Cuando el presidente francés Emmanuel Macron se puso un uniforme de las fuerzas aéreas y se subió a un avión militar el jueves, recalcando así su respeto por las fuerzas armadas, fue su primer gran intento como presidente de subsanar los anteriores errores cometidos.
Mientras que ha pasado las últimas semanas puliendo su imagen internacional –divirtiendo al presidente de EEUU, Donald Trump, y dando discursos pomposos en las grandes cumbres– las complicaciones en casa han empezado a manifestarse.
Su primera crisis importante ha llegado esta semana cuando el jefe de las Fuerzas Armadas francesas renunció después de una amarga disputa en torno a los recortes del gasto en defensa. Fue un enfrentamiento sin precedentes, en el cual un general culpó a lo que él llama el “autoritarismo juvenil” de Macron.
La última vez que Macron se enfundó un uniforme militar, fue fotografiado siendo trasladado al estilo action man desde un helicóptero hasta un submarino nuclear. En esta ocasión, no fue tanto bravuconería física sino más bien una cura de humildad. El líder de 39 años, que una vez sugirió que un presidente de Francia debería tener un criterio elevado similar al de Júpiter (dios de los dioses romanos) fue criticado por sus detractores que dijeron que había tenido que descender a la Tierra para hacer frente a la delicada realidad económica del país.
El enfrentamiento con la máxima autoridad militar tiene su origen en la complicada ecuación que Macron intenta despejar. El presidente quiere conseguir tanto reducciones de impuestos considerables como reducciones del gasto público mientras respeta las normas de la UE sobre el déficit presupuestario. A pesar de su sólida posición en el ámbito internacional y su extensa mayoría parlamentaria, está claro que la profunda “transformación” que prometió en su país no va a ser fácil.
El centrista Macron llegó al poder no solo con la promesa de una renovación política, también prometió una serie de recortes impositivos. Muchos de estos recortes estaban dirigidos a los ricos, como por ejemplo el control del impuesto sobre el patrimonio o la reducción de las tasas para las empresas. Con todo esto, lo que Macron esperaba conseguir era restaurar la competitividad y estimular el empleo. Efectivamente, un estudio publicado esta semana halló que, con toda probabilidad, el 10% más rico de los hogares franceses se beneficiará más de la reducción de impuestos propuesta por Macron. Otras reducciones de impuestos se dirigieron a aquellas personas con ingresos más bajos, incluyendo su promesa estrella de eliminar los impuestos sobre la vivienda para el 80% de los hogares.
Pero cuando el primer ministro de Macron, Édouard Philippe, presentó la hoja de ruta del Gobierno a principios de este mes, el mensaje fue el siguiente: Francia estaba tan endeudada que la prometida bajada de impuestos tendría que ser gradualmente trasladada a un segundo plano. Macron quiere que Francia cumpla por primera vez en una década las normas europeas para reducir el déficit presupuestario. Y eso implica apretarse el cinturón.
Macron quiere distanciarse de Hollande
Pero la perspectiva de promesas fiscales rotas enfadó a la gente. Y Macron entendió el peligro. Después de todo, fue asesor del vacilante e indeciso expresidente François Hollande, cuyo desorden en materia impositiva le hundió en las profundidades de la impopularidad.
A Macron le gusta que le vean como una persona que actúa rápido contra las críticas. Por eso hizo un brusco giro de 180 grados y afirmó que las bajadas de impuestos empezarían a entrar en vigor a partir del año que viene.
El problema, no siempre abordado en Francia, es cómo pagar esas bajadas de impuestos. De pronto, el Gobierno se vio en la necesidad de encontrar posibles recortes presupuestarios y repartirlos entre ministerios desprevenidos. Los polémicos recortes en el gasto militar son solo un ejemplo, con el agravante de que Macron había prometido desde hace tiempo aumentar significativamente el gasto militar. El Ejército es, de largo, la institución más querida de Francia y Macron ha prometido ahora un aumento presupuestario para el año que viene.
La descripción detallada de todos los recortes se conocerá en otoño, al tiempo que toman forma los planes de Macron para flexibilizar la regulación laboral y facilitar la contratación y el despido de trabajadores. Se trata de un asunto polémico que podría provocar protestas callejeras.
El equilibrio presupuestario no es el único reto para Macron. Su estilo personal de liderazgo está cada vez bajo un mayor escrutinio. La analogía de Júpiter está demostrando ser problemática. Aunque el índice de aprobación de Macron se mantiene comparativamente alto con un 54%, el presidente ha bajado cinco puntos este mes en una encuesta elaborada por BVA para La Tribune. Los encuestados con una mala opinión de Macron citan una “arrogancia” percibida, “autoritarismo”, “desprecio por la clase trabajadora” y una excesiva atención a su propia imagen.
Ahora Macron quiere quitarse rápidamente el sombrero de dios Júpiter. Esta semana visitó por sorpresa a los diputados de su nuevo partido, La République en Marche, y les aseguró que no daría órdenes “al estilo Júpiter”. “Habrá debates difíciles. Serán presupuestarios y serán humanos. Tendremos que negociar entre dos soluciones y elegir la menos mala”, explicó.
Traducido por Javier Biosca y Cristina Armunia