Los expertos han advertido de que la próxima variante de COVID-19 que sacuda al mundo podría emerger cerca de Australia debido a las tasas muy bajas de vacunación en Papúa Nueva Guinea. Papúa Nueva Guinea es el vecino más cercano de Australia: en su punto más próximo, en el Estrecho de Torres, está a solo cuatro kilómetros del territorio australiano. De hecho, en distintos momentos de la pandemia las autoridades australianas han expresado su preocupación ante la posibilidad de que los viajeros de Papúa Nueva Guinea pudieran llevar el virus a Australia.
“Me preocupa que la nueva variante que nos sacuda surja de Papúa Nueva Guinea”, señala Adrian Prouse, responsable de programas humanitarios internacionales de la Cruz Roja australiana. “En Papúa Nueva Guinea menos del 5% de la población adulta está vacunada, en Indonesia, algo menos de un tercio. Dos países que están justo a nuestra puerta y que presentan retos importantes para abordar una vacunación masiva”.
Stefanie Vaccher, epidemióloga del Instituto Burnet que trabaja en Papúa Nueva Guinea desde el año pasado, comparte esta preocupación. “El virus se propaga y muta con mayor facilidad en poblaciones con bajas tasas de cobertura de vacunación. En Papúa Nueva Guinea menos del 3% de la población total está vacunada y es mucho más fácil que el virus mute y se propague”.
Vaccher alerta de las consecuencias para el mundo. “No debemos centrar nuestra atención en el lugar de procedencia de una nueva variante, lo preocupante para el mundo es la amenaza en sí. Los países tienen la responsabilidad de pensar globalmente y la pandemia ha dejado al descubierto lo interconectados que estamos... Es importante no solo porque suponga un riesgo potencial para sus poblaciones, que pueden ver cómo todos los esfuerzos y logros para frenar el virus se pierden, así como los sacrificios de la población durante los confinamientos. El sufrimiento humano es igual en cualquier país y las vidas humanas son igual de importantes”, dice la epidemióloga.
Preocupación por el sistema sanitario
Papúa Nueva Guinea ha estado lidiando con un devastador brote de COVID-19 a lo largo de 2021.
La cifra oficial de muertos por el virus en Papúa Nueva Guinea es de 590, con más de 36.000 casos, pero es difícil determinar la verdadera magnitud del brote debido a los bajos índices de pruebas y al estigma de tener la enfermedad. De la información publicada en la prensa se desprende que los ciudadanos piden a los médicos que no conste la COVID-19 como causa de muerte en los certificados de defunción de sus familiares.
Vaccher indica que un estudio llevado a cabo en Papúa Nueva Guinea en marzo de 2021 —antes de la gran oleada del virus— mostraba que el 24% de los trabajadores sanitarios del hospital general de Port Moresby ya tenían anticuerpos contra la COVID-19, lo cual pone en evidencia lo extendida y desapercibida que había sido la transmisión de la COVID-19. La pandemia ha paralizado el sistema de salud de Papúa Nueva Guinea, que ya estaba saturado y carece de recursos suficientes.
“En este momento, Papúa Nueva Guinea lidia con un aumento de la variante delta”, señala Prouse. “Cuando se superpone un aumento de delta con un sistema sanitario realmente frágil, con altas tasas de enfermedad, con escaso acceso al saneamiento y al agua potable, se observa un aumento de las hospitalizaciones y de las muertes”.
“Hemos visto cómo los principales hospitales de Papúa Nueva Guinea reducen sus servicios médicos. Lo preocupante, desde una perspectiva mucho más a largo plazo, es que estamos empezando a ver un aumento de los problemas relacionados con la malaria, la tuberculosis y la mala salud materno-infantil”.
“Otro dato devastador es que la mortalidad materna se ha duplicado en el último año”, subraya Vaccher. “La COVID-19 ha influido en esta situación: afecta a las mujeres embarazadas. Pero también se debe al hecho de que los hospitales han cerrado, los médicos y enfermeros están de baja con COVID-19, las embarazadas tiene miedo de acudir al hospital para las visitas.”
Desconfianza en las vacunas
Prouse dice que el suministro de vacunas a Papúa Nueva Guinea ha sido adecuado. En este sentido, ha elogiado al Gobierno australiano por hacer “un trabajo realmente bueno en el suministro de vacunas a nuestros vecinos del Pacífico”. En su opinión, el país ha tenido una gran dificultad en “conseguir brazos en los que administrar las vacunas”, en garantizar el almacenamiento en frío de las dosis y que la población reciba información correcta sobre la vacuna.
El principal problema es la resistencia de los ciudadanos a vacunarse. Ambos expertos coinciden en afirmar que los mensajes de Australia en torno a AstraZeneca a principios de año no contribuyeron a aumentar la confianza de la población en la vacuna. El Gobierno australiano donó decenas de miles de dosis de AstraZeneca a Papúa Nueva Guinea, al mismo tiempo que recomendaba a los australianos menores de 60 años que no se pusieran esa vacuna debido al riesgo de trombosis (que en realidad se ha demostrado muy bajo).
“En Papúa Nueva Guinea mucha gente está indecisa y no sabe si vacunarse, lo cual es un problema grave. No quieren vacunarse por muchas razones: les preocupa que la vacuna no sea segura, por prejuicios en torno a la brujería, o por miedo a la estigmatización”, afirma Prouse. “Todo ello hace que Australia corra el riesgo de que la próxima variante llegue a nuestras puertas”.
“[Para convencer a la población de que es positivo vacunarse] no basta con repartir un díptico informativo y marcharse. Hay que ganarse los corazones y las mentes de la población, hay que convencer a la población de que no deben temer a la vacuna y de que les va a salvar la vida”.
“Creo que lo mejor es que el Gobierno australiano financie a las organizaciones locales que hacen un trabajo en el terreno, conocen la realidad de las comunidades y tienen su confianza”.
Traducción de Emma Reverter