ENTREVISTA | Benicio del Toro

“Separaron a las familias inmigrantes como si fueran criminales”

Lanre Bakare

Cuando Benicio Del Toro pisaba la alfombra roja la semana pasada por el estreno de 'Sicario: el día del soldado', le preguntaron acerca de la decisión de la Administración de Trump de separar de sus padres a los hijos de inmigrantes sin papeles. “¿Qué moral hay dentro de ese monstruo como para separar a los niños de sus padres?”, se preguntó Del Toro sobre Donald Trump. También dijo estar “horrorizado” por lo que estaba pasando, que calificó de “inmoral”. Su nueva película, secuela de ‘Sicario’, se ha convertido en un imán para una de las mayores historias políticas del año.

Nacido en Puerto Rico hace 51 años, Del Toro sigue con ganas de pelea una semana después del estreno. Pide moderación al Gobierno de Estados Unidos (la Casa Blanca ha dicho que se detendrán las separaciones) y encontrar una solución de sentido común. “Es increíble que, cuando me toca hablar con los periodistas sobre esta película, la historia mundial más importante del momento sea lo que el Gobierno está haciendo a esas familias”.

“Para ser honestos, tenemos que empezar con la premisa de que (los migrantes) violaron la ley”, dice. “Pero son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Los han tratado como a culpables. Separaron a familias como si fueran criminales. Hay que esperar, mantenerlos juntos y hacer una investigación. Algunas de esas personas merecen una segunda oportunidad para comenzar sus vidas en un nuevo lugar como Estados Unidos”, afirma.

“Están huyendo de circunstancias realmente malas, están desesperados, esperan una vida mejor. Eso no tiene que ver con 'Sicario'”, dice con prudencia Del Toro. Pero lo cierto es que la película trata de la importancia política de esa frontera y también de su relevancia para las bandas de narcotraficantes. ¿De verdad no tiene nada que ver? “Puedes retorcer las cosas en el sentido que quieras. Yo no creo que 'Sicario' esté diciendo nada”, insiste.

La filmografía de Del Toro dice mucho sobre un tema en concreto: la guerra contra las drogas. Su relación con el género comenzó hace mucho. La gran oportunidad llegó en 1989 con 'Licencia para matar', la segunda y última película en que Timothy Dalton interpretó a James Bond. Del Toro tenía entonces 21 años y le tocó interpretar a un secuaz de un cártel que termina aplastado por un molino de cocaína de tamaño industrial. No fue precisamente sutil. Le pagaron 40.000 dólares por el papel y luego se quedó sin trabajo durante un año, que aprovechó para ver las películas de Fellini y Kurosawa.

Cuando reapareció en los años noventa, lo hizo interpretando todos los personajes del mundo de las drogas: el hombre que vende las drogas, en 'Escobar: Paraíso perdido'; el que roba las drogas, en 'Sospechosos habituales'; el que consume las drogas, en 'Miedo y asco en Las Vegas'; el policía que trata de detener las drogas, en 'Traffic'; el ejecutor del cártel, en 'Salvajes'; y el que caza a los ejecutores del cártel, en 'Sicario'.

“Se ha convertido en un género, si te fijas”, dice Del Toro. “Tal vez 'Easy Rider' fue una de las primeras películas en tocar el tema de alguna manera, pero se vio más claramente en 'The French Connection' (de William Friedkin) y 'Scarface' (El precio del poder, de Brian De Palma]. Se están convirtiendo en los nuevos westerns”.

“Si lo piensas, esa película de Bond también tenía que ver con el género del que estamos hablando. James Bond se pelea con el cártel. Y eso fue en 1989. Es un tema que lleva mucho tiempo”.

De todas sus películas sobre la guerra contra las drogas, tal vez la mejor sea 'Sicario', estrenada en 2015. Veinticinco años después de que Dalton luchara en solitario contra un cártel y armado con poco más que su flema británica, el 'Sicario' de Denis Villeneuve reinventó el thriller narco. Mientras la serie 'Narcos' de Netflix se centra en los personajes que impulsaron la violencia, 'Sicario' deja al descubierto las medidas tomadas por el Gobierno de Estados Unidos en una guerra aparentemente imposible de ganar y lo que sucede cuando se ve involucrada en esa guerra una persona con código ético.

En ‘Sicario’, la actriz Emily Blunt interpreta a una novata del FBI que termina en peligro. Alejandro Gillick, el personaje de Del Toro, es un antiguo abogado del cártel al que el deseo de venganza ha convertido en agente de la CIA y asesino, con Josh Brolin como su despiadado controlador. Desde la espeluznante escena de apertura con una matanza del cártel, hasta los grandes escenas en ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México, la película es una potente combinación de violencia extrema, traiciones y actualidad.

Cuando se supo que Blunt y Villeneuve no participarían en ‘Sicario: el día del soldado’, los aficionados y la crítica temieron que la secuela no estuviera a la altura del original. Del Toro también lo pensó. “En mi opinión, la primera estaba bien armada y cumplió muy bien con su objetivo”, dice. “Así que estaba un poco preocupado y luego, cuando oí que Denis no iba a poder hacerlo, fue un poco como una señal de alarma”.

Para dirigirla contrataron a Stefano Sollima, director de la serie ‘Gomorra’. El guión sigue el patrón y el ritmo del original, también escrito por Taylor Sheridan. Pero el debate en torno a la película no tiene que ver con la violencia que exhibe, ni su machismo nihilista o los cárteles de la droga, sino sobre la inmigración en la frontera entre México y Estados Unidos.

Del Toro ha dicho en alguna ocasión que no se considera “demasiado político”. ¿Ha cambiado su postura ahora que lo hacen hablar de la inmigración en Estados Unidos?

“¿Has visto mi carrera?”, pregunta. “¿Has visto lo que hago? Vamos... A veces se dicen cosas y se ponen fuera de contexto. Soy político y no lo soy. Soy un ser humano. Si consiguieron poner a un hombre en la Luna, tiene que haber alguien capaz de organizar esto”.

Varias pistas indican que Del Toro no se siente especialmente cómodo hablando sobre el tema de la separación de los niños (él y Kimberley Stewart son los padres de Delilah, una niña de seis años). A lo largo de su carrera, Del Toro se ha conformado con que sea su trabajo el que hable, y sólo en raras ocasiones ha dejado oír su voz, como cuando dijo que era partidario de la legalización de la marihuana.

“El whisky es igual al ron, si bebes mucho, vas a tener resaca”, dice. “Con las drogas es más complejo. La marihuana no es igual a la heroína. La marihuana no es igual a la metanfetamina, así que la cosa es un poco más complicada”.

Un artículo reciente sobre Del Toro le describía como “el James Cagney de las películas sobre la guerra contra las drogas”. Pero en persona Del Toro se parece a sus personajes más iconoclastas, como Fenster, el encapuchado susurrante de ‘Sospechosos habituales’, o como Jack Rafferty, el policía convertido en zombi de ‘Sin City’.

Del Toro es un hombre alto (en otra época fue una promesa del baloncesto), pero no imponente. Viste un traje con corbata del que parece estar luchando por salir. En alguna ocasión ha admitido que quería entrar en la liga de Sean Penn, Gary Oldman y Mickey Rourke: actores duros y masculinos que vas a ver sea cual sea la película que hagan.

“Todavía los admiro”, admite, pero no dice si se siente ya en su categoría. “No sé, creo que eso lo tendría que decir otra persona”. En realidad, Del Toro es más cool que todos ellos, sin la mitad de su bagaje. Si ser un fan de Oldman equivale a ser hincha del Manchester United, ser un fan de Del Toro es como apoyar al St Pauli de Hamburgo, un equipo en la periferia del fútbol, con la calavera y los huesos cruzados en su bandera.

Esa forma lacónica de arrastrar las palabras tan suya no hace más que aumentar su atractivo, aunque a veces sea difícil entender qué dice. Cuando le pregunto sobre la transformación de Alejandro, de asesino a salvador en ‘Sicario’, se sale por una tangente llena de contradicciones y digna de Fenster. “El hecho de que empieces a hacer las cosas bien no implica que me vaya a olvidar de tu pasado”, dice cogiendo un martillo imaginario. “No voy a perdonarlo, tal vez le perdone la vida o reduzca su sentencia, pero aún así tendrá que ir a la cárcel. Si yo fuera su juez... no juzgo a mis personajes. Bueno, yo sí, pero no. Quiero decir, lo estoy juzgando ahora porque puedo hacer lo que me dé la gana... Trato de entenderlo”.

Del Toro se concentra cuando consigues llevarlo a un tema que le moleste. No le agrada la forma en que algunos periodistas han interpretado la segunda parte de ‘Sicario’. “Me hablan de ‘Sicario’ como si fuera un documental”, dice. “Una persona me acaba de decir que mi película es exactamente lo mismo que está pasando ahora (en la frontera), que tomo a una niña y la separo de su padre. Y yo le he contestado: ‘No, no, no, yo secuestro a la niña, eso es muy diferente’”.

Del Toro ha tenido el mismo problema antes. Tras protagonizar la adaptación de ‘Miedo y asco en Las Vegas’, escrito por Hunter S. Thompson, haciendo de Oscar Zeta Acosta (el exhausto abogado del periodista, también conocido como doctor Gonzo), Del Toro se ganó una desagradable reputación. Para interpretar su papel subió de peso comiendo 16 donuts al día durante dos meses. “Subí de peso estúpidamente en ocho semanas”, recuerda. “No lo hice con un preparador. Lo hice al estilo macho, al estilo estúpido. Subí de peso muy rápido y me llevó un tiempo perderlo”.

“Así que durante ese tiempo, cuando salía del trabajo, iba a reuniones y la gente me veía y decía: ‘Oh Dios mío, este tipo se ha venido abajo’. No habían visto la película, no sabían lo que estaba haciendo. Si algún productor me veía caminando hacia un 7-Eleven podría decir: ‘¿Ese era Benicio Del Toro? Lo vi la semana pasada. ¿Qué le pasó?’”.

Según Del Toro, una combinación de “chismes y mentiras” hizo que muchos en la industria lo vieran como una apuesta insegura por un supuesto problema con la bebida y las drogas. “En Hollywood, la gente puede ser tan crédula como en cualquier otro sector”, dice. “El hecho de que se dediquen a hacer ficciones no les impide creerse las ficciones. Lo cierto es que, después de que traté de conseguir un par de trabajos, lo que escuché fue que la gente no me quería. ‘Sabemos que tiene un problema con la bebida, y sabemos que tiene un problema con las drogas’, era la reacción. Y sólo lo decían porque habían visto ‘Miedo y asco en Las Vegas’. Tal vez tenga que tomarlo como un cumplido”.

Del Toro logró revertir la tendencia. En 2001 ganó el Oscar al mejor actor de reparto por su papel como Javier Rodríguez, el policía mexicano y con principios de ‘Traffic’ (la epopeya de Steven Soderbergh sobre la guerra contra las drogas). Siete años después ganó el premio al mejor actor en Cannes por el papel del Che Guevara en la película de dos partes sobre su vida. Se forjó una reputación como un actor capaz de dar profundidad a personajes de narcos aparentemente sencillos.

Una elección deliberada a la que contribuyó Denzel Washington. “Denzel es uno de esos actores que ha tenido que lidiar con todos esos estereotipos”, dice Del Toro. “Es una experiencia interesante. Siendo latino, me fijé en su carrera para ver cómo se encajan esos estereotipos y se les da la vuelta”.

En otras ocasiones, Del Toro ha aludido al encasillamiento contra el que ha luchado a lo largo de su carrera. En 2004 dijo que “preferiría interpretar al chico que conduce un descapotable con gafas de sol y que al final se lleva a la chica”. Al principio de su carrera, alguien trató de cambiar su nombre por el de Benny Dell, “porque no era Smith, o Anglo, o lo que fuera”.

¿Sigue sin interesarle una comedia romántica? “No me importaría hacer algo ligero, pero va a ser difícil”, dice. “Para empezar, esos papeles no me suelen llegar, pero (las películas) sobre tipos en conflicto con cosas a punto de explotar sí me llegan. ¿Por qué? Se podría decir que me encasillaron o que es por la forma de mis ojos. Se pueden decir muchas cosas. No me importa. Las cosas buenas son buenas, no me importa cómo se presenten”.

Termina la entrevista y Del Toro me pregunta sobre la camiseta que llevo. Le digo de dónde viene y me dice: “Déjame que te pregunte una cosa, cuando te la pusiste, ¿sabías que te la estabas poniendo?”. Sí, respondo, sin entender dónde quiere llegar. “Melania Trump sabía lo que se ponía cuando se subió a ese avión”, dice refiriéndose a la chaqueta de Melania que tenía escrito en la espalda ‘realmente no me importa, ¿a ti?’.

Detrás de todos los titubeos y cambios de opinión, Benicio Del Toro también sabe exactamente lo que está haciendo.

Traducido por Francisco de Zárate