Llamé proxeneta a Hugh Hefner porque eso es lo que era
Hace mucho, en otro tiempo, recibí una llamada de un abogado. Hugh Hefner amenazaba con una denuncia por difamación contra mí y contra el periódico para el que trabajaba por aquel entonces por algo que yo había escrito. Los periodistas viven con miedo a ese tipo de llamadas. Había llamado a Hefner proxeneta. Para mí, esto ni siquiera era polémico; era algo evidente. Él era simplemente uno de los muchos “libertinos” que me habían amenazado con acciones judiciales.
Es extraño que estos forajidos recurran a este tipo de acciones, pero lo hacen. En aquel momento, una parte de mí quería que un tribunal examinase las acusaciones. La que se podría haber liado. Vaya ruido se habría formado al discutir si se puede llamar proxeneta a un hombre que buscó y obtuvo beneficios de mujeres vendiendo sexo. Obviamente, la idea de que las mujeres hacen este tipo de cosas de forma voluntaria –y que con 23 años lo que más quieren es tirarse a octogenarios– es el núcleo de la ideología de Playboy.
Ahora que está muerto se habla de este asqueroso viejo verde en batín como un libertador de mujeres. Kim Kardashian ha participado en los elogios. Pues eso.
No sé exactamente a quién han liberado las fantasías de Hefner. Supongo que si a lo que aspiras es a ser una Barbie, él era tan fabuloso como lo puede ser estar en el entorno de Donald Trump. De haber ido a los tribunales, me hubiese gustado escuchar a algunas de sus antiguas amiguitas y conejitos declarar ante el juez –porque con los años lo han hecho–.
Los testimonios de los “pocos privilegiados” que han logrado entrar en la Mansión Playboy de 29 habitaciones como esposas, novias y conejitas son muy interesantes. En el prostíbulo / harén / burdel de Hefner, estas rubias intercambiables vivían en toque de queda. No se les permitía traer a amigos de visita y, por supuesto, tampoco novios. Las chicas recibían una “paga”.
La que una vez fue la “novia número 1” de Hefner, Holly Madison, describió en estos términos las grandes puertas metálicas de la mansión que todo el mundo decía que eran para mantener fuera a la gente de este “nirvana”: “Crecí y me di cuenta de que lo que hacían era encerrarme a mí”, escribió en su autobiografía.
La fantasía que vendía Hefner no era una fantasía de libertad para las mujeres, sino para los hombres. Paradójicamente, las mujeres tenían que ser púdicas, pero tenían que estar continuamente disponibles por el precio adecuado. Vestir a mujeres adultas de conejitas –en su momento percibido como la cumbre de la sofisticación– ahora se ve como algo afeminado e irónico. Hay quienes hoy quieren celebrar la contribución de Hefner al periodismo de revista, y no pongo en duda que Playboy tuviese escritores fantásticos.
Parte de la visión de negocio de Hefner era hacer de la venta de carne femenina algo respetable y a la moda. Todos los hombres soñaban con tener el estilo de vida de Hefner. Aparentemente. En todas sus fotos, hasta sus últimos días, aparece con esa sonrisita y rodeado de rubias idénticas. Todos los estúpidos se están preguntando ahora en Twitter si Hefner irá al cielo cuando realmente ya vivía en él.
Pero escucha lo que dicen las mujeres de este paraíso. Izabella St James recuerda que cada semana tenían que ir a una habitación y “esperar mientras él cogía la caca del perro de la alfombra” para después pedir su salario. “Mil euros contados sacados de una caja fuerte de una de sus estanterías y contados en cientos de billetes crujientes”.
Si cualquiera de ellas salía de la casa y no estaba disponible para las fiestas de por la noche donde se las paseaba, no recibían su paga. Las sábanas en la mansión estaban manchadas. No podía haber discusiones entre las novias. No se podían usar condones. A veces había que llamar a una enfermera a la “cueva” de Hefner si este tenía 'un traspié'. Aun así, estas jóvenes tenían que hacer su trabajo.
Me imagino a Hefner –descrito en muchas ocasiones como un icono de la liberación sexual– ahí tirado con una gran erección y puesto de viagra hasta las cejas. Entonces se llamaba a la novia principal para darle sexo oral. No había protección ni controles. No le importaba, escribió Jill Ann Spaulding. Entonces, el resto de chicas hacía turnos para subirse encima de él durante dos minutos mientras las chicas en el fondo montaban escenas lésbicas para mantener a “Papi” excitado. ¿No hay final para tanto glamour?
Ahora sí, claro. Pero este hombre sigue siendo alabado por personas que no deberían engañarse. Se puede disfrazar hablando de erotismo, orejas de conejito y mallas, se puede hablar de su contribución al periodismo gonzo, se pueden contextualizar sus esfuerzos por liberar el sexo como parte de la revolución sexual. Pero quítale ese disfraz y era un hombre que compraba y vendía mujeres para otros hombres. ¿No es esa la definición de proxeneta? Pero yo no podía decirlo.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti