Trump prometió recuperar la grandeza de Estados Unidos pero, de momento, si atendemos a su política energética, Estados Unidos se quedará parado y no avanzará hacia las energías renovables. Paren todos los relojes, frenen la revolución tecnológica, asegúrense de que la transición de los combustibles fósiles a las energías limpias se demora tanto como sea posible. Esta no es una nueva versión del famoso poema de Auden sino la estrategia de Trump.
Trump es el tipo de presidente con el que sueñan los neoluditas de las empresas: el hombre que les permitirá extraer hasta el último céntimo procedente del petróleo y el carbón; detendrán el avance hasta que las reservas se hayan agotado del todo. Lo necesitan porque los avances de la ciencia y la tecnología, así como las reivindicaciones de los ciudadanos los han situado en una posición difícil. Si las reglas del juego fueran justas, no podrían ganar la partida así que su última esperanza es un gobierno que amañe el partido.
Con este objetivo, Trump ya ha ofrecido altos cargos de su gabinete a algunas personas que son responsables de un crimen universal: un crimen cuya víctima no es un país o un grupo en particular sino toda la humanidad.
Algunos estudios publicados recientemente evidencian que si no se toman el tipo de medidas drásticas contempladas en el Acuerdo de París sobre cambio climático, el deshielo en la Antártida podría provocar que el nivel del mar aumentara más de un metro en este siglo y más de quince metros en los siglos siguientes. Si a esto le sumamos el derretimiento de los glaciares en Groenlandia y la expansión térmica de las aguas oceánicas, llegaremos a la conclusión de que las principales ciudades del mundo están en peligro.
Las consecuencias que tiene el cambio climático sobre muchas regiones que viven de la agricultura, en América del Norte y América Central, Oriente Medio, África y gran parte de Asia, representa una amenaza a la seguridad mucho mayor que otras que están sobre la mesa. Salvo que se adopten medidas firmes, la guerra en Siria solo es una pequeña muestra de lo que nos espera.
Si no actuamos y permitimos que esta amenaza se materialice, no podremos hacer nada para revertir la situación. La crisis será mucho mayor que nuestra capacidad de respuesta. Esto podría provocar una transformación radical de la sociedad, que será mucho más básica. Eso significa, si lo describimos sin rodeos, el fin de las civilizaciones y de las comunidades que estas albergan. Si esto pasa, será el peor crimen contra la humanidad que jamás se haya cometido. Los miembros del gabinete de Trump son algunos de los principales culpables.
Hasta ahora, a lo largo de sus carreras han defendido las energías fósiles y se han opuesto a las medidas que quieren mitigar los efectos del cambio climático. Todo parece indicar que su objetivo es proteger durante unos años más las inversiones sin sentido de unos pocos multimillonarios aunque esto suponga terminar con unas condiciones climáticas favorables que han permitido que la humanidad avance.
Con el nombramiento de Rex Tillerson, director general de la compañía petrolera ExxonMobil, como Secretario de Estado, Trump no solo garantiza la continuidad de la economía fósil sino que también tranquiliza a uno de sus aliados: Vladimir Putin. Tillerson cerró un acuerdo de cerca de 500.000 millones de euros entre Exxon y la compañía estatal rusa Rosneft para explotar las reservas del Ártico. En agradecimiento, Putin lo distinguió con la Orden de la Amistad de la Federación Rusa.
Este acuerdo se paralizó después de que Estados Unidos impusiera sanciones a Rusia tras la invasión de Ucrania. Todo parece indicar que estas sanciones no se mantendrán cuando Trump se convierta en presidente. Las posibilidades de que estas sanciones se mantengan son las mismas que encontrar una aguja en un pajar. Si es cierto que Rusia hizo todo lo posible para que Clinton perdiera las elecciones presidenciales, será debidamente compensada cuando este acuerdo se materialice.
Para los cargos de Secretario de Energía y Secretario de Interior, Trump ha nombrado a dos personas que niegan el cambio climático. Casualmente, la industria fósil los ha ayudado económicamente a lo largo de sus carreras. Para el cargo de fiscal general, Trump ha propuesto a Jeff Sessions, que supuestamente no mencionó en el formulario de la declaración de intereses que deben rellenar los aspirantes a altos cargos públicos que alquila sus tierras a una compañía petrolera.
Trump quiere que Scott Pruitt dirija la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Este hombre ha dedicado gran parte de su carrera a hacer campaña contra…la Agencia de Protección Ambiental. Cuando ocupaba el cargo de fiscal general de Oklahoma, demandó a la EPA en 14 ocasiones. Uno de los propósitos que perseguía era frenar el Plan de Energías Limpias. Con el objetivo de garantizar la inocuidad del agua potable de las poblaciones situadas cerca de las centrales de carbón, así como proteger la vida silvestre, la EPA quería fijar un límite para los niveles de mercurio y otros metales pesados que estas liberan. En 13 de estas demandas también figuraban como parte demandante compañías que habían financiado sus campañas.
Los nombramientos de Trump son un reflejo de lo que yo llamo la Paradoja de la Contaminación. Cuanto más contamina una empresa, más dinero destina a los partidos políticos para evitar que se impulsen medidas que la dejen fuera de juego. Es por este motivo que las compañías más sucias terminan dominando las campañas políticas y evitan que sus competidores más limpios sean influyentes. El gabinete de Trump está plagado de personas que deben su ascenso político a la mugre.
En el pasado uno podía argumentar, acertada o erróneamente, que los beneficios que la humanidad obtenía si utilizaba las energías fósiles eran superiores a los daños. Sin embargo, los estudios sobre las consecuencias del cambio climático, así como la caída del precio de las energías limpias, han hecho que este argumento quede tan obsoleto como una central de carbón.
Y mientras Estados Unidos retrocede hacia el pasado, China invierte sin parar en energías renovables, coches eléctricos y en tecnología avanzada para la fabricación de baterías. El gobierno chino asegura que esta nueva revolución industrial permitirá crear 13 millones de puestos de trabajo. Trump ha prometido crear nuevos puestos de trabajo incentivando la industria del carbón. Parece que los chinos tienen más posibilidades de cumplir con lo prometido que Trump.
Apostar por tecnologías del pasado cuando el presente ofrece otras mejores es complicado. Además, la minería del carbón se ha automatizado y casi no necesita humanos. El esfuerzo de Trump por volver a la era fósil solo beneficiará a “los barones del carbón”.
Como es comprensible, los comentaristas han intentado buscar la parte positiva de la estrategia de Trump. Lo cierto es que no la hay. El presidente electo no podría haber hablado más alto y más claro. Sus declaraciones públicas, el programa electoral del Partido Republicano y sus nombramientos evidencian que, en la medida de lo posible, quiere dejar de financiar a los científicos que estudian el cambio climático y también a las energías limpias, sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, mantener las ayudas públicas a los combustibles fósiles y dejar sin efecto todas las leyes que protegen a la población y al resto del mundo del impacto de las energías sucias.
Se presentó como un candidato rebelde que estaba en contra del sistema. Sin embargo, su postura en torno al cambio climático revela lo que debería haber sido obvio desde el inicio: él y su equipo representan a los poderosos de la vieja era y van a luchar contra todas aquellas nuevas tecnologías y contra cualquier amenaza política que ponga en peligro su modelo de negocios moribundo. Frenarán las olas de cambio durante tanto tiempo como les sea posible. Sin embargo, tarde o temprano el muro caerá.
Traducido por Emma Reverter