Antes de que el exespía ruso Sergei Skripal y su hija Yulia se desmoronaran sobre un banco de un parque en Salisbury el 4 de marzo, solo una persona había sufrido los efectos de Novichok, un joven científico soviético experto en armas químicas.
“Veía círculos rojos y naranjas. Tenía un zumbido en los oídos. Recuperé el aliento. Tenía miedo. Como si fuese a pasar algo”. Así describió Andrei Zheleznyakov al Novoye Vremya, un periódico ya extinto, el accidente de laboratorio que lo expuso a los efectos del agente nervioso que más tarde lo mataría. “Me senté en una silla y les dije a mis compañeros: me ha cogido”.
Cuando se publicó esta entrevista en 1992, el agente nervioso había destrozado el sistema nervioso central de Zheleznyakov. Menos de un año después estaba muerto, después de luchar contra la cirrosis, la hepatitis tóxica, el daño neurológico y la epilepsia.
Al compartir su experiencia, se unió a todos aquellos que denunciaron el programa de armas químicas que seguía en funcionamiento muchos años después de que George Bush y Mijaíl Gorbachov firmaran el Acuerdo de Armas Químicas de 1990 entre Estados Unidos y la Unión Soviética y se comprometieran a dejar de producir armas químicas.
A pesar del papel que desempeñó Zheleznyakov en la creación de un agente nervioso binario que se cree que es más potente que el VX, muchos le siguen considerando un héroe.
En declaraciones a The Guardian desde su casa en Princeton, Nueva Jersey, Vil Mirzayanov, un científico experto en armas químicas que fue juzgado en Rusia por haber revelado la existencia del programa Novichok, explica que “Zheleznyakov dio toda la información. Por aquel entonces yo fui incapaz de hacerlo”. “No tenía miedo porque sabía que sus días estaban contados”, concluye.
Zheleznyakov no fue juzgado, pero no pudo esquivar los efectos del veneno. Mirzayanov explica que su compañero perdió la capacidad de concentración y finalmente se aisló.
Divorciado y sin hijos, y resentido por la actitud indiferente que según él le mostraban sus superiores y los periodistas, murió en 1993 de un infarto cerebral.
Las autoridades rusas siguen negando la existencia del programa de armas químicas.
“Quiero expresar mi más absoluta certeza de que la Unión Soviética o Rusia no tenían programas para desarrollar un agente tóxico llamado Novichok”, afirmó la semana pasada el viceministro de Asuntos Exteriores ruso Sergei Ryabkov.
El martes, la agencia de noticias rusa RIA Novosti publicó una entrevista con el director de un laboratorio de Moscú del Instituto Estatal de Investigación Científica de Química Orgánica y Tecnología, quien confirmó que la Unión Soviética había desarrollado el agente nervioso Novichok, solo que el programa tenía un nombre diferente: Foliant.
Más muertes sin confirmar
Una fuente con un profundo conocimiento del programa Foliant ha explicado a The Guardian que Zheleznyakov no fue la primera persona que murió por estar expuesta al agente nervioso mientras lo desarrollaban.
Según Lev Fedorov, un activista que documentó el programa soviético de armas químicas y sus víctimas, la muerte de otro científico, L.A. Lipasov, también está relacionada “con el desarrollo de una nueva generación de armas químicas”.
Fedorov murió en 2017.The Guardian no ha podido identificar a Lipasov o a otras víctimas que trabajaban en el instituto que desarrolló el agente nervioso Novichok, ya que todos tenían un nombre en clave. El instituto no ha respondido a las preguntas sobre el programa Foliant o sus víctimas.
Entre las posibles víctimas se encuentra el magnate financiero ruso Ivan Kivelidi. Él y su secretaria murieron envenenados por una misteriosa sustancia en 1995. Vladimir Petrenko, un funcionario soviético que se presentó como voluntario para probar un nuevo traje protector, también quedó contaminado con Novichok en 1982. Llegó a la conclusión de que lo habían engañado y que en realidad querían probar los efectos que tenía el nuevo gas nervioso sobre los humanos. Sus excompañeros señalan que tras la caída de la Unión Soviética, Petrenko se convirtió en un defensor del medio ambiente, pero perdieron el contacto con él hace una década.
Excepto en el caso de Zheleznyakov, en los demás no se ha confirmado que estas personas hayan sido envenenadas con el agente Novichok.
Las autoridades soviéticas y más tarde las rusas se aseguraron de que los últimos años de vida de Zheleznyakov fueran confortables. El científico recibía todos los meses varios miles de rublos del Gobierno y pasaba los días tallando máscaras y figuras de madera en el taller de un amigo escultor.
“Solo se le pide una cosa, que esté callado”, escribió Oleg Vishnyakov, en la entrevista que publicó en el periódico ruso Novoye Vremya en 1992. Zheleznyakov también habló con el corresponsal en Moscú del Baltimore Sun.
Con la muerte de Zheleznyakov se terminó una saga familiar que trabajaba para el programa soviético de armas químicas desde los años veinte. El padre de Zheleznyakov, Nikolai, era el subdirector de la industria química de la Unión Soviética cuando Moscú se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1941, el jefe de Nikolai Zheleznyakov ordenó que se aumentara la producción de lewisita y cianuro de hidrógeno, así como los recursos para producir agente mostaza y fosgeno.
La educación de Zhelezyankov en la Escuela Militar de Defensa Química le permitió pasar de ser un miembro local del partido a integrar la élite soviética. Consiguió que le asignaran un apartamento en la llamada Casa del Malecón, también conocida como la Casa del Gobierno, reservada para los miembros de la nomenklatura.
Andrei sirvió en el Ejército soviético en la década de los sesenta y rápidamente entró en el Instituto Estatal de Investigación Científica de Química Orgánica y Tecnología en Moscú. Como explicó al periódico Novoye Vremya, durante años, mucho antes de que empezaran a probarse con ratones, perros y monos, analizó agentes nerviosos como Soman y VX. Tenía un buen salario y acceso a productos que eran difíciles de encontrar al final de la era soviética. En los años ochenta empezó a desarrollar un agente binario de una variante del agente nervioso Novichok llamada A-232, un arma química que Rusia desarrolló a contrarreloj para estar a la altura de Occidente.
En los binarios, se combinan dos precursores químicos para producir un agente nervioso. Uno de los beneficios de los binarios es que mientras se mantengan separados tienen un mayor período de conservación. Otro es que se pueden esconder más fácilmente en caso de inspección.
“Ambos precursores químicos tenían usos industriales legales y eran relativamente no tóxicos, por lo que podían producirse en plantas aparentemente diseñadas para fabricar fertilizantes y pesticidas”, escribió el difunto Jonathan Tucker, experto en control de armas en su ensayo War of Nerves: Chemical Warfare from World War I to Al-Qaeda. “Esta ambigüedad permitió esconder la producción ilícita de componentes de Novichok-5 de los inspectores internacionales de armas”.
Incluso cuando Moscú negociaba con Occidente a finales de los ochenta dejar de producir armas químicas, dejó fuera de la lista el programa para desarrollar el agente Foliant.
En 1987, el periodista freelance holandés Hans de Vreij fue recompensado por todos los años que había informado sobre negociaciones tediosas con un viaje a Shikhany, una ciudad cerrada situada en la orilla del río Volga y que se convirtió en el lugar elegido por la Unión Soviética para mostrar su arsenal de armas químicas con el objetivo de crear un clima de confianza.
“Por aquel entonces nadie hablaba del agente Novichok”, explica el periodista a The Guardian en una entrevista telefónica.
La región había sido un importante enclave para el desarrollo de arsenal químico desde los años veinte, cuando los alemanes levantaron una planta de armas químicas y un centro de pruebas con el nombre en clave de Cerca de Tomka.
La escenificación del desarme
De Vreij era el único periodista extranjero invitado a ese viaje, voló en un avión militar y se desplazó hasta Shikhany en autobús. Después de atravesar tres vallas de alambre que rodeaban la ciudad, la comitiva fue conducida hasta un centro comunitario, donde los niños pequeños cantaron y bailaron en su honor.
También pudieron presenciar varias demostraciones. De Vreij explica que en una de ellas a los miembros de la comitiva les dieron unas máscaras antigás (probadas en una tienda de campaña con gas lacrimógeno) y se situaron frente a una pantalla protectora.
Entonces, los expertos soviéticos en armas químicas, que iban completamente equipados, extrajeron gas sarín y lo inyectaron en un conejo vivo. El animal murió en 30 segundos.
“Querían mostrarnos que era algo serio”, indica De Vreij. Los expertos estaban completamente equipados, pero los visitantes no llevaban la misma ropa protectora que ellos.
“Luego supe que los estadounidenses no habían quedado satisfechos con esa demostración ya que no nos mostraron las armas químicas más nuevas”, puntualiza el periodista. “Los estadounidenses querían ver las armas binarias, ya que ellos también las estaban desarrollando”.
En Moscú unos cinco meses antes, Zheleznyakov desarrollaba esas armas químicas binarias en una cálida mañana de mayo cuando el respiradero falló, liberando una pequeña cantidad de Novichok-5 en el aire. Uno de sus jefes le dijo que bebiera un poco de té, que vomitó rápidamente. Le dieron un antídoto, que fue de ayuda, y le dijeron que se fuera a casa.
Consiguió llegar hasta la plaza Ilyich. Allí empezó a ver destellos en una iglesia y seguidamente se desmoronó y fue llevado a un hospital. Unos agentes del KGB obligaron a un doctor de los servicios de urgencias a firmar un acuerdo de confidencialidad y dijeron que Zheleznyakov había comido salchichas en mal estado.
En el hospital, los doctores terminaron por descubrir cómo se había envenenado y le dieron atropina. Las inyecciones le salvaron la vida, pero nunca se recuperó del todo.
Estuvo en coma durante semanas, no pudo caminar durante meses y su salud se fue deteriorando a lo largo de los años. Nunca habló del programa para desarrollar el agente Foliant.
Sin embargo, cuando detuvieron a Mirzayanov y uno de sus jefes afirmó públicamente que en el laboratorio no se desarrollaban armas químicas binarias, Zheleznyakov decidió hablar.
“Sabía que era mentira”, explicó a Novoye Vremya en 1992. Murió siete meses más tarde. “Es trágico que lo matara la misma arma que él contribuyó a desarrollar y que más tarde denunció ante el mundo”, escribió Mirzayanov. “La mayoría de los que sabían que se había envenenado no hicieron nada para salvarle la vida”.
Traducido por Emma Reverter