Opinión

Para la mayor parte de la humanidad la pandemia no ha terminado

30 de agosto de 2021 23:06 h

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La variante delta del virus Sars-CoV-2 está causando grandes problemas en todo el mundo. Se calcula que es al menos el doble de contagiosa que el virus original, y está desafiando las medidas que los gobiernos tomaron en 2020. Tailandia y Corea del Sur constatan un aumento de casos y de muertes, después de haber gestionado con éxito la pandemia en sus respectivos países el año pasado. Nueva Zelanda y Australia han optado por decretar un confinamiento.

Los países de renta baja y media se esfuerzan por evitar que sus hospitales se colapsen. La variante delta ha cambiado el juego radicalmente: es prácticamente como lidiar con un virus completamente nuevo.

Sin embargo, mientras que la mayor parte de la humanidad sigue luchando contra la pandemia, en Reino Unido parece que casi hemos vuelto a la normalidad. En Londres, las discotecas están llenas de gente que sale de fiesta y se divierte sin ningún tipo de preocupación. La programación de festivales se ha mantenido con decenas de miles de juerguistas. Tras la incesante cobertura diaria de los medios de comunicación, ahora la pandemia ha desaparecido de las portadas, pasando a un segundo plano. Al observar esto, da la sensación de que para la mayoría de ciudadanos la pandemia ya es historia.

La vacunación ha marcado el antes y el después. Cuando se comunicaron los resultados de los primeros ensayos de la vacuna, se constató que la eficacia del tratamiento era mucho mayor de lo esperado. Y los primeros estudios realizados en Escocia indicaron que la vacuna de Pfizer era incluso eficaz para detener la transmisión. Esto dio esperanzas reales de utilizar una vacuna para suprimir el virus o alcanzar un umbral de “inmunidad de rebaño” en el que el virus dejaría de circular.

Es cierto que la variante delta ha vuelto a cambiar el panorama. Aunque las vacunas siguen siendo increíblemente efectivas para frenar las muertes y los casos más graves, los que están doblemente vacunados pueden seguir infectándose con la variante delta y transmitirla a sus contactos. Pero la métrica importante es la conversión de casos: el número de casos de COVID-19 en la comunidad que se traducen en ingresos hospitalarios.

Cuando el virus irrumpió en China, las estimaciones eran de alrededor del 20%. La ampliación de las pruebas para detectar los casos asintomáticos hizo que se redujera al 13%, y las vacunas han conseguido reducirlo aún más, hasta el 3-4%.

Sin embargo, estos problemas son mínimos si se comparan con el desastre en países como Indonesia, India, Nepal, Perú y Brasil. Los hospitales se han colapsado en varias regiones, las camas sólo están disponibles si alguien muere, y la escasez de oxígeno está causando muertes generalmente evitables incluso en personas jóvenes.

En junio, se informó de que 30 pacientes de una unidad de cuidados intensivos de Uganda murieron en una noche, ya que se agotó el suministro de oxígeno. Miles de personas han muerto en sus hogares, y se han formado equipos de voluntarios civiles para ayudar a llevarse sus cuerpos y dar apoyo a las familias de los fallecidos.

¿Qué se puede hacer para ayudar y apoyar a estos países? A corto plazo, es vital hacer llegar a los países recursos sanitarios como personal especializado, oxígeno, respiradores y más camas. Además, instituciones como el Banco Mundial han apoyado financieramente a los países que decretaron medidas de confinamiento con ayudas económicas para los que no pueden trabajar. Pero estas son de nuevo medidas a corto plazo, dado que la variante delta seguirá extendiéndose.

La cuestión más importante es que estos países necesitan más vacunas para poder proteger primero a sus trabajadores sanitarios y sociales, luego a sus ancianos y grupos vulnerables, y finalmente pasar a la protección a gran escala de sus poblaciones. Básicamente, necesitan replicar la estrategia de Reino Unido, pero en un contexto de miles de millones de personas, no de millones. Y tienen que hacerlo frente a un virus que evoluciona con rapidez y que está causando estragos cada día que pasa.

El principal cuello de botella para conseguirlo ahora mismo está en la cadena de suministro. La solución propuesta por los países ricos y las empresas farmacéuticas es un mecanismo de donación: los países ricos se comprometieron a donar dinero y dosis a una iniciativa internacional, Covax, que luego las distribuyó por todo el mundo. Como alternativa, los países ricos podrían donar directamente las dosis a su país de elección.

Como se reconoce de forma generalizada, este modelo filantrópico ha fracasado. En un contexto de escasez de vacunas, los países ricos se quedaron con sus dosis y no las compartieron. Esto se repite ahora con la decisión de dar dosis de refuerzo (terceras dosis) en los países ricos, mientras que los países más pobres siguen esperando las primeras dosis. Y no es de extrañar: ya sea con anteriores epidemias de ébola o de gripe porcina, los países ricos siempre se cuidan primero a sí mismos, y luego se ocupan del resto del mundo.

¿Qué significa esto de cara al futuro? Significa que tenemos que alejarnos del modelo de caridad y acercarnos a uno en el que las regiones puedan producir suficiente suministro para sus propias poblaciones, idealmente desde centros de producción locales.

Esto supone instalar fábricas en lugares estratégicos en todo el mundo, hacer las inversiones necesarias en transferencia de tecnología y capacidad humana, y estar preparados para aprobar exenciones de emergencia en materia de propiedad intelectual para que la fabricación pueda realizarse sin la habitual protección de patentes. El Banco Mundial, y los países más ricos, deberían ayudar a estos países a ser autosuficientes, en lugar de permanecer en el modelo de dependencia del siglo XX.

Si miramos a lo que queda de año, vemos que surgen en paralelo un relato distinto para dos pandemias. Los países ricos se han avanzado a la realidad y hacen ver que la pandemia ha terminado. Los países pobres han sido ignorados, una vez más, y se esfuerzan por ver cómo terminar el año sin perder vidas continuamente y que la magnitud del desastre sea mayor.

Devi Sridhar es profesora y presidenta de la Unidad de Salud Pública Global de la Universidad de Edimburgo.

Traducción de Emma Reverter.