El virus no se coge vacaciones
El brote de ébola en el este de la República Democrática del Congo (RDC) ha terminado. El jueves se cumplieron 42 días desde que la última persona infectada con ébola fue dada de alta, el doble del mayor número de días para que aparezcan síntomas. Casi dos años de trabajo duro y liderazgo comunitario en la RDC han dado frutos con el final del primer brote de ébola en una zona en conflicto.
Es un momento de celebración, pero no de complacencia. Los virus no se toman un descanso por vacaciones. Ha terminado el décimo brote de ébola en la República Democrática del Congo, pero el 1 de junio se detectó el undécimo, en el noroeste del país. Han comenzado a aparecer casos a 240 kilómetros de Mbandaka, centro de este último brote.
Pero el ébola es sólo una de las crisis, varias e importantes, que afrontan los líderes de la RDC. Además de la COVID-19, el mayor brote de sarampión del mundo está causando estragos, matando a más de 6.850 personas en menos tiempo del que llevó al ébola matar a 2.280. Sólo la mitad de los centros sanitarios del país tienen acceso a agua corriente, factor determinante a la hora de la expansión de enfermedades infecciosas.
Las buenas respuestas duran más que los brotes. Los supervivientes necesitan seguimiento y cuidados para lidiar con las complicaciones derivadas de la enfermedad. Pueden perder tanto la visión como la autonomía. La enfermedad desata el miedo y el dolor afectando a la salud mental. Los supervivientes del ébola se enfrentan a menudo el estigma de la enfermedad y necesitan ayuda para reintegrarse en sus comunidades. Parece probable que la COVID-19 plantee retos similares y que se vivan casos de discriminación en todo el mundo.
Una vez vencido el brote, la RDC está mejor equipada para dirigir su atención al resto de emergencias médicas que todavía sufre, entre las que se incluye la pandemia actual. El brote de ébola ha provocado mejoras en la arquitectura del sistema público. Se han incorporado cinco laboratorios nuevos a un sistema de vigilancia recientemente reforzado y que seguirá funcionando. El personal sanitario formado en gestión clínica y prevención y control de infecciones que ha respondido frente al ébola está siendo redirigido al combate contra la COVID-19.
Pero para evitar que brotes futuros supongan amenazas regionales, el refuerzo de los sistemas sanitarios debe continuar. Médicos, personal de enfermería, matronas y demás sanitarios necesitan mejores instalaciones, mejores suministros, más formación y apoyo para poder desempeñar sus trabajos con la mayor efectividad posible.
Y para todo eso se necesita financiación en un momento en que los gobiernos destinan miles de millones de dólares para responder a la pandemia y mitigar su impacto sobre la economía y el sustento vital de millones de personas. En todo caso, pido a los donantes que sigan mostrando solidaridad. La pandemia de la COVID-19 nos muestra que las fronteras no pueden protegernos y que somos tan fuertes como nuestro contacto más débil. Las inversiones para proveer de agua corriente en Ituri o la cadena de frío de las vacunas en el norte de Kivu colaboran en la protección de todos.
La COVID-19 es una amenaza para cada región del planeta y lo sucedido en la RDC ofrece un aprendizaje para cada país, independientemente de sus ingresos. Por ejemplo, los rastreadores de contactos deberían servir de inspiración mundial. Han usado la tecnología para superar problemas de seguridad, intercambiando carpetas y carpetas de formularios entre teléfonos móviles para recopilar datos sobre el ébola tanto para compartir información más rápido como para evitar toda atención no deseada en zonas donde la sospecha es un problema.
Un ejercicio de gran valentía ha sido también clave a la hora de conseguir que pudiera concluirse con éxito el estudio Pamoja Tulinde Maisha, un ensayo aleatorio pero controlado que se lanzó como parte de los esfuerzos por terminar con el ébola. El ensayo se llevó a cabo mientras trabajadores sanitarios fallecían y consiguió demostrar que dos, de una selección de cuatro medicamentos, dan a los pacientes de ébola una mayor posibilidad de sobrevivir.
Para la respuesta al ébola, lograr que las comunidades y las personas con influencia en ellas se implicaran ha sido tan importante como la investigación. El apoyo de líderes religiosos y curanderos tradicionales fue de vital importancia. Las comunidades deben ser respetadas en la medida en que son ellas quienes responden primero, quienes pueden detectar los casos y trabajan en conjunto para aislar pacientes incluso cuando cuentan con recursos mínimos.
La resiliencia y la inventiva de la RDC demuestran su gran utilidad a la hora de replantear la respuesta al ébola para afrontar amenazas nuevas como la COVID-19 y amenazas de toda la vida, como la malaria y el cólera. Los congoleños han acabado con un brote devastador gracias a un compromiso inequívoco con la ciencia, los datos, sus propias comunidades y la solidaridad internacional. Con los sistemas de salud al borde del colapso por la pandemia incluso en los países de mayor renta, los líderes mundiales harían bien en seguir el ejemplo de la RDC.
El Doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus es el Director General de la Organización Mundial de la Salud.
Traducido por Alberto Arce
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