Hace menos de cuatro años, el objetivo principal de Erik von Malottki era mantener a su amado partido lo más lejos posible del poder político. Inspirado en los movimientos de base de jóvenes activistas en Estados Unidos y Reino Unido, este sindicalista formaba parte de un grupo de jóvenes del Partido Socialdemócrata (SPD) que urgieron a los representantes a votar en contra de una nueva coalición con los democristianos de Angela Merkel en enero de 2018.
Sin embargo, en las elecciones del 26 de septiembre, este joven de 35 años y un grupo de representantes de la misma edad han empujado al centroizquierda alemán a una victoria electoral considerada poco probable. En lugar de atrincherarse en las guerras entre facciones, el SPD ha canalizado constructivamente la energía de sus jóvenes rebeldes, con una victoria gracias a un cambio sísmico en el noreste del país.
La victoria fue ajustada. El SPD superó a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel por solo 1,6 puntos. La posibilidad de que su candidato, Olaf Scholz, se convierta en el próximo canciller alemán depende de las conversaciones que empezaron formalmente este jueves para pactar una coalición de gobierno.
El triunfo de los socialdemócratas fue amplio en los dos estados más septentrionales del antiguo Este socialista: Brandenburgo y Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Allí, el partido ganó un escaño en todos y cada uno de los 16 distritos electorales, de los cuales todos menos uno estaban antes en manos de la CDU.
Un cambio notable
La victoria socialista más simbólica se dio en el distrito electoral de Vorpommern-Rügen - Vorpommern-Greifswald I, donde Anna Kassautzki, nacida en 1993, ganó el escaño por mandato directo que estaba ocupado por Angela Merkel desde 1990.
Los socialdemócratas salieron victoriosos con casi un 40% de los votos en las elecciones regionales simultáneas en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, lo que representa un aumento de nueve puntos respecto a 2016.
Una mirada más profunda a la historia electoral de la región muestra cuán notable ha sido el cambio. Mientras en Mecklemburgo, la región occidental del estado, los electores históricamente se han inclinado a la izquierda, Pomerania, a orillas del mar Báltico, solía ser un bastión conservador, en parte porque la CDU heredó tras la caída del Muro de Berlín las estructuras del partido construidas por su homólogo en Alemania Oriental. El SPD, en cambio, estuvo prohibido durante el régimen socialista.
En el distrito electoral de Erik von Malottki, la lucha por el primer puesto solía ser entre la CDU y Die Linke, de izquierdas. Este año, se esperaba una carrera ajustada entre la CDU y el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (Afd).
“Nadie esperaba que ganáramos aquí cuando elegimos a nuestros candidatos hace un año”, dice Patrick Dahlemann, de 33 años, representante en el Parlamento estatal y uno de los arquitectos del resurgimiento del SPD en la región. “Honestamente, no nos hubiéramos atrevido a soñarlo hace tres semanas”.
Pero en las primeras horas de la mañana del lunes 27, Von Malottki se vio aupado del cuarto puesto al primero, adelantándose por 796 votos al candidato de la ultraderecha.
Los jóvenes rebeldes
Buena parte de la popularidad del SPD aquí es resultado de la campaña nacional del partido. La promesa del centroizquierda de aumentar el salario mínimo a 12 euros la hora ha sido tachada de formalismo por sus contrincantes, pero en las regiones estructuralmente más débiles del noreste y el valle del Ruhr logró que los votantes escucharan. El 60% de los trabajadores del distrito de Von Malottki tienen salarios bajos. “Para la gente de aquí el nuevo salario mínimo cambiaría absolutamente todo”.
Pronunciada por el norteño monosilábico Olaf Scholz, una figura mucho más conocida en la llanura báltica que Armin Laschet, la promesa tenía credibilidad. Si los contrarios a la coalición con la CDU hubieran logrado llevar al SPD a la oposición en 2018, probablemente habría tenido menos. “Scholz nunca habría llegado a ser nuestro caballo de batalla si no hubiera sido el ministro de Hacienda durante los últimos cuatro años”, dice Dahlemann.
Pero nadie habría defendido las promesas de Scholz con la misma energía a nivel local si no fuera por los jóvenes socialdemócratas rebeldes. Tras fracasar en el intento de impedir que su partido se uniera a otra “gran coalición”, se apuntaron una victoria simbólica en noviembre de 2019, cuando Scholz fue derrotado por Saskia Esken y Norbert Walter-Borjans, del ala más a la izquierda, en la carrera para liderar el SPD.
Lo que entonces pareció una derrota creó el equilibro que permitió que miembros jóvenes del partido como Von Malottki apoyaran plenamente la candidatura de Scholz. “Sabíamos que tendrían un asiento en la mesa de negociaciones para la coalición”. Sobre el terreno, los candidatos más jóvenes aportaron un toque de agresividad populista al atractivo de Scholz como hombre de Estado.
Los problemas de infraestructura en Mecklemburgo-Pomerania Occidental están a la vista de todos: los trenes atraviesan la región de forma intermitente y las taquillas de las paradas más pequeñas están abandonadas desde hace décadas. A pesar de las campañas locales, el puente levadizo de Karnin, que cruza el estuario de Peenestorm, yace moribundo desde que fue destruido por los nazis en 1945 en un intento de detener el avance del Ejército Rojo.
Los candidatos jóvenes del SPD no tardaron en culpar al Ministerio Federal de Transporte, controlado por la CSU bávara desde 2009. “En Baviera se construyen carreteras sin parar”, dice Von Malottki. Su partido ha prometido crear una red de autobuses que responda a la demanda de las regiones incomunicadas con las líneas de transporte público.
Los conservadores de Merkel, envueltos en varios escándalos de corrupción durante la pandemia, han hecho lo posible por aparentar ser un partido sediento de poder político: el ascenso prodigioso del candidato local de la CDU, Philipp Amthor, de 28 años, se frenó el año pasado por su lobby a favor de una empresa informática estadounidense.
El SPD identificó una grieta en la armadura de los democristianos. Von Malottki firmó un contrato para donar sus ingresos extra a organizaciones benéficas. En sus canales de Twitter e Instagram, comenzó a utilizar la etiqueta #unbribable (“insobornable”). Los votantes le creyeron precisamente, dice, porque sus posibilidades de ganar parecían muy bajas.
“Ninguno de nosotros decidió presentarse como candidato por tener los ojos puestos en una carrera política”, dice Von Malottki. Su padre es guardabosque y su madre trabaja en la agencia dedicada a la reunificación de Alemania y encargada de publicar los archivos de la Stasi. “Todos somos idealistas. Yo esperaba perder, así que quería al menos hacer una campaña por la que la gente me recordara”.
Una victoria frágil
Puede que el SPD haya pintado el noreste de rojo, pero su victoria sigue siendo frágil. AfD quedó segunda por muy poco en varios distritos electorales, y en algunos también aumentó la proporción de sus votos.
El centroizquierda ha ganado la disputa con AfD en cuestiones materiales, como los salarios, pero apenas se ha enfrentado a la ultraderecha en cuestiones como la inmigración o las políticas de género. Si no logra poner en práctica sus ideales en el Gobierno, el noreste podría terminar entregado a la derecha populista.
“Acabamos de recuperarnos de los años de Schröder [excanciller del SPD]”, dice Von Malottki. “Si no cumplimos nuestras promesas, perderemos otra vez lo que hemos ganado en cuatro años”.
Traducción de Ignacio Rial-Schies.