Cuando un terremoto de magnitud 7,9 arrasó la provincia de Sichuan en mayo de 2008, Lin Tianhong, reportero de 29 años en el China Youth Daily, fue uno de los primeros en presentarse voluntario a dirigirse a la zona del desastre. “Todo el mundo quería ir. Si no, ¿para qué eres periodista?”, recuerda.
Horas después, el reportero, que trabajaba en Pekín, estaba volando hacia los campos destrozados de Sichuan, a lo que sería uno de los momentos más terroríficos y decisivos de su corta carrera periodística. Durante las dos semanas siguientes, Lin rastreó la zona del desastre y escribió una serie de informaciones devastadoras desde primera línea. Uno de sus artículos, De vuelta a casa, contaba la historia de una pareja que llevaba el cadáver de su hijo adolescente, Cheng Lei, de vuelta a casa para su entierro, tras sacarlo de los escombros de su escuela de seis pisos.
“Su madre quería cambiarlo de ropa, pero el cuerpo de Cheng Lei se había quedado rígido”, escribió el periodista. “La pareja se arrodillaba ante su cuerpo, acariciaba sus manos y sus pies, lo llamaban por su nombre una y otra vez”. El artículo desolador concedió a Lin el respeto de sus jefes y los elogios de toda una generación de reporteros chinos. Siete años después, la antigua estrella ha abandonado su cuaderno y su boli y ha dejado el periodismo.
“Aburrimiento”, dice Lin, que ahora trabaja en una empresa de relaciones públicas en la planta 19º del Centro Mundial de Negocios de Pekín, cuando se le pregunta la razón de su decisión. “Un día me levanté por la mañana y me pregunté: ¿aún piensas que es divertido hacer lo mismo todos los días, una y otra vez?”, cuenta.
La decisión de Pekín de expulsar a la periodista francesa Ursula Gauthier en diciembre ha puesto el foco sobre la desalentadora situación a la que se enfrentan los corresponsales extranjeros en el país. Pero los periodistas chinos afrontan dificultades mucho mayores, que a muchos les lleva a dar la espalda a la profesión.
David Bandurski, experto en periodismo chino de la Universidad de Hong Kong, explica que se está produciendo actualmente un éxodo de los periódicos del país porque los jóvenes periodistas con talento consideran que no hay futuro en la profesión. “Tenemos periodistas de 30 y 40 años que en una situación normal estarían en lo más alto de sus carreras profesionales pero que las han abandonado”, indica. “Los ánimos están bastante bajos ahora mismo en los medios chinos”.
Los expertos señalan dos factores para explicar por qué se están vaciando las redacciones chinas. Uno de ellos es la situación económica cada vez más desalentadora de los periódicos, que tienen dificultades para adaptarse a la era digital. El otro, las crecientes restricciones impuestas por el cada vez más autoritario Partido Comunista de Xi Jinping sobre de qué se puede informar y de qué no. “De alguna manera es un doble revés”, apunta Bandurski, que identifica el origen de la situación política actual en la llegada de Xi al poder a finales de 2012.
Guerra contra la libertad de expresión
Desde que Xi asumió el liderazgo, Pekín ha declarado la guerra a la libertad de expresión. Ha encarcelado a periodistas, blogueros y abogados por los derechos civiles reconocidos como Pu Zhiqiang, condenado hace poco por publicar siete tuits sarcásticos. Uno de los casos más notorios fue el de Gao Yu, periodista de 70 años que entró en prisión por filtración de secretos de Estado tras hacer llegar presuntamente un documento interno del Partido Comunista a los medios extranjeros.
Otro reportero, Wang Xiaolu, periodista económico de una de las principales revistas financieras de China, fue detenido y obligado a protagonizar una “confesión” televisada por escribir una información sobre el caos en la bolsa del año pasado. El año pasado, China cayó un puesto en el ránking de libertad de prensa que elabora Reporteros Sin Fronteras. Ahora ocupa la posición 176º de 180 países.
Lin, que ahora trabaja en una empresa de cine del grupo Alibaba, del multimillonario Jack Ma, niega que la política esté detrás de su decisión de dejar el periodismo. En su lugar, apunta al descenso de lectores e influencia de los periódicos chinos. “Actualmente, nadie lee tus informaciones”, lamenta. “Los lectores viven todos dentro de sus smartphones o de WeChat”.
Sin embargo, su frustración con la censura se hizo patente cuando en 2014 cargó en un blog contra la destrucción del Southern Weekly, el antes respetado periódico liberal que, según dijo, le inspiró para hacerse periodista. Se dice que en aquel momento escribió: “Durante todos estos años, las personas como nosotros hemos visto cómo mataban nuestros artículos y silenciaban nuestras voces, y hemos empezado a acostumbrarnos a eso. Hemos empezado a ceder y a censurarnos a nosotros mismos. Hemos ido demasiado lejos, como si hubiéramos olvidado por qué elegimos este sector para empezar”.
A pesar de esos problemas, Lin, que renunció a su último puesto de trabajo en el periodismo en abril de 2014, afirma que aún es posible escribir en China periodismo que merezca la pena: “Una persona tiene diez dedos. Hay uno que no puedes usar pero los otros nueve funcionan todos. Hay una historia que no puedes escribir pero aún quedan nueve que sí”. Cuando se le pregunta cuál es ese décimo dedo, Lin se ríe. “Es lo mismo que en tu caso”, responde. “Creo que no es necesario decirlo en voz alta”.
Otros jóvenes periodistas son mucho menos optimistas. “Ser periodista ya no significa nada”, lamenta un redactor jefe treintañero de uno de los medios de comunicación más importantes de China. “Mi mayor impresión es que en los últimos años las libertades de la prensa han alcanzado su nivel más bajo de la historia”.
El periodista se queja de que, antes de la era Xi Jinping, los redactores jefe al menos tenían autonomía para decidir sus propios titulares. Ahora, se obliga a los periódicos y a los medios digitales a atenerse a la tediosa monotonía de la alabanza a los líderes comunistas chinos. “El titular de apertura (siempre) tiene que ser sobre Xi Jinping y el segundo, sobre (el primer ministro) Li Keqiang”, asegura, y concluye que “si lees un medio online, los has leído todos”.
Bandurski, autor de un libro sobre el periodismo de investigación en China, considera que la creciente intolerancia de la información crítica por parte del gobierno de Xi es cada vez más clara. En el pasado, los periódicos chinos sufrían campañas gubernamentales de censura durante seis meses pero luego salían de esos periodos publicando un reportaje de investigación potente. “Ya no vemos ese tipo de ejemplos. Vemos mucho más silencio”, lamenta el académico.
A los periódicos y los medios digitales que aún trataban de romper barreras les han metido de nuevo en vereda. Una investigación reciente sobre el impacto social y ambiental de la Presa de las Tres Gargantas que publicó el periódico de Shanghai The Paper fue retirada de Internet tras siete horas después de su publicación.
“El invierno se ha convertido en una edad de hielo para los medios de comunicación”, reflexiona Bandurski. “Para el periodismo de investigación, la situación ha empeorado constantemente desde 2005. Además, los Juegos Olímpicos fueron un momento duro. Pero desde 2012, con Xi en el poder, las cosas han empeorado muchísimo”.
Lin, que tiene un hijo de tres años, afirma no arrepentirse de su decisión de abandonar una profesión que tenía los días contados. “Los medios chinos son un desastre ahora. Aunque esas personas con talento se hubieran quedado, ¿qué podrían hacer?”, dice sobre el éxodo de jóvenes reporteros que se está produciendo.
Tras más de una década en el negocio, el redactor jefe, que pide anonimato por miedo a represalias, admite que también ha estado a punto de renunciar. “La libertad es muy importante, es lo más importante, pero no la tenemos en China, especialmente en el periodismo”, manifiesta. “No puedes escribir lo que quieras. No puedes entrevistar a quien quieras. Y si lo haces, no puedes publicarlo. Trabajar en los medios chinos es como malgastar tu vida”.
Traducido por: Jaime Sevilla