Soy médico y psiquiatra, y antes de la guerra en Gaza mantenía una rutina diaria predecible. Ir a trabajar a la clínica, visitar a amigos y pasar tiempo con mi familia. Una vida normal. Ahora mi familia y yo somos refugiados en Rafah. Vivimos en las peores condiciones imaginables desde que el Ejército israelí ordenó que abandonáramos nuestro hogar en Jan Yunis.
Nos pasamos los días esperando, haciendo cola para conseguir dos o tres litros de agua potable, comida o simplemente harina con la que hacer pan en el fuego. Llevamos meses sin electricidad. En los últimos días, cuando nos enteramos de que Israel preparaba la invasión por tierra de Rafah, supimos que no tendremos adónde ir. Israel ha dicho que evacuará a los civiles, ¿pero cómo creerlo cuando no parece haber ningún plan y después de lo que les hemos visto hacer una y otra vez? Lo único que podemos hacer los 1,4 millones de personas que estamos aquí es esperar lo peor.
La vida parece un día eterno que no termina nunca. Llena de sufrimiento y de escenas de horror, tan frecuentes que han empezado a confundirse unas con otras. Nuestra nueva rutina colectiva es escuchar y presenciar la muerte, sentarnos y caminar con ella. Una muerte que se sintió más cerca que nunca la noche del 12 de febrero, por los bombardeos masivos de Israel.
He desarrollado mi carrera en Gaza, trabajando en la salud mental y en traumas comunitarios, pero ni siquiera eso ha podido prepararme para la profunda desesperanza que se extiende ahora por nuestra comunidad impregnándolo todo. Casi todas las personas que me rodean tienen a familiares muertos en ataques aéreos o de francotiradores israelíes, arrestados por el Ejército de Israel o desplazados a otras zonas.
La incertidumbre es lo que nos está matando poco a poco. Nadie sabe quién será el próximo en morir o en perder a su familia. Las tres maneras en que los seres humanos enfrentan los peligros o las amenazas a su supervivencia son luchando, huyendo o quedándose congelados. No podemos luchar y no podemos escapar, así que somos un pueblo congelado. Muchos de nosotros llevamos cuatro meses así.
Un pueblo congelado
Cuando estás congelado no puedes actuar ni sentir normalmente. Las personas se transforman en zombis. Lo que siento cuando espero en las colas del agua, cuando hablo con los vecinos o cuando estoy en la clínica de Rafah es que los rostros de la gente se han vaciado de vida. Máscaras de miedo, de desesperanza y de embotamiento emocional.
Hay días en los que no sé cómo voy a seguir adelante mentalmente. En los que no sé cómo voy a levantarme a la mañana siguiente y enfrentarme al hecho de que la realidad es esta. Revivir un día tras otro el sonido de los bombardeos, el zumbido de los drones sobre nuestras cabezas. No puedo enfrentarme a más noticias de seres queridos heridos o muertos.
De niños desarrollamos la noción de que nuestra sensación de seguridad y protección se ubica en el hogar. Hace solo unos días nos dijeron que nuestra casa en Jan Yunis había sido bombardeada. ¿Dónde iremos? Fue lo primero que pensamos. ¿Dónde viviremos? Cuando una persona pierde su casa, pierde también esa sensación de seguridad.
Mi familia y yo estábamos en la tienda de campaña en la que vivimos cuando comenzó el bombardeo de Rafah. ¿De qué puede protegerte una fina capa de nailon? No impedirá que la metralla de las bombas te alcance a ti o a tu familia. Así que miramos hacia el cielo y observamos los bombardeos esperando nuestro destino. Sabíamos exactamente lo que eso significaba. ¿Qué podíamos hacer?
Nuestra familia es pequeña. Mi hermano, mi hermana y las gemelas de cuatro años de mi hermana. El terror que veo en los ojos de mis sobrinas hace que me den ganas de romper a llorar. Los tres adultos tratamos de ser fuertes por las niñas, pero no podemos ocultarles la realidad. La están viviendo igual que nosotros. Por donde quiera que vayas hay niños sin padres. Niños sin ningún familiar vivo.
Para nosotros, esto no es una guerra. Es un baño de sangre interminable, pero mientras el mundo observa el genocidio, no se toma ninguna medida para evitarlo. Nada de lo que nos está ocurriendo es justificable. Ningún ser humano debería pasar por este tipo de sufrimiento.
Nuestro temor es que las advertencias de Israel sean una manera de preparar lo que está por venir, de que la gente en todo el mundo se haga a la idea de que Rafah es un objetivo para que nadie se sorprenda cuando nos maten. Nada que no sea la intervención internacional lo detendrá. La comunidad internacional debe seguir presionando con urgencia para lograr un alto el fuego permanente. Es posible que sea nuestra única oportunidad de sobrevivir.
Traducción de Francisco de Zárate