Tener tu propia vacuna no es garantía de vacunación masiva: por qué India, Rusia y China van tan despacio

Michael Safi, Theo Merz y Helen Davidson

Beirut, Moscú y Taipei —
27 de marzo de 2021 21:58 h

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El día en que India comenzó a vacunar contra el coronavirus, el nombre de Amit Mehra estaba en la lista de los prioritarios. Pero Amit, de 47 años y empleado en un hospital de Delhi, nunca llegó a pedir cita. “No estoy dispuesto a vacunarme solo porque haya una vacuna disponible para mí”, dice.

A 4.000 kilómetros de distancia y paseando por un centro de inoculación improvisado cerca de la Plaza Roja de Moscú, Magomed Zurabov se muestra igualmente reacio. Cree que la pandemia ha sido creada deliberadamente y no tiene intención de vacunarse. En vez de eso, dice, está “tomando las precauciones necesarias”: llevar una mascarilla y usar desinfectante.

Las tasas de inoculación se han disparado en Israel, Reino Unido, los Emiratos Árabes Unidos y otros países que han monopolizado el suministro de vacunas, mientras naciones más pobres se tienen que conformar con un goteo de dosis. Junto a ellos, una tercera categoría está comenzando a crecer. Rusia, China o India producen sus propias vacunas, por lo que el suministro es menos problemático, pero sus respectivos programas gubernamentales han tenido un comienzo lento y ha habido poco clamor público para que se aceleren las cosas.

“La gente no ha mostrado esa ansia y urgencia por vacunarse”, dice Ajeet Jain, médico del hospital Rajiv Gandhi Super Speciality en Delhi. La gente está más tranquila, comenta, porque la enfermedad ya no es tan prevalente. [El gran pico de la pandemia en India se produjo a mediados de septiembre y desde entonces los contagios empezaron a descender mucho. Sin embargo, los casos han empezado a repuntar con fuerza desde principios de marzo].

Las experiencias de India, Rusia y China podrían convertirse con el tiempo en algo habitual. Incluso cuando se haya solucionado la escasez de dosis, gran parte del mundo podría tardar años en lograr la vacunación generalizada contra la COVID-19 debido a las dificultades para llegar a poblaciones inmensas y remotas, la falta de interés del público y otras prioridades sanitarias más urgentes.

Algunos países pueden arreglárselas para librarse de estos problemas de escala. India ha acelerado el despliegue desde principios de mes, con clínicas privadas ayudando a administrar la vacuna y llamamientos a nuevos grupos para que pidan cita, incluidos los mayores de 60 años. El objetivo es tener al 20% de la población vacunada para agosto.

Según los datos del portal especializado Our World in Data, India, el segundo país más poblado del mundo, está administrando más de dos millones al día de media. Pero las infecciones están aumentando y el país ha restringido y reducido drásticamente las exportaciones de vacunas, lo que ha provocado reveses en las campañas de vacunación en muchos otros países.

Aceptación más lenta de lo esperado entre sanitarios

En India, la aceptación fue más lenta de lo esperado entre los 30 millones de trabajadores de primera línea y sanitarios considerados prioritarios para la primera tanda de dosis. Hubo gente que dudó a la hora de ponerse Covaxin, la vacuna desarrollada localmente que comenzó a utilizarse antes de publicar los resultados de la fase 3 del ensayo (los datos provisionales han demostrado desde entonces que tiene una eficacia del 81%).

“Eso causó bastante confusión, por lo que los sanitarios que debían vacunarse en la primera ronda, y que entendían este proceso un poco mejor que otras personas, no acudieron en los números que deberían”, dice el doctor Shahid Jameel, virólogo y director de la escuela Trivedi de biociencias en la Universidad de Ashoka.

India tampoco ha puesto a toda su plantilla de administradores de vacunas a luchar contra la COVID-19. A mediados de marzo, la mitad de ese personal seguía dedicado a vacunar contra otras enfermedades mortales, dice Jameel. “Hay un programa de inmunización infantil, también otro para madres embarazadas y tienen que seguir sin trabas a pesar de la COVID-19”.

Tal vez el principal impedimento ha sido que las cifras del virus en India habían descendido mucho desde septiembre. Además, en un país con una media de edad de unos 28 años, la COVID-19 no ha resultado especialmente letal: se han registrado unas 160.000 muertes relacionadas con el virus, un tercio del número de indios que mueren de tuberculosis cada año. La segunda ola podría cambiar esos cálculos para algunos.

“Si se observan las tasas de mortalidad en el sur de Asia se entenderá por qué la gente no está desesperada por vacunarse”, dice Oommen C Kurian, miembro del centro de estudios Observer Research Foundation, en Delhi. “Su percepción del riesgo es considerablemente menor que la de un londinense, por ejemplo”.

Baja percepción del riesgo en China

Lo mismo ocurre con el residente medio de Pekín, aunque no por razones demográficas. China ha empleado medidas de cuarentena contundentes aunque eficaces para contener con éxito el virus, y la vida en el país ha vuelto en gran medida a la normalidad. Aunque autorizó las primeras vacunas para uso de emergencia en julio, hasta ahora solo se han administrado 82,85 millones de dosis (cerca del 5% de la población), según datos de las autoridades chinas.

“Uno de los factores más importantes es esta percepción que hay de que China tiene un bajo riesgo de contagio”, dice Yanzhong Huang, director del Centro de Estudios sobre Salud Global de la Universidad de Seton Hall, en Nueva Jersey. “Así que la gente piensa: ¿por qué molestarme en vacunarme? Ya estamos protegidos”.

China pretende haber vacunado al 40% de su población para julio, un objetivo que requerirá la administración de unos cuatro millones de vacunas al día. El programa está ganando velocidad en el país, según las autoridades chinas.

Pero Pekín también debe equilibrar su campaña doméstica con sus compromisos de suministrar al menos 463 millones de dosis a otros países, muchas de ellas como donación a socios estratégicos. Hasta ahora, no ha sufrido presiones para acaparar esas vacunas para su uso en casa. “La gente ve esto como un ejemplo de que China es un líder mundial, una demostración de que China es una gran potencia responsable y de fiar”, dice Huang.

Dos de cada tres rusos no están dispuestos a ponerse la Sputnik-V

A Rusia le ha afectado más el virus, con la pérdida de 95.000 vidas según unas cifras oficiales que se consideran infraestimadas. Pero también allí la aceptación de la vacuna está muy por debajo del objetivo del Gobierno de inocular la vacuna al 60% de la población para mediados de año.

Una encuesta de principios de marzo reveló que dos de cada tres rusos no están dispuestos a ponerse la Sputnik-V, desarrollada en el país, a pesar de que las investigaciones de los expertos sugieren que es segura y eficaz. Su escepticismo se extiende también a los orígenes del coronavirus: según la encuesta independiente, el 64% cree que es un arma biológica (la mayoría de los virólogos no está de acuerdo y el consenso es que no hay pruebas de que el virus haya sido creado).

La falta de confianza en el gobierno es un obstáculo clave para Sergei Rybakov, representante de Alianza de Médicos (un sindicato de profesionales médicos vinculado a la oposición rusa y crítico con la respuesta oficial a la pandemia). El Estado ha promovido la Sputnik-V en el extranjero, incluso con una cuenta propia de Twitter, pero entre los rusos ha hecho menos para fomentarla, dice Rybakov.

“La tarea del Estado es demostrar que la vacuna es necesaria, que la vacuna es segura. En Rusia esto no se ha hecho en la medida que sería necesario”, dice. “Hay que demostrar a la gente que no vacunarse es más peligroso que hacerlo”.

Es posible que obstáculos similares ralenticen la administración de la vacuna en otros lugares a medida que los países despliegan una de las mayores operaciones logísticas jamás emprendida.

Según Babak Javid, científico especializado en enfermedades contagiosas de la Universidad de California en San Francisco, incluso cuando se asegure el suministro algunos tendrán que esforzarse durante años para llegar al 70% de la población que se considera necesario para la inmunidad de grupo. Se deberían centrar los esfuerzos en llegar a los trabajadores sanitarios y a los más vulnerables, dice. “No van a eliminar las muertes por COVID-19, pero sí la probabilidad de que la infraestructura sanitaria se vea desbordada”.

Traducido por Francisco de Zárate

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Este artículo ha sido actualizado y ligeramente ampliado por la redacción de elDiario.es