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Entrevista
Nanaia Mahuta está sentada en su oficina, situada en los pisos superiores del parlamento de Nueva Zelanda. Es un día ventoso de otoño, pero el sol brilla del otro lado de su ventana. El estante a sus espaldas está lleno de objetos y recuerdos, muchos son regalos de distintas partes de Nueva Zelanda y del Pacífico. “Pregúnteme por cualquiera de ellos”, dice. “Cada uno tiene una historia”.
En el estante inferior descansa el bastón tallado que perteneció a su difunto padre, Sir Robert Mahuta. Fue de él, y de su madre, de quienes Mahuta aprendió a practicar la política. Sus recuerdos más tempranos sobre esto son de cuando su padre luchaba contra la construcción de la monolítica estación eléctrica en Huntly, cuando ella tenía tan solo ocho años. “Crecí y fui criada en un ambiente donde la política y las aspiraciones tribales por desarrollarse y acceder a oportunidades a través del desarrollo económico eran la norma”, dice Mahuta. “Era la conversación que teníamos dentro de nuestra casa, alrededor de la mesa”.
Era una lucha entre David y Goliat – una de las muchas que Mahuta atestiguó. Más tarde, su familia estuvo al frente cuando los maoríes lucharon para que el gobierno de Nueva Zelanda pagara indemnizaciones por la confiscación masiva de tierras indígenas. Su padre fue el negociador encargado por la tribu Waikato Tainui en la búsqueda de reparaciones por las tierras robadas y las atrocidades cometidas durante la colonización. Su éxito se tradujo en ser el primer acuerdo de estas características en la historia de Nueva Zelanda: 170 millones de dólares por las tierras robadas, y una disculpa formal de la reina.
Siendo todavía una joven adolescente, Mahuta estaba tras bambalinas, observando y ayudando con la investigación. “Hacíamos tazas de té”, dice, “y veíamos cómo sucedían las reuniones a nuestro alrededor, y escuchábamos, empezamos a socializar con los desafíos de nuestra época”.
Ahora, Nueva Zelanda lucha en el paisaje global contra una buena cantidad de Goliats. Los años que pasó en esas negociaciones han preparado a Mahuta para la tarea de representar al pequeño país insular en un escenario mundial cada vez más difícil.
A seis meses de haber asumido su papel como ministra de Exteriores de Nueva Zelanda, Mahuta se enfrenta a un ecosistema político lleno de desafíos. Su país está intentando mantenerse por encima de la disputa entre China, de quien depende comercialmente, y sus aliados tradicionales diplomáticos y militares – Australia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos.
La posición actual de Nueva Zelanda, de mantener una relación comercial fuerte con China, mientras se permite un margen para criticar sus violaciones de derechos humanos, se vuelve cada vez más difícil de mantener. También hay turbulencias más cerca de casa. La relación del país con Australia, su aliado más próximo y antiguo, se ha vuelto tensa por los conflictos en torno a la deportación de residentes nacidos en Nueva Zelanda. En el Pacífico, la crisis climática amenaza el futuro de los pequeños países insulares. Y, por doquier, la COVID-19 ha interrumpido las formas tradicionales, cara a cara, de llevar las relaciones de política exterior.
Es un terreno difícil de vadear. Y el Gobierno de Nueva Zelanda depende de que las habilidades que Mahuta ha practicado durante varias décadas – una política de negociación, reconciliación y reconocimiento de desequilibrio del poder – le sirvan al país internacionalmente.
Como una de las legisladoras más experimentadas del Gobierno laborista, Mahuta tiene conexiones profundas con el movimiento Kingitanga -la monarquía maorí-, y una trayectoria en la negociación de arreglos entre los maoríes y la corona. “Ella está acostumbrada a negociar, y no suele hacerlo desde una posición de fuerza abrumadora”, dice Ben Thomas, columnista político y antiguo consejero nacional del ministro a cargo de acordar los tratados. “Eso está obviamente alineado con la posición de Nueva Zelanda en el orden internacional: no somos un país que pueda ejercer mucho poder a través de la política real o de nuestros poderes militar o económico. La nuestra ha sido, casi por definición, una diplomacia blanda”.
El columnista y antiguo director de campaña laborista Shane Te Pou lo describe como “un tipo de negociación donde no se trata de que gane yo o que ganes tú, se trata de que ganemos nosotros. Y es una forma de diplomacia que la ha llevado a donde está”.
Siendo la primera mujer indígena en ocupar el cargo ministerial en Exteriores, la designación de Mahuta llegó a los titulares internacionales. Cuando aceptó el puesto, dijo que traería una perspectiva indígena a la política exterior: “Nadie debería subestimar el significado que tiene para otros pueblos indígenas del mundo verla en esa posición”, dice Annabelle Lee-Mather, productora ejecutiva de The Hui, que documenta la política y los acontecimientos recientes para los maoríes. “Una wÄhine [mujer maoríi] con un moko kauae [tatuaje facial sagrado] – es algo poderoso para todos los pueblos indígenas”.
En los últimos seis meses ha construido una imagen más clara de cómo será esa perspectiva indígena a la política exterior. Mahuta optó por pronunciar su primer gran discurso como ministra de Exteriores en Waitangi, el sitio donde fue firmado el tratado fundacional entre los maoríes y los colonos británicos. Allí delineó cómo esa alianza – y el largo camino a la reconciliación que vino después – daría forma a la aproximación que el país tomaría en el escenario mundial.
Mahuta contó a The Guardian que Nueva Zelanda puede ofrecer a otros algo de ese acercamiento a la reconciliación. “Creo que podemos ofrecer esa experiencia a otros países que tengan poblaciones indígenas – no como un patrón, sino como una forma de pensar cómo realizar la autodeterminación, pero también sabiendo que no hay nada que temer”.
Esa experiencia, dice ella, también ofrece un punto de vista para abordar las tensiones internacionales de una manera más amplia. “Son desafíos a largo plazo. No vamos a resolver estos asuntos de un día para el otro. Pero, ¿cómo podemos trabajar juntos? En esa asociación discursiva es donde estamos actualmente. Y creo que eso es algo bueno”.
En la política neozelandesa, Mahuta ha cultivado la reputación de ser una trabajadora tenaz y una triunfadora silenciosa.
“Creo que Nanaia – y no lo digo en un sentido peyorativo – es una fanática del diseño de políticas”, dice Te Pou. “Comprende los problemas, ha leído los informes”.
Te Pou tuvo esa impresión hace ya 26 años, cuando estaba en el panel de selección para la primera candidatura política de Mahuta. Prefirieron a un candidato mayor y más experimentado para el puesto, pero Mahuta hizo una presentación pulida y profundamente fundamentada. “Tuvo un gran efecto en el panel de selección, y nos conquistó con la robustez de su intelecto y su oratoria,” dijo. En las décadas que pasaron desde entonces, esa impresión se ha asentado.
“Nanaia me da la impresión de ser alguien absolutamente dedicada a su trabajo,” dice Lee-Mather. “Alguien que no está allí con la actitud de 'fingir hasta lograrlo' con la cual muchos políticos llegan al parlamento. Está muy enfocada en su mahi [trabajo], es atenta al detalle, tiene expectativas muy claras sobre lo que quiere alcanzar.
“A la vez, tiene una convicción férrea y nadie podrá obligarla a resignarse”.
Esa convicción puede resultar necesaria en el intento de Nueva Zelanda de establecer su independencia de actores internacionales poderosos.
En marzo, Nueva Zelanda fue criticada por los miembros del Parlamento británico por decir que al país le resultaba “incómoda” la expansión de las competencias de la alianza con Reino Unido, Australia, Canadá y EEUU a cuestiones más amplias en la política exterior – un comentario que algunos vieron como una “retirada” de la alianza. Después, los comentarios de Mahuta sobre China causaron revuelo en Pekín: dijo a The Guardian que Nueva Zelanda podría encontrarse en el centro de una “tormenta” de enfado en China, y que los exportadores deberían diversificar sus destinos para transitar seguros una relación menos prometedora con el gigante asiático.
En su primer discurso sobre la relación entre ambas naciones, Mahuta comparó a China con el dragón y a Nueva Zelanda con el taniwha – criatura sobrenatural de la tradición maorí, que suelen ser guardiana del agua. Estas criaturas, dijo ella, eran los símbolos de los valores y tradiciones de las dos naciones – distintas una de la otra, pero igualmente merecedoras de respeto.
“El taniwha, como el dragón, tiene la habilidad de comprender la esencia de su entorno y de sus condiciones cambiantes – así como la habilidad de adaptarse y sobrevivir,” dijo. “Después de todo, como custodios y kaitaki, los taniwha están intrínsecamente vinculados al bienestar y a la resiliencia de los pueblos”.
Desde la ventana de la oficina de Mahuta en el Parlamento se ve el resplandor del agua en el puerto Te Whanganui a Tara. Según la tradición maorí, el puerto comenzó siendo un lago. Uno de los taniwha que vivía allí, Ngake, sintió que había crecido demasiado para su antiguo hogar. Hizo grandes olas y eventualmente derribó la pared de piedra que lo separaba del mar. Desde los pisos superiores del Parlamento se ve la cresta de las olas.
Hasta ahora la política exterior de Nueva Zelanda ha estado orientada a provocar marejadas innecesarias. Todavía está por ver si el taniwha de la metáfora de Mahuta provocará las suyas.
Traducción de Ignacio Rial-Schies
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