Cada mañana, Ahmed Shah se pone su gorro rojo y negro decorado con picas y se siente preparado para enfrentarse al mundo. “Para mí, esta gorro es un símbolo de resistencia”, dice. “Por eso me gusta”.
Shah (no es su nombre real) es uno de los miles de paquistaníes que han comenzado a utilizar este gorro tribal en apoyo a Manzoor Pashteen. El carismático hombre de 26 años, que casi nunca se deja ver sin su 'gorro Pashteen', lidera el Movimiento de Protección Pastún (PTM, por sus siglas en inglés), que ha sacudido al país con sus virulentas y nada habituales críticas a las Fuerzas Armadas y a los poderosos.
El PTM acusa a los militares de estar detrás de una serie de abusos cometidos en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA, por sus siglas en inglés), una región montañosa e inhóspita en la frontera con Afganistán dominada por la minoría pastún, de 15 millones de personas, y que ha albergado a diferentes grupos terroristas.
Aunque Pashteen está comprometido a protestar de forma no violenta, su juventud, sus discursos agitadores y su gorro característica han logrado que lo comparen con el Che Guevara.
Lo que hace que el PTM se haya convertido en una amenaza para el Ejército paquistaní, que ha gobernado el país durante la mayor parte de sus 70 años de historia, es que sus acusaciones son las mismas que le hacen los políticos occidentales, es decir, que el Ejército hace un “doble juego” al terrorismo, apoyando en silencio a los grupos que atacan India y Afganistán.
El Gobierno ha respondido con mano dura, prohibiendo mitines y acosando a los seguidores del PTM. Nueve de sus militantes han desaparecido en Karachi, la capital financiera del sur de Pakistán. El fin de semana pasado, en un mitin en Swat, manifestantes partidarios de los militares intentaron impedirle la entrada a un mitin ante 25.000 personas.
Incluso se ha intentado prohibir el 'gorro Pashteen' de forma no oficial y a nivel local. En la ciudad de Mingora, en el valle de Swat, ya no se encuentran réplicas del gorro para comprar, y al menos cinco dueños de tiendas que la vendían han sido arrestados y golpeados por matones vinculados al Ejército, según testimonios locales.
El 21 de abril, en un mitin en Lahore organizado a pesar de la prohibición del Gobierno, Pashteen saludó como un boxeador, mientras los guardaespaldas lo guiaban a través de una multitud eufórica hacia un escenario decorado con fotos de las personas desaparecidas.
Más temprano, ese mismo día, aguas residuales habían inundado el lugar del mitin de forma misteriosa. Unas 8.000 personas –muchas con la 'gorra Pashteen'– cantaban “los uniformados están detrás de los terrorristas”, una consigna que genera una furia especial en el cuartel general del Ejército en Rawalpindi.
Pashteen le dice a su gente que ha llegado a Lahore, una ciudad con relativamente pocos pastunes, para “dejar en evidencia lo que el Ejército está haciendo contra nosotros”. A su derecha, un póster gigantesco muestra una calle devastada, llena de escombros, en un pueblo en Waziristán del Norte, arrasado durante la campaña militar contra los talibanes paquistaníes en 2014.
A aquella campaña se le atribuye el ayudar a reducir las muertes por terrorismo en más de dos tercios. Sin embargo, según el PTM, muchos pastunes fueron alcanzados por el fuego cruzado y desde entonces son sometidos a humillantes toques de queda, puestos de control y castigos colectivos por parte de las tropas encargadas de mantener el orden.
“Antes del PTM no decíamos nada”
Las desapariciones generan un pesar especial. Una comisión del Gobierno ha tratado 5.000 casos desde 2011, pero grupos de derechos humanos dicen que esta cifra subestima la escala del problema. “Según la Constitución, cualquiera que cometa un delito debe ser llevado ante un tribunal en un plazo de 24 horas”, señala Pashteen. “Pero muchas personas han sido arrestadas y todavía están desaparecidas”.
Con la voz en alto, casi gritando, Pashteen pregunta a la multitud: “¿Estáis del lado de los tiranos?”. Llama a los soldados a desafiar las órdenes de sus jefes y oficiales, una declaración que a muchos ha sonado a traición. Un hombre perteneciente a la mayoría punjabi de Pakistán se muerde el labio y mira ansiosamente a su alrededor. “Es increíble oír esto”, dice, pidiendo que no se publique su nombre. “Pero no sé qué presagia esto para Pakistán”.
Por tradición, al Ejército se le llama en clave 'el establishment' o –en el caso de agentes de los temidos servicios de inteligencia (ISI)– 'ángeles'. Sin embargo, esto está cambiando para los seguidores del PTM.
“Antes del PTM no decíamos nada, ni siquiera en nuestras dormitorios, sobre el ISI y la inteligencia militar”, afirma Shehrullah Khan, cuyo hermano “desapareció” de su tienda de maletas en 2016. Al sentirse respaldados por el numeroso movimiento, “ahora podemos decir lo que pensamos y sentimos”.
Los líderes del PTM admiten que algunos de los desaparecidos podrían estar vinculados a los talibanes, pero dicen que todos deberían ser juzgados para probar las acusaciones en su contra.
Una bandera blanca, que representa el compromiso del movimiento con la protesta no violenta, ondea sobre el escenario. Entre los estereotipos que Pashteen está ayudando a romper, indica el analista Fasi Zaka, es el de que “los pastunes son un grupo étnico castrense que genera conflictos”. Los líderes del movimiento argumentan que los pastunes son en mayor medida víctimas de los talibanes en lugar de anfitriones voluntarios, como los suelen describir en los medios de comunicación. A uno de ellos, Ali Wazir, le han asesinado 17 miembros de su familia.
La respuesta militar deja ver el malestar que el movimiento genera. El teniente general Bajwa, jefe del Ejército, se ha referido indirectamente al PTM como un movimiento “orquestado” por los enemigos de Pakistán. Los medios de comunicación tienen prohibido dar información sobre el movimiento.
Sin embargo, al verse incapaces de detener su crecimiento, el teniente general Nazir Ahmad Butt se reunió la semana pasada con el PTM para hablar de sus “reclamaciones legítimas”, refiriéndose a una lista de cinco puntos con reivindicaciones que incluyen el retiro de minas, castigo a un jefe de policía de Karachi acusado de llevar a cabo ejecuciones extrajudiciales y una “comisión de la verdad y la reconciliación” que investigue las desapariciones forzadas.
“El éxito del PTM”, afirma el activista por los derechos civiles Jibran Nasir, “es que tras años negándolo, algunos miembros del Ejército ahora admiten que ha habido transgresiones”.
Desde el asiento trasero de un coche que lo aleja de una multitud de seguidores, Pashteen dice a the Guardian que no le preocupa una posible amenaza a su vida. “Al principio mi familia me dijo que me echaría de casa”, recuerda. “Pero ahora dicen que si me matan, al menos habré hecho algo por el pueblo”.
Traducido por Lucía Balducci