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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Manuel Noriega, el dictador de la CIA que sabía demasiado

El ambiente que se vive fuera de la comandancia del general Manuel Noriega raya la histeria. Es de madrugada. Octubre de 1989. Al otro lado de las rejas, una mujer solloza desconsoladamente. Desconoce el paradero de su marido, un oficial que ha participado en la intentona del golpe de Estado de la noche anterior en Panamá, con el objetivo de derrocar a Manuel Noriega.

Más tarde se sabría que su marido y otros golpistas habían sido fusilados sin contemplación. Protegen el cuartel general unos matones paramilitares fuertemente armados, que integran los temidos Batallones de la Dignidad. Un grupo de simpatizantes grita e insulta al entonces presidente de Estados Unidos, George H. W. Bush. Es entonces cuando, sin previo aviso, Noriega, el temido dictador, jefe de espionaje y “líder supremo”, aparece en la puerta del cuartel, vestido con ropa militar, con la cabeza cubierta con una gorra de béisbol roja y luciendo sonrisa.

“¿Quién lo ha hecho? ¿Quién lo ha hecho?”, preguntan los periodistas desde el otro lado de la reja. Quieren saber quién está detrás del intento golpista. “Los estadounidenses, las pirañas. Quieren terminar con Panamá”, les espeta Noriega. Y entonces, como si temiera que los yanquis lo volvieran a intentar, “cara de piña” (como se lo llamaba, por la piel de su rostro plagado de marcas) volvió a entrar en la comandancia.

Noriega, que murió este lunes a los 83 años, tenía motivos para estar nervioso. Esa intentona de golpe fue un punto de inflexión y marcó un antes y un después en la relación de Washington con un hombre al que había ayudado a llegar al poder, que se convirtió en un importante activo para la CIA durante la Guerra Fría y en un mediador clave en las guerras sucias de Centroamérica pero que, más tarde, se convirtió en un monstruo que los responsables de los servicios de inteligencia ya no podían controlar. Noriega ya no les era útil sino todo lo contrario; ahora los dejaba en evidencia. Así que Bush lo convirtió en el hombre más buscado de Estados Unidos.

Tras el golpe, Noriega impulsó una dura ola de represión, amenazó al personal estadounidense que vigilaba el Canal de Panamá y declaró que el país se encontraba en “estado de guerra” contra Estados Unidos. Bush reaccionó. Las sanciones económicas y la diplomacia habían fracasado y el control sobre el canal, de una importancia económica y estratégica clave, se veía amenazado.

Además, Noriega sabía demasiado.

La captura de un antiguo aliado

En diciembre de 1989, Bush ordenó al general Colin Powell, que por aquel entonces presidía el Estado Mayor Conjunto, que impulsara la operación 'Causa Justa' y desplegó a 26.000 soldados sobre terreno, en lo que fue una primera muestra de la “doctrina de fuerza abrumadora” que más tarde Powell también pondría en práctica en la primera Guerra del Golfo.

La invasión fue rápida y con relativamente poco derramamiento de sangre, si bien se sigue cuestionando la cifra de civiles muertos en el barrio de Chorrillo. Se instauró un gobierno proestadounidense y Noriega fue capturado después de un asedio insólito en la embajada del Vaticano en la ciudad de Panamá, donde se había refugiado. El ejército de Estados Unidos utilizó altavoces para atacar el edificio con música rock a toda pastilla hasta que Noriega (y también el nuncio papal) no lo pudieron soportar y se vieron obligados a salir. Pese a las peticiones de que Noriega fuera juzgado en Panamá, el último dictador de América Latina se evaporó en el extranjero. Los estadounidenses lo hicieron desaparecer.

Dejando de lado las consideraciones de derechos humanos y de seguridad, Bush tenía muchos motivos personales para hacerlo desaparecer. Bush había dirigido la CIA y durante los dos mandatos de Ronald Reagan fue el vicepresidente del país. Bush estaba implicado, debido a su vínculo con Noriega, en operaciones, a menudo ilegales, en las guerras civiles de El Salvador y Nicaragua. Durante ese periodo, Noriega, que fue ascendiendo hasta convertirse en el responsable de las fuerzas de seguridad de Panamá, se convirtió en una fuente bien pagada y en un importante activo de la CIA.

Noriega ayudó a Estados Unidos a frenar la influencia de Cuba, y por tanto de la Unión Soviética, en la región. Actuó como mediador entre las fuerzas rebeldes apoyadas por Estados Unidos y el gobierno sandinista de izquierdas de Daniel Ortega y entre el gobierno salvadoreño y los rebeldes. Los escuadrones de la muerte, las muertes indiscriminadas y la tortura fueron algunos de los elementos comunes de estos conflictos sanguinarios. Noriega también tenía un fuerte vínculo con el cártel de Medellín de Pablo Escobar.

Condena por narcotráfico

Utilizó dinero procedente del narcotráfico para comprar armamento, pagar a los combatientes y sobornar a funcionarios del Gobierno. Más tarde, Noriega alegó que fue precisamente su negativa a proporcionar armas al teniente coronel estadounidense, Oliver North, uno de los responsables de la guerra sucia en Nicaragua, lo que hizo que Estados Unidos decidiera terminar con él.

North fue el infame jefe de operaciones secretas de la Casa Blanca y una figura clave en el escándalo Irán-Contra –o Irangate– que sacudió la presidencia de Reagan. Noriega conocía las operaciones de Estados Unidos en Centroamérica al detalle y tenía la capacidad de poner al país en una situación muy delicada. Afirmó que se había reunido con Bush en más de una ocasión. Durante la campaña presidencial de 1988, Michael Dukakis, el candidato demócrata, atacó a Bush por su “estrecha relación con el rey de las drogas panameño Noriega”. Cuando Bush, ya como presidente, impulsó su “guerra contra el narcotráfico”, los republicanos mostraron preocupación por las posibles y embarazosas contradicciones.

En 1988, en el contexto del escándalo Irán-Contra, un comité del Senado llegó a la conclusión de que “el culebrón de … Noriega representa uno de los más graves fracasos en política exterior de Estados Unidos. Durante los años setenta y ochenta Noriega tuvo la capacidad de manipular las políticas de Estados Unidos en Panamá y, al mismo tiempo, hacerse con un control absoluto sobre el país. Resulta evidente que todas las agencias del Gobierno estadounidense que se relacionaron con él optaron por hacer la vista gorda e ignorar su vinculación con la corrupción y el narcotráfico. Permitieron que Noriega fundara la primera narco-cleptocracia del hemisferio”.

Dos años después de ser derrocado, Noriega fue juzgado en Miami. Sentado en el banquillo, día tras día, ya solo era la sombra de ese dictador pomposo que se había pavoneado delante de la comandancia. Noriega fue hallado culpable de una serie de cargos entre los que se incluía el blanqueo de dinero y el tráfico de drogas y fue condenado a 40 años en una cárcel de máxima seguridad. El tribunal no permitió que los abogados de Noriega presentaran pruebas para demostrar que la CIA estaba detrás de sus acciones, que había recibido dinero del Gobierno de Estados Unidos, que conocía las operaciones que EEUU había impulsado en Centroamérica, y que tenía contactos con altos cargos como Bush y que, además, estos estaban informados de las decisiones que había tomado durante la dictadura.

Sus abogados protestaron en vano. En muchos aspectos, el proceso judicial que tuvo lugar en Miami tuvo elementos en común con algunos procesos de la Europa del Este. Nadie dudó nunca de cuál iba a ser la sentencia.

Bush consiguió atrapar a su hombre. Noriega fue silenciado. Los episodios más infames de las operaciones de Estados Unidos en Centroamérica nunca salieron a la luz y el concepto de cambio de régimen justificado y a la fuerza salió fatalmente reforzado.

Traducido por Emma Reverter