Los residentes de la ciudad australiana de Melbourne amanecieron este jueves con las medidas de confinamiento de nuevo en vigor. Una reedición de un encierro más sencillo y más complejo al mismo tiempo.
Se hace más fácil porque las rutinas de trabajo a distancia ya están implantadas y porque ahora la gente sabe cómo va a ser. Pero ese segundo factor es también el que lo hace más difícil: esta vez los ciudadanos de Melbourne ya saben lo que les espera.
Se acabó el optimismo que acompañó en marzo a las primeras medidas de confinamiento de Australia, cuando la gente hablaba de aplanar la curva, experimentaba horneando masa madre y compraba puzzles para sus hijos después de que el primer ministro los incluyera en el grupo de productos “absolutamente esenciales”.
La curva se aplanó, se doblegó y luego rebotó. Los puzzles ya están completados y los niños que preparaban su primer confinamiento como una aventura divertida ahora tienen ansiedad. Una vez más, las vacaciones han sido canceladas.
Los ciudadanos han regresado al confinamiento con una mezcla de alivio y resignación, tristeza y rabia, después de que el estado de Victoria, al que pertenece Melbourne, registrara el mayor incremento diario hasta la fecha en el número de casos de coronavirus.
Las órdenes de permanecer en casa a lo largo de esta tercera etapa se aplicarán en el área del Gran Melbourne y en la comarca de Mitchell. Se prohíbe a los residentes la salida del hogar a menos que sea para hacer compras esenciales, para ir a la consulta médica o a recibir cuidados, para hacer ejercicio, para trabajar y para estudiar cuando no lo puedan hacer a distancia.
Son duras, pero mucho menos que las difíciles condiciones de encierro impuestas a las 3.000 personas que viven en nueve bloques de viviendas públicas dentro de Melbourne. Muchos de los que comentaron sus preocupaciones con el periódico The Guardian en Australia se refirieron en primer lugar a esas torres. Si sus habitantes pueden pasar esto, dijeron, el resto también tiene que poder.
Una ciudad al límite
Otra novedad es la acritud en el discurso público que no existía en marzo. Existe también un deseo de asignar responsabilidades al Gobierno del presidente de Victoria, Daniel Andrews, por fallos en el control de contagios dentro de los hoteles habilitados para cuarentenas. También se ha querido responsabilizar a los manifestantes del movimimiento Black Lives Matter (por mucho que se haya negado una y otra vez la existencia de contagios derivados de las protestas) y a las comunidades pobres y migrantes, culpabilizadas por el aumento de contagios entre familias.
Esta crispación tiene que ver con la frustración tanto como con el miedo. La transmisión comunitaria en Australia no había sido tan alta ni siquiera en el peor momento de marzo. El riesgo ahora es mayor.
“Supongo que esta vez la sensación es de algo más cercano, la sensación es más claustrofóbica”, explica una persona a The Guardian. “No es el confinamiento sino la idea de que este brote, si continúa, podría meternos de lleno en lo que hasta ahora veíamos como cosas que ocurrían en otros países... Tengo miedo de que nos quedemos desprotegidos”.
Jordan Janssen perdió recientemente a su abuelo. No poder pasar tiempo con su dolida abuela debido al confinamiento, dice, es “extremadamente difícil”. Janssen se identifica como un “gran seguidor” de Daniel Andrews, pero dice que las chapuzas cometidas en el hotel de las cuarentenas le hicieron pensar que este brote, y el confinamiento que le siguió, podían haberse evitado.
“Este encierro se siente diferente”, dice. “Sigo estando completamente seguro de que esta es la decisión acertada, pero haber disfrutado de un poco de libertad y tener que dar marcha atrás es definitivamente más difícil”, explica.
Para algunos, los pilares que estaban ahí durante el primer encierro han desaparecido. Una mujer cuenta que lo pasará esta vez como madre soltera, después de que su relación sentimental se disolviera en el anterior. Otra mujer perdió en mayo a su gato, después de 14 años y de convertirse durante el primer confinamiento en su principal compañía. Como muchas otras personas solteras, se enfrenta ahora a seis semanas sin un contacto significativo con otro ser humano.
Ellen Sowersby enfrenta su segundo confinamiento como madre soltera de gemelos de cuatro años. Tener que explicarles de nuevo que no pueden ver a la familia o ir al patio de recreo, dice, es “muy triste”. “Ser madre sola durante una pandemia es difícil. Tengo una pareja maravillosa, pero él vive en otra casa. Así que a veces te sientes bastante sola cuando toda la presión de mantener a tus hijos seguros y felices recae sobre tus hombros. Es despiadado”.
Los niños no están bien
Bec Blakeney dice que su hija de siete años “pasó bien” el primer encierro, pero que ahora no está bien. “Hace poco revisé lo que puso en su frasco de preocupaciones y encontré 'tener un coronavirus' y 'no volver a ver a mis amigos'”, dice.
El hijo de Jen Askhams se las arregló con las clases a distancia la última vez, pero esta vez está “muy triste y preocupado”. Socializar con el Zoom no es lo ideal en ningún caso y muy difícil cuando tienes siete años. “Le oí llorar en silencio en su habitación esta mañana y fue desgarrador”, dice Askhams. “Hemos tenido que explicarle que todavía no sabemos qué pasa con el colegio, podría haber clases a distancia, clases presenciales o alguna otra combinación”.
Para los niños de más edad también es difícil. La hija de Mel está en el curso 12 [entre 17 y 18 años] y le estresa la posibilidad de seguir con clases presenciales después de que en su escuela de secundaria se confirmaran algunos casos de coronavirus. Según Mel, le fue bien durante el encierro y se tomó el regreso al colegio como algo “increíblemente estresante”. Como estudiante del Victorian Certificate of Education [el programa de secundaria que siguen casi todos los futuros estudiantes universitarios], debe permanecer en el colegio y si estudia en casa no cumplirá con los requisitos de asistencia.
“El debate está centrado en lo mucho que estos estudiantes echan de menos a sus amigos y en lo bien que les vendría volver a la escuela, pero hay un grupo de niños verdaderamente preocupados por estar allí en persona que prefieren trabajar desde casa, donde están más tranquilos”, sostiene Mel.
El hijo de Patrick Stafford asiste a una escuela especializada [con énfasis en programas de arte o de deportes]. Según Stafford, la decisión de mantener abiertas estas escuelas durante el presente confinamiento ha sido un “salvavidas”. “Conciliar el trabajo con él era increíblemente difícil”, dice. “Tener las escuelas especializadas abiertas hace que este confinamiento sea mucho, mucho, mucho más fácil.”
Otros niños están tristes por la pérdida de los deportes de invierno. Jane dice que su hijo de ocho años está más disgustado por el hecho de que su temporada de fútbol haya terminado antes de que pudiera jugar un solo partido que por regresar a las clases a distancia.
Mantenimiento del empleo y búsqueda de trabajo
Jane y su marido han sentido el recorte de personal en el sector universitario. Ella trabaja como redactora freelance, con una universidad como principal cliente y él es académico. No son las únicas personas que han expresado su preocupación por la desaparición de las pocas oportunidades de trabajo que les han sostenido desde marzo.
Los que perdieron su trabajo con las primeras medidas de confinamiento en marzo están pasando dificultades por el regreso de las restricciones para recibir subsidios de desempleo y aterrorizados ante la perspectiva de que los pagos se reduzcan en septiembre de 1.100 dólares a 565 dólares por quincena.
Aún no se sabe si tras el repunte de Melbourne se extenderá la ampliación de los pagos a solicitantes de empleo o el pago quincenal a asalariados más allá de septiembre. “Si se reduce el pago por búsqueda de empleo, por poco que sea, estoy jodido”, afirma Jay Coonan. “No puedo compensar la diferencia de ingresos”.
Coonan dice que se ha acostumbrado a quedarse en casa y que no puede permitirse salir, pero que echará de menos las visitas a sus amigos. También está frustrado por la “descarada politización partidista que tanto el Partido Laborista como el Partido Liberal han hecho de los pobres”.
Un hombre de 21 años asegura que teme perder la paga con que el Gobierno ayuda a mantener a los asalariados. “Espero que estemos fuera del confinamiento para entonces, eso es lo que realmente no me deja dormir”, dice. Se siente “muy triste”, pero “no enfadado”. “Podría ser mucho peor pero siento que he desperdiciado encerrado en casa uno de los mejores años de mi juventud”.
Otra mujer cuenta que está furiosa. “Parece que unos pocos descuidados han deshecho todo el trabajo duro y el sufrimiento que pasamos”, dice. “Perdí mi trabajo y buscar empleo ahora mismo es descorazonador. Estoy muy preocupada por mi futuro. Vivo sola, no tendré muchas opciones para ver a otras personas y tendré que pasar sola mi cumpleaños. No las tengo todas conmigo por cómo irá mi bienestar mental y me cuento entre las afortunadas”.
Traducido por Francisco de Zárate