La salida en bloque de los simpatizantes del Partido de los Trabajadores (PT) en el centro de São Paulo este domingo por la noche se pareció mucho a la de hace 20 años, cuando Luiz Inácio Lula da Silva alcanzó por primera vez la presidencia de Brasil. Entonces, como ahora, caravanas de conductores petistas que celebraban la victoria de Lula hicieron sonar el claxon, y sus pasajeros encaramados a las ventanillas corearon consignas y ondearon banderas.
Después de tres intentos infructuosos, aquel fue un triunfo especialmente dulce. La actual victoria, tercera de Lula, tal vez sea aún más gratificante: el exlíder sindical ha salido de la cárcel, se ha enfrentado a sus enemigos políticos, y ha condenado a la derrota a su némesis, Jair Bolsonaro.
Este domingo por la noche también había una cierta sensación de alivio en la celebración porque, al menos de momento, las siniestras amenazas del ultraderechista sobre una posible anulación del resultado electoral no se habían materializado.
Un país dividido
Pero el Brasil que gobernará Lula da Silva será muy diferente al de principios de 2003, cuando llegó a la presidencia por primera vez. Las elecciones de este domingo muestran lo dividido que está el país. Durante el último año y medio, los sondeos de opinión han subestimado sistemáticamente el apoyo del que goza Bolsonaro, algo que puede deberse a la resistencia de muchos conservadores a participar en las encuestas o a sus reservas para decir cuáles son sus creencias.
Antes de la primera vuelta de las elecciones, las encuestas sugerían que Bolsonaro no sacaría más del 37% de los votos, y sin embargo obtuvo el 43%. Antes de la votación de este domingo, la mayoría de los sondeos predecían una ventaja de entre cuatro y seis puntos porcentuales para la victoria de Lula. Pero en el escrutinio final, Bolsonaro ha reducido esa diferencia a 1,8 puntos.
Además, Bolsonaro ha ganado en 14 de los 27 estados de Brasil, imponiéndose en una franja de territorio que se extiende desde la costa atlántica hasta las tierras de la sabana en el centro-oeste. En los estados más ricos y desarrollados, ha ganado por amplias mayoría.
Fernando Haddad, candidato presidencial derrotado hace cuatro años y miembro clave del equipo de campaña de Lula, celebró el triunfo junto al presidente electo en el autobús de la victoria. Pero lo cierto es que en las elecciones a gobernador del estado de San Pablo, la región más poblada del país, Haddad ha sido derrotado con contundencia por el candidato de Bolsonaro, el exsoldado e ingeniero Tarcísio de Freitas. Bolsonaro también triunfó de manera espectacular en el próspero cinturón agrícola del centro-oeste.
Lula ganó por los pelos en el estado de Minas Gerais, pero su éxito nacional se debe a la victoria conseguida en los diez estados relativamente pobres del noreste. Las encuestas mostraron que las personas que viven con ingresos inferiores a 400 dólares al mes eran más proclives a votar a Lula y que las personas con mejor situación económica tendían a favorecer a Bolsonaro. El 70% de los habitantes de Bahía, el estado con mayor población negra, votó a Lula.
La fuerza de la derecha
Los cristianos evangélicos suelen ser también seguidores de Bolsonaro. Este grupo representa ahora un tercio de la población, quizás el doble del que tenía cuando Lula llegó al poder por primera vez.
La fuerza de ese bloque conservador ayuda a explicar por qué la derecha obtuvo tan buenos resultados en la primera ronda. En 2018, la derecha ganó a costa de los partidos socialdemócratas de centro que, de una manera o de otra, venían jugando un papel clave en los gobiernos desde el final de la dictadura militar en 1985. Este cambio se consideró una especie de terremoto político. Lo destacable de las elecciones de este año es que la derecha ha profundizado aún más esa tendencia.
El hecho más llamativo este año ha sido la elección como representantes en el Congreso de algunas de las figuras más polémicas de la presidencia de Bolsonaro. Un ejemplo es el general Eduardo Pazuello, destituido de forma ignominiosa como ministro de Sanidad tras su desastrosa gestión de la pandemia de COVID-19, que ha obtenido un escaño en la cámara.
La búsqueda de equilibrios
En general, los partidos de derecha han aumentado su representación en la Cámara Baja, pasando de 240 a 249 diputados, ligeramente por debajo de la mitad de los 513 que hay en total. El PT de Lula y sus aliados solo tiene 141 diputados, por lo que el presidente electo deberá acercarse al centro si quiere gobernar con eficacia.
Esto significa que probablemente tenga que llegar a acuerdos con exactamente los mismos líderes políticos que en los últimos dos años y medio se han aliado con Bolsonaro: el llamado centrão (gran centro), el bloque de partidos conservadores con el cual los distintos gobiernos necesitan pactar para garantizar la gobernabilidad.
Esto complicará enormemente la tarea de gestionar la economía y controlar el creciente déficit fiscal (que se espera que llegue al 8% del PIB en 2023). En los últimos meses, Bolsonaro ha dado dinero a los votantes, repartiendo subsidios y prestaciones sociales desenfrenadamente. Los líderes progubernamentales del Congreso han canalizado sumas enormes hacia los proyectos favoritos de los legisladores leales.
Los equilibrios en el Congreso podrían incluso obstaculizar el avance en áreas como el medio ambiente, donde Lula podría avanzar simplemente revitalizando los organismos estatales que Bolsonaro descuidó y dejó sin financiación.
Entre 2004 y 2012, los gobiernos liderados por el PT fueron elogiados internacionalmente por el éxito obtenido en la reducción de la deforestación en la selva amazónica. Para conseguirlo, fueron fundamentales organismos como el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables. Pero el presidente electo tendrá que conseguir un acuerdo del Congreso para reanudar los proyectos de estos organismos. Los dirigentes del Centrão seguro que le exigirán un alto precio por su apoyo.
Lula se va a hacer cargo de un país profundamente dividido y con problemas. Para tener éxito, va a necesitar todas sus legendarias habilidades como negociador.
Richard Lapper es autor del libro 'Beef, Bible and Bullets: Brazil in the Age of Bolsonaro' [Carne de vacuno, Biblia y Balas: Brasil en la era de Bolsonaro].
Traducción de Francisco de Zárate.