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Occidente despierta ante el cambio climático: que no se convierta en “colonialismo verde”

Dalia Gebrial

La corriente principal de la izquierda transatlántica ha cambiado de actitud. Después de abogar por políticas conciliadoras de tercera vía durante varias décadas, parece que ahora está dispuesta a luchar con uñas y dientes para defender las cuestiones sistémicas más importantes.

Desde el Partido Laborista en el Reino Unido, que ha llamado a declarar una emergencia climática nacional, hasta la prominente congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos, que ha afirmado que el capitalismo es “irredimible”, poco a poco nos estamos liberando de la camisa de fuerza de la política incrementalista de ir sumando actos pequeños. La izquierda tiene un nuevo centro, y no está dispuesta a hacer concesiones.

No obstante, es fundamental que estos nuevos movimientos tengan en cuenta la larga historia de esta reivindicación. De hecho, muchos de los movimientos que surgieron tras los procesos de independencia de los países del sur global se han enfrentado al capitalismo y a las injusticias políticas y ecológicas que provoca.

Tomemos como ejemplo el cambio climático. Por fin estamos viendo algo así como el inicio del tipo de movilización de masas y de voluntad política que son necesarios para hacer frente a este desafío. Y lo que es más importante, el exitoso llamamiento del Partido Laborista a declarar una emergencia climática nacional marca un cambio radical en la noción de que este problema se puede resolver sin cambiar los comportamientos individuales.

El cambio climático pasa a ser responsabilidad de la clase trabajadora, que debe asumir una serie de compromisos: comer menos carne, usar menos bolsas de plástico, tener menos hijos. Si a esta toma de consciencia ciudadana le sigue la adopción de medidas, estaremos ante un prometedor reconocimiento de que esta crisis requiere una acción política urgente y a gran escala y un cambio sistémico, y que son las empresas e instituciones responsables de la crisis las que tienen que asumir el coste de esta transformación.

Sin embargo, y a pesar de que todo lo dicho es esperanzador, nos queda mucho camino por recorrer. Los líderes políticos han actuado como si el aumento de las desigualdades y los conflictos a escala mundial no fueran más que la consecuencia de la mala gestión de un sistema que si estuviera bien gestionado sería racional.

En cambio, los pueblos del sur global y las comunidades indígenas han luchado con su sangre, sudor y lágrimas contra un sistema económico que antepone la ganancia a la de las personas y a la de la humanidad. Ya sea Ken Saro-Wiwa, asesinado por luchar por romper el vínculo político entre Shell y el gobierno nigeriano, o los disturbios por el pan egipcio de 1977, en los que murieron cientos de personas que se oponían a la neoliberalización de la economía por mandato del FMI. La mayoría de la población mundial está más que familiarizada con la conexión entre el capitalismo como sistema y sus injusticias.

Esto no se limita a los movimientos ciudadanos. Los gobiernos de América Latina y las Islas del Pacífico han desarrollado una resistencia organizada a las múltiples formas en que el capitalismo global representa una amenaza existencial para la vida y los medios de subsistencia de millones de personas.

Muchos de estos esfuerzos no solo han sido ignorados, también saboteados activamente por los líderes de Estados Unidos y Europa. Lo cierto es que esta historia de resistencia no emerge a partir de un conocimiento místico e intrínseco de las personas de tez oscura. Más bien se debe a la supremacía blanca. Es decir, los llamados “países en vías de desarrollo” son los que más han sufrido las brutalidades del neoliberalismo.

El informe del IPCC que nos declara en la “década cero” no fue un shock en Dominica, donde un solo huracán retrasó el desarrollo por una generación. O en Pakistán, donde la ola de calor de 2015 se cobró 2.000 vidas. El dato de “1,5 grados centígrados” puede parecernos novedoso pero lo cierto es que el sur global hace años que suplica limitar la subida de temperaturas en el planeta a “1,5 grados centígrados para seguir vivos”.

Sin embargo, la mentalidad colonial considera que muchas de estas luchas están muy localizadas. Como si se tratara de un conflicto patológico de las personas negras o mulatas, en lugar de movimientos políticamente relevantes de los que podríamos aprender. Y esta perspectiva se aprecia en las actitudes de los movimientos de Estados Unidos y Reino Unido como “líderes” en la lucha contra el capitalismo neoliberal y el cambio climático. No sólo es históricamente erróneo, sino que podría sabotear los objetivos de nuestro movimiento en el futuro.

Sin duda, tenemos un papel que desempeñar en la acción urgente necesaria para hacer frente a la crisis. Debemos contribuir con nuestra parte justa al esfuerzo global para lograr el objetivo de limitar la subida de temperaturas en el planeta a 1,5 grados centígrados.

Esto significa terminar con el la lógica incrementalista de creer que cambios significativos se logran sumando actos pequeños que no pongan realmente en jaque el sistema actual. Hay que desmantelar inmediatamente el papel neocolonial desempeñado por nuestras empresas energéticas en todo el mundo. Contribuir con nuestra parte justa a la transferencia global de la riqueza necesaria para los programas de mitigación en el sur global, y romper el vínculo político entre la City de Londres y la industria de los combustibles fósiles.

Implica también cambiar radicalmente el papel que desempeñamos en las negociaciones mundiales sobre el clima, que históricamente se ha limitado a hablar sobre los que sufren las consecuencias más graves de la crisis climática. Estas negociaciones deben democratizarse, ser jurídicamente vinculantes y ser un espacio en el que podamos escuchar y aprender para, después, actuar.

También significa entender que cualquier Nuevo Acuerdo Verde o “revolución industrial verde” no puede reducirse a nuestro país, ni priorizar el bienestar de los occidentales sobre las vidas de las personas negras y mulatas del resto del mundo. A medida que nos acercamos a una declaración de emergencia climática, es importante que los progresistas no interioricen los principios coloniales que nos metieron en este lío, ya sea simplemente ignorando el contexto histórico global de resistencia, o argumentando que deberíamos subdesarrollar Bombay para lograr el crecimiento en Wigan. De hecho, la revolución industrial fue financiada y sostenida por el dinero manchado de sangre y la infraestructura de la esclavitud y el colonialismo. Una versión eco no sería mejor.

Si nos centramos en la resistencia al capitalismo neoliberal y a la crisis ecológica, es probable que repitamos los errores del pasado. Un colonialismo eco o imperialismo socialista no es una victoria que valga la pena reclamar. En realidad, es la posición que la izquierda adoptará por defecto si no luchamos activamente por una visión diferente. Debemos entrar en este espacio no como líderes autoproclamados, sino como figuras de solidaridad. Somos los últimos en unirnos a la causa. No nos volvamos a comportar como los policías del mundo y demos por cerrado este debate antes de que ni siquiera haya comenzado.

Dalia Gebrial prepara su doctorado en la London School of Economics y es la editora de Novara Media.

Traducido por Emma Reverter