Una de las primeras cosas que dijo Mike Pompeo cuando habló en Egipto sobre la política de Oriente Medio de la Administración Trump fue que había llegado a la región como “cristiano evangélico”. “En mi despacho tengo una Biblia abierta para recordar a Dios, su palabra y la verdad”, afirmó el secretario de Estado de Donald Trump en la American University de El Cairo.
Su mensaje principal en El Cairo la semana pasada fue que Estados Unidos estaba dispuesto, una vez más, a recibir con los brazos abiertos a los regímenes conservadores de Oriente Medio, por muy represivos que fueran. Solo necesitaba que hicieran causa común con Estados Unidos en contra de Irán.
El segundo mensaje fue religioso. En su visita a Egipto, Pompeo hizo tanto de diplomático como de predicador. Habló de “la bondad innata de América” y se maravilló ante una catedral recién construida. “Un impresionante testimonio de la presencia del Señor”.
Entre las fuerzas que mueven la política exterior de la Casa Blanca se suele citar la simpatía instintiva que siente el presidente hacia los autócratas, los intereses privados de la Organización Trump y el empeño de borrar todo lo que hizo Barack Obama. Lo que no se ha analizado tanto es el empuje de los evangélicos blancos, una influencia que podría tener grandes consecuencias en la política exterior estadounidense. Tanto el vicepresidente Mike Pence como el ministro Pompeo hablan de la teología evangélica como de una poderosa fuerza motivadora.
Hace tres años Pompeo ya había pedido a los fieles de una megaiglesia de Kansas que se unieran a la lucha del bien contra el mal. “Seguiremos peleando estas batallas”, dijo el entonces congresista en la iglesia Summit de Wichita. “Es una lucha que no tiene fin... hasta el éxtasis. Formen parte de ella. Súmense a la pelea”.
Para la audiencia de Pompeo, ese éxtasis tiene que ver con una visión cristiana y apocalíptica del futuro en la que se produce una batalla final entre el bien y el mal y la segunda venida de Jesucristo, cuando los fieles ascenderán al cielo y el resto irá al infierno.
Muchos cristianos evangélicos de Estados Unidos creen que antes de llegar a ese momento los judíos del mundo deben congregarse en un Israel de mayor extensión al actual, desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán. Conocida como ‘sionismo cristiano’ o ‘dispensacionalismo premilenario’, la creencia tiene consecuencias potenciales muy concretas para la política exterior estadounidense.
Para empezar, le da forma a las opiniones sobre el actual conflicto entre Israel y Palestina. Pero no solo eso. También influye de forma indirecta en las actitudes hacia Irán, en la geopolítica de Oriente Medio y en la importancia de defender a las minorías cristianas, como quedó demostrado con la visita a El Cairo de Pompeo. El secretario de Estado alabó al presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi por la construcción de la nueva catedral, pero no habló de los 60.000 presos políticos que dicen que tiene el régimen ni del uso cotidiano que se hace de la tortura en el país.
Pompeo es presbiteriano evangélico y asegura haber sido “llevado a Jesús” durante los años ochenta por sus compañeros cadetes en la academia militar de West Point. “Él sabe mejor que nadie cómo se relacionan su fe y sus creencias políticas, y los deberes que asume como secretario de Estado”, señala en un correo electrónico Stan van den Berg, un veterano pastor de la iglesia de Wichita a la que pertenece Pompeo. “Alcanza con decir que es un hombre fiel, íntegro, de mente sabia, corazón compasivo y disposición humilde”.
Trump, el nuevo rey Ciro
Lo más probable es que en los próximos tiempos crezca la influencia de Pence, Pompeo y los evangélicos blancos ultraconservadores. Donald Trump los necesita cada vez más para sobrevivir políticamente. “Muchos de ellos ansían la segunda venida porque para ellos significa la vida eterna en el cielo”, cuenta Andrew Chesnut, profesor de estudios religiosos en la Universidad Virginia Commonwealth. “Hay un riesgo real de que los altos cargos que suscriben estas creencias estén más dispuestos a llevarnos a un conflicto que desencadene el Armagedón”, añade.
Según Chesnut, el sionismo cristiano se ha convertido en la “teología mayoritaria” entre los evangélicos blancos de Estados Unidos, que representan aproximadamente el 25% de la población adulta. De acuerdo con una encuesta de 2015, el 73% de los evangélicos cree que lo que sucede en Israel está escrito en el Libro del Apocalipsis (a los encuestados no les preguntaron directamente si los sucesos que ellos percibían en Israel iban a desembocar o no en el apocalipsis).
La relación entre los evangélicos y el presidente de Estados Unidos es compleja. Trump encarna todo lo contrario del ideal piadoso del cristianismo: no va a la iglesia, blasfema, se ha divorciado dos veces y se jacta de haber violentado sexualmente a mujeres. Sin embargo, los evangélicos blancos lo reciben con los brazos abiertos.
En 2016, un 80% de los evangélicos blancos votó por él y los índices de aprobación dentro del grupo se mantienen en torno al 70%. Los evangélicos blancos se han convertido en el último bastión de Trump, abandonado por otros votantes blancos tras dos años de presidencia.
Algunos líderes evangélicos ven en Trump a un nuevo rey Ciro, el emperador persa que en el siglo VI antes de Cristo liberó a los judíos de su cautiverio en Babilonia. La película religiosa ‘La profecía de Trump’ hace esa comparación de forma explícita. Proyectada en 1.200 cines de Estados Unidos el pasado octubre, en la cinta un bombero jubilado dice haber oído a Dios pronunciando la siguiente frase: “He elegido a este hombre, Donald Trump, para un momento como este”. El personaje de Lance Wallnau, que en la película hace de profeta, llama a Trump “Ciro moderno” y “candidato de Dios para el caos”.
Según Katherine Stewart, autora especializada en la derecha cristiana, “Ciro es el modelo del no creyente al que Dios elige para cumplir con los propósitos de los fieles”. En su opinión, a este grupo le gusta que Trump esté dispuesto a romper con las normas democráticas para combatir las amenazas que ellos sienten contra sus valores y modo de vida. “El movimiento nacionalista cristiano se caracteriza por sentimientos de persecución y, hasta cierto punto, de paranoia; un claro ejemplo de esto es la idea de que hay algo así como una ‘guerra contra la Navidad’”, señala Stewart. “La gente que cree en esas cosas suele buscar líderes autoritarios para que hagan lo que sea necesario en la lucha por su causa”, añade.
A Trump lo criaron como presbiteriano, pero fue inclinándose hacia los predicadores evangélicos cuando contempló la posibilidad de postularse como presidente. Elegir a Pence como compañero de fórmula fue un gesto de su compromiso con esta rama del cristianismo. Igual que la presencia de cuatro predicadores evangélicos entre los seis que asistieron a su toma de posesión (entre ellos Franklin Graham, hijo mayor de Billy Graham, el predicador que defendía a Trump en sus muchos escándalos sexuales alegando que “todos somos pecadores”).
Tras perder en noviembre la mayoría en la Cámara de Representantes y bajo un escrutinio cada vez más riguroso sobre los vínculos de su equipo de campaña con el Kremlin, Trump se ha ido acercando instintivamente a sus seguidores más fieles. El grupo demográfico de los evangélicos blancos es casi el único que apoya abrumadoramente el muro de Trump en la frontera con México (algunos predicadores lo equiparan con las fortificaciones de la Biblia).
Las relaciones entre evangélicos también han contribuido a darle forma a las alianzas estadounidenses durante la presidencia de Trump. Como secretario de Estado, Pompeo ha contribuido a estrechar los lazos con otros líderes evangélicos del hemisferio, como el guatemalteco Jimmy Morales y el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Los dos se han comprometido a seguir el ejemplo de Estados Unidos con el traslado a Jerusalén de sus embajadas en Israel.
¿Un choque inevitable?
La orden de Trump de sacar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv haciendo caso omiso a las objeciones de su equipo de política exterior y seguridad nacional es un ejemplo notable de la influencia evangélica. Aunque el multimillonario de Las Vegas y gran donante republicano Sheldon Adelson también estaba detrás de la medida, la ceremonia de apertura de la embajada en mayo dejó claro a qué audiencia se dirigía Trump. Los dos pastores que hablaron en primer lugar fueron Robert Jeffress y John Hagee, dos fervorosos sionistas cristianos.
El primero trabaja como pastor en Dallas y ha sido grabado diciendo que los judíos, los musulmanes y los mormones están destinados al infierno. Hagee, televangelista y fundador de la organización Cristianos Unidos por Israel, llegó a decir que Hitler y el Holocausto formaban parte del plan de Dios para llevar a los judíos de regreso a Israel y allanar el camino para el éxtasis final.
Para muchos evangélicos, el traslado de la embajada consolidó el estatus de Trump como el nuevo Ciro, que en su época reconstruyó el Templo y supervisó el regreso a Jerusalén de los judíos.
El endurecimiento de la presión evangélica en la Administración Trump también es visible en la creciente hostilidad hacia la ONU, muchas veces descrita como una organización siniestra y atea. Desde que Nikki Haley anunció en octubre que abandonaba su cargo como representante en las Naciones Unidas, Pompeo ha aumentado su control sobre la misión diplomática estadounidense. Cada vez más combativa, se ha dedicado a bloquear las referencias al género y a la salud reproductiva en los documentos de la ONU.
Algunos teólogos también ven un creciente tinte evangélico detrás de las políticas generales de la Casa Blanca para Oriente Medio, en particular el ferviente apoyo al gobierno israelí de Benjamin Netanyahu, el desequilibrio evidente en la falta de comprensión de la causa palestina y la insistente demonización del Gobierno iraní. Según Chesnut, los evangélicos “ven ahora a Estados Unidos enzarzado en una guerra santa contra las fuerzas del mal que, para ellos, están encarnadas por Irán”. Pompeo retomó el tema el jueves pasado durante un discurso que pronunció al terminar su gira por la región. Irán, dijo, es una “influencia cancerígena”.
Por el momento, esta idea de librar una batalla definitoria ha tenido eco en halcones no religiosos de la Administración Trump, como John Bolton, consejero de Seguridad Nacional. También encaja con la obsesión del presidente por borrar el legado de Barack Obama, cuyo principal logro en política exterior fue el acuerdo nuclear firmado con Teherán en 2015 y posteriormente derogado por Trump en mayo.
Cuando habla con Emmanuel Macron o con Theresa May, Trump insiste en que no tiene intención de entrar en guerra con Irán. Su deseo de sacar de Siria a las tropas estadounidenses también se puede leer como un signo de ruptura con los halcones de la Administración, tanto los religiosos como los seculares, que buscan contener la influencia iraní en la zona. Pero por otro lado, sus crecientes presiones a Teherán, unidas a su apoyo incondicional a Israel y Arabia Saudí, hacen cada vez más probable el enfrentamiento con Irán.
En 2019, una de las cuestiones más trascendentales de política exterior será si Trump puede desviarse del rumbo de colisión con Irán que él mismo ayudó a fijar (tal vez logrando un acuerdo de último minuto, como hizo con Corea del Norte) o si por el contrario aprovecha el conflicto como una forma de hacer olvidar sus problemas domésticos mientras lo vende entre sus fieles como una cruzada.
Traducido por Francisco de Zárate