen Zbeidt han sacado a la luz muchos detalles sobre la dureza del día a día en el EI. Por ejemplo, las leyes que discriminan a las mujeres y que establecen castigos brutales como la amputación de extremidades, azotes y decapitaciones. La “policía moral” obliga a las mujeres a vestirse según sus normas y controla que la barba de los hombres tenga un largo determinado. El EI también permite la trata humana para que las mujeres puedan ser utilizadas como esclavas domésticas o sexuales. A partir de los ocho años, los niños reciben formación militar.
Los padres de Sabareen se han quedado con los tres hijos de la pareja. “Que los niños hayan regresado y que estén a salvo nos hace muy felices”, puntualiza un familiar. “En cuanto a sus padres, estamos atravesando por un duelo. No solo la familia, también todos los habitantes de esta localidad. No queremos gente así. Si se hubieran muerto en Irak habría sido menos humillante”.
Traducción de Emma Reverter