Las grandes farmacéuticas son el principal escollo para encontrar un tratamiento contra el coronavirus
Durante las últimas semanas, la crisis del coronavirus ha dejado al descubierto las peores y mejores respuestas de los seres humanos. En el primer grupo, quienes vacían compulsivamente las estanterías de los supermercados. En el segundo, los vecinos que se están organizando para ayudar a las personas mayores y más vulnerables de su comunidad.
¿Cómo deberíamos juzgar la respuesta de las compañías farmacéuticas? Al fin y al cabo, ellas tienen la llave para poner fin a la pandemia. Sin embargo, si analizamos su comportamiento, vemos que tienen más elementos en común con quienes han vaciado los supermercados que con los grupos solidarios de vecinos.
Como es de sobra conocido, la estrategia de salida del confinamiento mundial depende del desarrollo de una vacuna efectiva. Se está haciendo un gran esfuerzo para encontrar esa vacuna, pero no podemos permitirnos esperar los 18 meses que podría llevar desarrollarla.
Mientras tanto, a medida que aumenta el número de muertes, los médicos están desesperados por encontrar tratamientos que disminuyan el impacto del virus sobre el cuerpo humano, que reduzcan la infección y la gravedad para, de este modo, salvar vidas. Hay una búsqueda mundial para conseguir un medicamento contra el coronavirus, pero es una lucha a contrarreloj. Por ello, el foco está en los tratamientos existentes que han demostrado ser seguros para otras enfermedades, pues necesitarán menos pruebas y serán más fáciles y rápidos de fabricar a gran escala.
En estos momentos, hay decenas de ensayos clínicos en marcha. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha identificado las cuatro terapias más prometedoras, entre ellas, un tratamiento para el VIH, un antipalúdico y un fármaco que se desarrolló pero nunca llegó a probarse contra el ébola. Forman parte de un ensayo mundial que se lanzó el mes pasado. Pero no podemos pausar la búsqueda mientras esperamos resultados, la necesidad de agentes efectivos contra el virus es demasiado urgente.
La mejor manera de identificar medicamentos eficaces es por medio de la inteligencia artificial (IA), ya que nos permite obtener un gran volumen de información y encontrar aquellos que podrían funcionar. Las principales compañías de IA han puesto su inmensa capacidad de procesar datos al servicio de los científicos que trabajan en este gran reto.
Sin embargo, sus esfuerzos se ven obstaculizados: algunas compañías farmacéuticas no están compartiendo toda la información de la que disponen sobre los posibles tratamientos que servirían para luchar contra el virus. Como los compradores compulsivos de papel higiénico, mantienen esta información en sus bancos de datos digitales, que permanecen inaccesibles para el resto, con el argumento de que se trata de información confidencial.
Fue precisamente el intercambio abierto de información a escala mundial lo que permitió a los científicos cartografiar el genoma del virus del SARS-CoV-2 a una velocidad sin precedentes. Su labor traspasó fronteras institucionales, comerciales e internacionales, en un esfuerzo colectivo único contra un enemigo que compartía toda la comunidad internacional. Ahora necesitamos urgentemente que todas las empresas farmacéuticas dejen de lado sus ambiciones comerciales individuales y se unan a un esfuerzo colectivo similar para identificar, probar, desarrollar y fabricar tratamientos para frenar esta nueva enfermedad.
De hecho, existe un precedente. El pasado mes de junio, diez de las mayores compañías farmacéuticas del mundo, entre ellas, Johnson & Johnson, AstraZeneca y GlaxoSmithKline, anunciaron que compartirían información para buscar, con la ayuda de inteligencia artificial, nuevos antibióticos. Se trata de una necesidad urgente, pues las bacterias resistentes a los antibióticos han proliferado en todo el mundo, y con ellas la amenaza de más enfermedades sin tratamiento.
Ese acuerdo histórico fue posible gracias al desarrollo de un sistema seguro de codificación de información que permite que un algoritmo busque los datos de las empresas rivales con total trazabilidad, pero sin revelar secretos comerciales a los competidores. La ventaja de usar esta tecnología blockchain es que las empresas no se ven obligadas a confiar en sus socios, pueden hacerlo en el sistema de codificación.
Los expertos en IA de la J-Clinic del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), que formaron una red neuronal para predecir qué moléculas tendrán propiedades antibióticas, anunciaron en febrero que habían encontrado un nuevo compuesto que funciona contra 35 tipos diferentes de bacterias. Lo llamaron halicina, por el sistema de IA de la película 2001: Una Odisea del Espacio.
Una carrera global, colaborativa y a contrarreloj
Ahora, en la carrera para encontrar un tratamiento contra el coronavirus, se está recurriendo a la inteligencia artificial en diversas partes del mundo, desde Hong Kong a Israel, pasando por Reino Unido y Estados Unidos. El mes pasado, el superordenador más rápido del mundo, la IBM Summit, identificó 77 compuestos como potenciales tratamientos contra el virus.
La semana pasada una plataforma de IA dirigida por Gero, con sede en Singapur, identificó seis medicamentos ya aprobados para uso humano en otros tratamientos que podrían ayudar a combatir el Covid-19. Mientras tanto, Thomas Siebel, el multimillonario que dirige C3.ai, una empresa californiana de inteligencia artificial, anunció un consorcio público-privado que incluye universidades prestigiosas como Princeton, Carnegie Mellon, el MIT, California, Illinois y Chicago, así como las empresas C3.ai y Microsoft, que proporcionará a los científicos financiación y acceso a algunos de los superordenadores más avanzados del mundo en la búsqueda de soluciones a la pandemia.
Sin embargo, no importa lo potente que sea el superordenador o lo avanzado del diseño del software: los resultados de estas iniciativas dependerán en última instancia de los datos que se introduzcan en ellas. Sin acceder a la totalidad de los datos, los científicos libran una batalla con las manos atadas.
Todas las compañías farmacéuticas deben proporcionar un acceso completo a sus bases de datos para que sea posible identificar los medicamentos que podrían formar parte de un ensayo mundial y, de este modo, comenzar las pruebas tan pronto como sea posible. No podemos esperar. Muchas vidas dependen de ello.
Ara Darzi es cirujano y director del Instituto de Innovación en Salud Global del Imperial College de Londres. Fue subsecretario parlamentario de Estado para la salud 2007 a 2009, bajo el Gobierno laborista de Gordon Brown.
Traducido por Emma Reverter
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