El 5 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud envió un documento a gobiernos de todo el mundo en el que informaba de la existencia en Wuhan (China) de un pequeño brote de casos parecidos a una neumonía. Para muchos países, la advertencia fue como mirar a través de la niebla. Cada mes, la OMS recopila una media de 3.000 señales de posibles enfermedades y elige 30 para investigar. A principios de enero, expertos en salud pública global entre los que me incluyo tratábamos de evaluar el brote de “neumonía de Wuhan”, como se conocía entonces. Partíamos de enormes lagunas y una incertidumbre considerable: ¿cuál era el virus o agente bacteriano que causaba estas infecciones? ¿Cómo se transmitía? ¿Cuál era la tasa de mortalidad? ¿Era posible contenerlo?
Se ha prolongado tanto que puede parecer que la pandemia está aquí desde siempre. A medida que nos acercamos al final de 2020 es fácil perder de vista los progresos de la ciencia en estos últimos 10 meses. Desde enero, los científicos comprenden mucho mejor la transmisión de la COVID-19 y han desarrollado herramientas para gestionar el virus. De hecho, aunque los próximos cuatro meses serán difíciles, lo que se sabe sobre las vacunas es prometedor, las pruebas y tratamientos mejoran y todo lo que hemos aprendido sobre cómo controlar este virus harán que la situación mejore mucho de aquí a marzo.
Nunca antes los científicos habían pasado tan rápido de secuenciar un virus a inyectar una posible vacuna en el brazo de un voluntario. Hay 12 proyectos de vacunas en la fase tres de los ensayos que están probando su seguridad y eficacia. Varias parecen prometedoras. Una vez completadas las pruebas de seguridad, el próximo desafío será la fabricación y la entrega de dosis suficientes. Después habrá que asegurarse de que la población acepte la vacuna. La pregunta más importante tiene que ver con la estrategia: ¿se utilizará la vacuna para eliminar, suprimir o mitigar el virus? Distintos países seguirán caminos diferentes, basados en sus propias situaciones epidemiológicas.
Pero la vacuna está lejos de ser el único ámbito de progreso científico. Ahora entendemos cómo se propaga este virus –a través de gotículas, las partículas más pequeñas de aerosoles y en las superficies– y que los aerosoles son probablemente la ruta de transmisión más significativa. Se propaga en gran medida en interiores, en lugares concurridos y sin ventilación. E incluso a una distancia de dos metros, todavía uno se puede contagiar en interiores ya que el virus se puede propagar por el aire y circular durante horas. La ventilación de los espacios interiores, el uso de mascarillas, el distanciamiento y que la socialización y el ejercicio sucedan al aire libre son comportamientos clave para prevenir la transmisión.
A diferencia de la gripe, que se propaga a través de brotes de tamaño similar en diferentes lugares, aproximadamente el 10% de los individuos infectados con coronavirus son responsables del 80% de los nuevos contagios. En lugar de perseguir cada caso, identificar estos eventos de “supercontagio” puede ayudar a reducir los números. También sabemos que los portadores asintomáticos son el talón de Aquiles del control de brotes: la gente puede sentirse bien y contagiar. Este es quizás el desafío más duro de la lucha contra la COVID-19. Perseguir la enfermedad sólo por los síntomas –la forma normal de identificar a los portadores de una enfermedad infecciosa– supone perder un porcentaje de los casos.
Test masivos
Por eso es importante hacer pruebas masivas en todas partes, porque nos ayuda a identificar el mayor número posible de personas infectadas, incluso si no tienen síntomas. El 10 de enero, la secuencia del genoma del SARS-CoV-2 se compartió públicamente y la OMS publicó también una guía provisional sobre las pruebas de laboratorio para los casos sospechosos. Aunque los test de laboratorio son una forma fiable de identificar a los portadores, incluso a dosis virales bajas, requieren mucho tiempo y trabajo. En los últimos 10 meses se han hecho enormes avances en las pruebas y ahora disponemos de pruebas rápidas de antígenos que pueden dar resultados en 30 minutos por menos de 5 euros. La OMS ya ha adquirido 120 millones de estas pruebas para los países más pobres, para los que el acceso a laboratorios es más complicado.
Las pruebas son una de las claves para controlar este virus. En los países de Asia Oriental y el Pacífico que han eliminado en gran medida la transmisión y se han enfrentado rápidamente a los brotes se suma la conjunción: pruebas, localización, rastreo y aislamiento, estrictas medidas fronterizas, la buena actitud de la población y, usados con moderación, los confinamientos.
En el Reino Unido, el Gobierno planea realizar pruebas masivas y de precio asequible en los próximos meses que ayudarán a identificar a los portadores del virus que luego hay que aislar y que deben recibir el apoyo correspondiente. Usando pruebas rápidas de antígenos, Eslovaquia hizo pruebas a 3,6 millones de personas en un fin de semana (casi toda su población adolescente y adulta) y planea hacerlo de nuevo varios días después. Una limitación de las pruebas es que el periodo de incubación del virus es largo, hasta 14 días, por lo que será necesario realizar pruebas a las personas en varias ocasiones para identificar a los infectados.
También tenemos ahora pruebas de anticuerpos que funcionan bien y que pueden identificar si alguien ha estado infectado recientemente. Ahora sabemos que la respuesta de los anticuerpos a la COVID-19 dura unas 12 semanas. La seroprevalencia, la proporción de personas con anticuerpos, es baja en la mayoría de los países, e incluso en ciertos distritos de la ciudad de Nueva York donde se informa una prevalencia de anticuerpos superior al 50%, la epidemia sigue acelerándose, frustrando las esperanzas de que se pueda lograr la “inmunidad de grupo” una vez que un cierto número de personas se haya infectado.
Por qué es importante tomar medidas ahora
Por eso es tan importante reducir la transmisión ahora. Hay quienes argumentan que las restricciones de hoy solo sirven para retrasar el número de muertes en el futuro, pero eso ignora el rol del progreso científico y los tratamientos y vacunas que comienzan a estar disponibles. Ahora, cada persona ingresada en el hospital con COVID-19 tiene más posibilidades de sobrevivir que quienes ingresaron hace nueve meses. Cada vez que evitamos que alguien se infecte, le damos una oportunidad de vivir en un tiempo en el que hay disponibles más y mejores terapias y tratamientos.
Los médicos entienden mucho mejor la COVID-19 hoy. Saben que no es sólo una enfermedad respiratoria, sino una enfermedad multisistémica que puede afectar no sólo a los pulmones, sino también al corazón, los vasos sanguíneos, los riñones y el cerebro. Las tasas de supervivencia de los pacientes están mejorando y ahora sabemos que un acceso precoz a tratamiento lleva a una tasa de mortalidad mucho menor. También tenemos tratamientos como la dexametasona, que mejora las tasas de supervivencia de los pacientes más enfermos, y continúan las investigaciones sobre el tratamiento con anticuerpos monoclonales y el Remdesivir. Algunos pacientes pueden sufrir durante meses la 'COVID larga', que parece ser una enfermedad similar a una enfermedad autoinmune. El siguiente paso es la investigación de posibles tratamientos y rehabilitación para los supervivientes.
La última estrategia de salida de esta pandemia implicará una vacuna segura y efectiva, tratamientos para los que tienen la COVID-19 y pruebas masivas baratas. Ya tenemos algunas de estas herramientas y se esperan más en los próximos meses. Aunque el invierno será un desafío, con días más cortos y oscuros, un clima más frío y un sistema sanitario sobrecargado, el progreso de la ciencia abre una ventana de oportunidad para romper este ciclo destructivo de confinamientos en primavera. Eso debería darnos a todos motivos para el optimismo y la esperanza.
Traducido por Alberto Arce