“La palabra 'Rosebud' es quizá la más trascendente del cine, y lo que todos vemos. La riqueza, la tristeza, la infelicidad y la felicidad tocan muchas teclas diferentes. Ciudadano Kane habla de la acumulación y, lo que ocurre cuando esta termina, que no es necesariamente positivo”.
Estas palabras fueron pronunciadas en 2008 por un inesperado crítico de cine llamado Donald Trump. Tal vez se vio reflejado en un espejo. Al igual que Charles Foster Kane en la obra maestra de Orson Welles, Trump era un capitalista fanfarrón y una estrella mediática que se lanzó a la política, su soberbia lo hizo caer y ahora se mueve en una jaula dorada en Florida.
“Se ha convertido en una especie de Ciudadano Kane en Mar-a-Lago”, dice Maggie Haberman, periodista del New York Times ganadora de un premio Pulitzer de Periodismo, analista política de la CNN y autora del libro Confidence Man: The Making of Donald Trump and the Breaking of America, que incluye una foto en blanco y negro de Trump en su portada.
Su analogía plantea la siguiente pregunta: En el caso de Trump, ¿cuál es su “Rosebud”, el trineo de la infancia que simbolizaba la inocencia perdida de Kane? “Su padre es Rosebud, y no creo que sea un momento concreto”, responde Haberman. “No hay un recuerdo concreto de la infancia de Trump que sea la clave. Es una serie de momentos que se entrelazan y que apuntan a su padre”.
Fred Trump era un magnate inmobiliario que se sintió decepcionado por la falta de compromiso de su hijo mayor, Fred Jr, con el negocio familiar. Donald Trump, por el contrario, impresionó a su padre cultivando una personalidad descarada de “tiburón” y se convirtió en heredero. Décadas más tarde, en las primeras semanas de su presidencia, Trump tenía en la estantería detrás de su escritorio en el despacho oval una fotografía: su padre, que seguía observando.
En una entrevista por teléfono desde su coche aparcado en el centro de Manhattan, Haberman reflexiona: “Su padre propició una eterna competencia entre Trump y su hermano mayor Freddie, y los enfrentó. Donald Trump hizo constantes esfuerzos por tener la aprobación de su padre y eso derivó en un estilo de trato con la gente que sin duda era más adecuado para un negocio que para un hogar”.
“Trump reprodujo este estilo en todos los aspectos de su vida. Se convirtió en la forma de tratar con sus propios hijos. Se convirtió en cómo trataba con la gente que trabajaba para él y luego, en la Casa Blanca, hay historias sobre batallas que tendrían sus ayudantes. Mucho de ello estaba predeterminado por el modelo de relación que su padre le inculcó”.
Halagada por Trump
Pero si Trump es Kane, ¿qué personaje cinematográfico sería Haberman, la periodista que siguió a Trump durante la campaña presidencial y su etapa en la Casa Blanca? En una serie de entrevistas con los medios para promocionar el libro, la autora no ha querido ningún tipo de protagonismo. Cuando Trevor Noah, del programa The Daily Show del canal Comedy Central, comparó la relación de la periodista del New York Times con Trump con la de Clarice Starling y Hannibal Lecter en 'El silencio de los corderos', ella argumentó que el expresidente está “obsesionado” con el New York Times “y yo sólo soy la persona que ha cubierto su presidencia más veces”.
Haberman ha entrevistado a Trump en tres ocasiones para poder escribir el libro. Dos en Mar-a-Lago, Florida, y una en Bedminster, Nueva Jersey. En referencia a estos encuentros, Trump hizo el siguiente comentario a su equipo: “Me encanta estar con ella. Es como mi psiquiatra. Nunca he ido al psiquiatra, pero si lo hiciera, estoy seguro de que las sesiones no estarían a la altura de estas entrevistas, ¿verdad?”. Este comentario recuerda a dos personajes de la pequeña pantalla. El jefe de la mafia de la serie 'Los Soprano', Tony Soprano, y a su psiquiatra, Jennifer Melfi. Sin embargo, Haberman prefiere aferrarse a la modestia: “Creo que dijo algo que en realidad no quería decir, quería ser halagador. Es el tipo de cosas que dice sobre su cuenta de Twitter u otras entrevistas. Trata a todo el mundo como si fuera su psiquiatra”.
Pero, ¿hay algo que Haberman haya podido percibir de su trato directo con Trump que el resto de nosotros no podamos ver en la televisión? “Utiliza su personalidad y su físico de una forma que nunca he visto a nadie hacer y puede parecerte encantador y desarmarte cuando lo conoces, sobre todo al principio. Resulta inevitable que también muestre enfado o disgusto”, señala.
Los orígenes del expresidente
Lo que está fuera de toda duda es que Haberman, que acaba de cumplir 49 años, estaba mejor preparada que casi cualquier otro reportero para cubrir a un presidente como Trump. Nació en Nueva York. Sus padres se conocieron porque los dos trabajaban en el New York Post, un tabloide que Trump cortejó durante mucho tiempo. Además, la periodista vivió la mayor parte de su vida adulta en el barrio donde Trump aprendió la mecánica del poder político.
Con la tinta de la imprenta en sus venas, Haberman, una periodista incansable, comenzó su carrera en el New York Post, luego trabajó para Politico y luego, en 2015, empezó a trabajar para el New York Times, donde informar sobre Trump se convirtió en su trabajo a tiempo completo. No le siguió a Washington, pero, con un teléfono pegado a menudo en la oreja, seguía siendo “dueña” del ritmo de Trump desde Nueva York.
Su libro se distingue de muchos otros libros sobre Trump porque ahonda en esta historia compartida y analiza los orígenes del presidente. Según la periodista, para poder entender plenamente a Trump, su presidencia y su futuro político, es necesario que el público conozca los orígenes de Trump, que también son los de Haberman: la “carnicería americana” en estado embrionario [Trump utilizó esta expresión en su discurso alarmista de toma de posesión en 2017].
La periodista lo explica del siguiente modo: “Todo lo relacionado con la presidencia de Trump estaba escrito de algún modo. El pasado es el prólogo del presente y futuro de mucha gente, pero particularmente en el caso de Trump. El presidente terminó mostrando una serie de comportamientos que se vieron aumentados por el mundo del que procedía, el ambiente del que procedía en Nueva York y el sector del que procedía y con el que trataba de medios de comunicación”.
40 años después, mismas actitudes
Este era el turbio mundo de Roy Cohn, un abogado de la mafia, experto en hacer política desde la sombra, más conocido por su participación en la campaña anticomunista del senador Joseph McCarthy en la década de 1950. Cohn fue mentor y abogado personal de Trump al principio de su carrera empresarial y le instruyó en las oscuras artes de atacar a tu acusador, hacerse la víctima, no pedir nunca disculpas y adoptar un enfoque transaccional de las relaciones humanas.
Ya entonces Trump se sentía perversamente atraído por el autoritarismo y la violencia. En 1990, sumido en crisis personales, elogió a China por su mortal represión de los manifestantes prodemocráticos en la plaza de Tiananmen. Su fijación narcisista con los medios de comunicación también estaba ahí. Trump filtró historias sobre sí mismo en las columnas de cotilleo de Nueva York y demostró que podía tener la piel gruesa y la piel fina al mismo tiempo.
Bajo la influencia de su padre y de Cohn, el racismo de Trump no tardó en emerger. En una anécdota, Haberman escribe que, tras divorciarse por segunda vez, Trump salió con una modelo, Kara Young, de madre negra y padre blanco. Le preguntó a un socio: “¿Crees que parece negra?”. Semanas después de conocer a los padres de Young, Trump le dijo que su belleza provenía de su madre y su inteligencia “de su padre, el lado blanco”.
Las actitudes racistas de Trump apenas han cambiado desde el Nueva York de los años 80. Haberman comenta: “Sus referencias a la cultura pop tienden a ser de los años 80 y, ciertamente, su visión de la lucha racial y el crimen se congeló en el tiempo en el Nueva York de los años 80, cuando la tasa de asesinatos en varios momentos rondaba los 2.000 [anuales]”.
“La política racial de Nueva York ha evolucionado, no se ha transformado por completo, pero sí considerablemente, y, sin duda, la tasa de criminalidad ha bajado. Pero Trump sigue evocando un imaginario apocalíptico que le resulta claramente familiar, pero que no refleja necesariamente la situación actual”.
¿Quería ganar?
La prolongada familiaridad de Haberman con Trump hizo que a la periodista le sorprendieran menos que a muchos sus ambiciones políticas. Cubrió su aparición en la Conferencia de Acción Política Conservadora -una reunión anual de los republicanos más a la derecha- en 2011, y señaló en su cobertura para Politico que Trump “fue de lejos el orador mejor recibido”. No se presentó entonces, pero dio el paso en 2015, bajando por una escalera mecánica en la Torre Trump para anunciar su candidatura. “El momento era el adecuado. Sus negocios le aburrían. Se estaba haciendo mayor y se le estaban acabando las oportunidades, pero no creo que esperara ganar. Estaba muy sorprendido”, señala la periodista.
¿Realmente quería ganar? “Le pregunté a alguien cercano a él en abril de 2015, ¿realmente quiere ser presidente o solo quiere ganar? Y su respuesta fue: esa es una muy buena pregunta, que tomé como respuesta”.
Trump sacudió el mundo político al vencer a la candidata demócrata Hillary Clinton y se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos sin experiencia política o militar previa. Retroceder un momento no deja de ser asombroso y nos deja boquiabiertos. ¿Cómo demonios sucedió algo así?
Parte de ello, dice Haberman, fue por la capacidad de Trump para capitalizar la energía sobrante del Tea Party, un movimiento populista de derechas con raíces en la reacción racista contra la victoria de Barack Obama. Otra parte fue la fama de Trump como anfitrión del programa de televisión The Apprentice (El aprendiz). Los votantes se negaron a escuchar hechos que contradecían la percepción que se habían formado en el reality. Y para una parte del país que se sentía alejada de Washington, resultaba atractivo que una persona ajena a la política les dijera que hacían bien en desconfiar del sistema. “Nuestro sistema político está roto. Hace tiempo que está roto. No creo que él lo haya hecho, pero sin duda lo ha alimentado y exacerbado y se ha beneficiado de ello”, dice Haberman.
El momento más impactante
El 45º presidente estuvo a la altura de las expectativas de la periodista. Ella estuvo en el extremo receptor tanto de su insaciable deseo de atención como de sus ataques contra los medios de comunicación que lo cuestionaron. Un mes después de tomar posesión, Trump, mientras desarrollaba una relación simbiótica con el canal Fox News de Rupert Murdoch, acusó al New York Times y a otros medios de comunicación de ser “el enemigo del pueblo estadounidense”.
Haberman comenta: “Con este tipo de expresiones ha puesto a los periodistas en peligro. Líderes autoritarios de otros países han utilizado estas mismas expresiones para dar legitimidad a medidas represivas contra medios de comunicación. No creo que Donald Trump entienda el rol que desempeña la prensa libre en una democracia. No tiene ni idea”.
¿Hubo algo, en medio de la locura de cuatro años de tuits con mayúsculas, contrataciones y despidos, insultos y mentiras, que le chocara incluso a ella? Haberman recoge el día en que Trump, en una rueda de prensa en la Casa Blanca durante el momento más álgido de la pandemia de la COVID-19, tomó la palabra para transmitir la idea de que la lejía podía servir para “desinfectarse del virus”. “Compitió con los médicos porque compite con todo el mundo. Fue un momento bastante llamativo”.
Mientras Trump reflexionaba sobre la utilidad de los desinfectantes como cura milagrosa, la entonces coordinadora de la respuesta al coronavirus, Deborah Birx, guardó un llamativo, y recordado, silencio. Fue un momento que, junto con muchos otros, puso en evidencia a los altos cargos y asesores de la Casa Blanca que permitieron la actitud de Trump, o que no se pronunciaron hasta que fue demasiado tarde. La percepción de Haberman es más benévola con el círculo del presidente. “Muchas personas de su entorno intentaron hacer lo correcto. Muchos estaban preocupados por el país. Muchos se percataron de que Trump no entendía cuál debía ser su gestión como presidente y que no tenía ni idea de lo que representaba”.
Críticas a su trabajo
A algunas personas que han trabajado con Trump se las ha tachado de oportunismo ya que han publicado sus memorias tras su paso por la Casa Blanca. De hecho, Haberman ha sido acusada de no publicar noticias relevantes en el New York Times y reservarlas para que el libro tenga un mayor interés. Algunas personas critican que Haberman explique ahora en su libro que tras la derrota de Trump en las elecciones de 2020, que dieron la victoria al candidato demócrata Joe Biden, el político republicano le dijera a un asesor “no me voy a ir”. Fue precisamente este estado de negación el que lo llevó a promover la noción de que las elecciones habían estado amañadas y generó un clima que culminó con el asalto del Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero; una acción violenta con un balance de cinco personas muertas.
El consultor político Steve Schmidt tuiteó: “¿Era una información importante para el público saber que Trump dijo que no se iba a ir después de perder unas elecciones? Sí. ¿Fue esta información deliberadamente ocultada por la periodista por un motivo económico que priorizó en detrimento de la verdad y del derecho del público a saber? SÍ”.
Haberman niega rotundamente la acusación, diciendo que habría publicado un artículo con esa afirmación si hubiera podido confirmarla en su momento, pero que solo la obtuvo mucho después de que Trump dejara el cargo. Cuando, durante la investigación para el libro, consiguió una primicia sobre que Trump aparentemente intentaba tirar documentos por un inodoro de la Casa Blanca, alertó al Times y lo publicó de inmediato.
“Los libros llevan tiempo. Son un proceso de volver a entrevistar a muchas personas y volver a analizar hechos que han sucedido. Me dediqué a este libro de una forma mucho más intensa después de febrero de 2021 y del segundo proceso de destitución. Mi objetivo era tener información confirmada y que se pudiera publicar lo antes posible y, si hubiera sabido estas cosas en tiempo real, y las hubiera podido confirmar, las habría publicado.”
Para escribir este libro ha hablado con 250 personas, algunas de las cuales estaban más dispuestas a hablar por un libro que por un artículo que se publique de un día para el otro. Hay dos preguntas que no le hizo a Trump pero que ahora desearía haberle hecho. ¿Se planteó Trump alguna vez un sistema de escuchas en la Casa Blanca? (es un admirador del expresidente Richard Nixon) ¿Le preocupó alguna vez la seguridad del vicepresidente Mike Pence? (Hubo cánticos de “¡Cuelga a Mike Pence!” el 6 de enero de 2021, durante el asalto al Capitolio).
El futuro
Puede que nunca tenga la oportunidad. Haberman y Trump no han hablado desde la publicación del libro. ¿Le preocupa a ella que su relato de 508 páginas, un veredicto condenatorio para la posteridad, haya roto la relación? La periodista es contundente: “No es una relación. Es alguien a quien cubro y le cubriré tanto si me habla como si no me habla”.
O puede demostrar que él la necesita más que ella a él. Si Trump puede sobrevivir a una serie de investigaciones federales, estatales y del Congreso para presentarse de nuevo a la presidencia en 2024, Haberman sería seguramente la periodista del New York Times que más lo cubra. “No lo sé. Tal vez. Ahora mismo solo quiero dormir un poco”.
Así que Haberman dijo a Politico el mes pasado que su trabajo es a la vez su maldición y su salvación, un comentario que insinuaba, si no su propio Rosebud, la constatación de que aún no está desvinculada del hombre al que entiende mejor que nadie. “Me encanta mi trabajo y me encanta lo que hago, pero no desconecto. Cuando cubres a alguien que tampoco desconecta, eso puede ser un problema”.
Traducción de Emma Reverter