“Si hay algo seguro, es que yo no soy marxista”. Me encanta que Karl Marx haya dicho eso. Me encanta que fuera autodidacta. Me encanta la poesía del Manifiesto Comunista. Me encanta que fuera un visionario, un profeta de lo que hoy llamamos globalización. Me encanta que entendiera que no existe esfera alguna en nuestra vida, sea pública o privada, que no esté afectada por el capital y que no haya en él transigencia alguna. Marx es el gran pensador de nuestro tiempo, pero en los últimos años he cambiado de opinión respecto de si es el más importante.
Si quiero leer la obra de alguien que realmente explique lo que está sucediendo ahora, alguien que sea inquietante y realmente radical, recurro a Sigmund Freud. En su obra encuentro explicaciones a cosas que preferiría no saber pero que reconozco a mi alrededor. No he abandonado a Karl, pero Sigmund me parece el hombre del momento, el pensador que ha dado en el clavo sobre cómo nos vemos a nosotros mismos. Uno no lee a Freud para encontrar consuelo, pero si lo que buscas es algo profundo e impactante, es el mejor.
Leer a Freud es comenzar a entender cómo se gestó la concepción de qué es ser una persona moderna. La modernidad, si es que significa algo, supone cierta comprensión del proceso por el que nos convertimos en las personas que somos: con la auto-reflexión. Para Marx, la reflexión lleva inevitablemente a relaciones de clase antagonistas. Pero para la izquierda, la clase trabajadora es una decepción continua por su incapacidad de reconocerse como clase, o por su incapacidad de hacer lo que se le pide. Últimamente se nos dice que esto es culpa de los medios de comunicación, la BBC y los políticos de centro, pero en realidad es un fenómeno global. Freud comprendía que el deseo de responder a una autoridad es parte del ser humano.
Él veía a la racionalidad como una fachada. Debajo de ella, somos una masa de impulsos y contradicciones. Somos inescrutables para nosotros mismos, incluso insumisos. Desde luego que Freud tiene sus defectos; un oportunista intentando mantener una familia numerosa en Viena a fin del siglo XIX, inventando una ciencia basada en conversaciones entre hombres sobre las vidas de las mujeres. Pero mirad lo que nos ha enseñado: narcisismo, represión, nostalgia. Cómo pasan desapercibidas las normas patriarcales.
Observemos la política actual, ahora basada en “recuperar el control”. Freud nos advirtió que la nostalgia es anhelar algo que nunca se tuvo, como una especie de melancolía. Como judío, su explicación de la infancia es como la de cualquier extranjero que necesita integrarse.
El feminismo también es un movimiento que aborda el no tener permitido o no tener la voluntad de integrarse a la sociedad patriarcal. Cualquiera que lea el famoso caso de estudio de Freud sobre Dora verá a una joven que no seguía las reglas del juego, que se negó a ser un objeto de intercambio entre hombres poderosos, una joven que encontró una voz. Ella es la pionera del movimiento #MeToo. Es Freud quien la da voz a las cosas en las que preferiríamos no pensar: sexualidad infantil, perversión, fetichismo y la violencia del amor.
Con todos sus puntos ciegos -no notó el antisemitismo surgiendo a su alrededor, sino que temía ser atacado por la Iglesia Católica-, Freud fue capaz de observar la sociedad burguesa y decir: lo que pensáis que es racional, depende de impulsos que no podéis controlar completamente. Él dijo que la mujer puede sentir envidia del poder de los hombres, si no es de sus penes. Él dijo que los sueños importan, que los errores importan, que todo importa.
Tanto los que defienden que el Reino Unido permanezca en la UE como algunos demócratas estadounidenses operan con la noción simplista de Marx de la falsa consciencia. Ésta considera que con sólo tener acceso a la información adecuada, la gente pensará de forma correcta. Momentum quiere mostrar a la gente otro tipo de visión posible del socialismo, a menudo alimentando una nueva sed de autoridad: una más amable y más comedida. ¿Quizás Jeremy Corbyn?
En la base de todo esto hay emociones, no posiciones de clase simplemente. Freud comprendió esto, que lo que dejamos llegar a la consciencia es complejo. Él exterioriza nuestro ser. Cuando he conocido políticos, a menudo me han parecido las personas con menos auto-conocimiento que he conocido. ¿No forma parte de un buen líder el analizar nuestros propios impulsos, nuestro ego, nuestras neurosis cotidianas, nuestra capacidad de cambio, para no repetir patrones del pasado, o al menos para reconocerlos? No, claramente no.
El Freud gurú de auto-ayuda mató al Freud revolucionario. Pero es un revolucionario, y debemos reivindicarlo como tal. Yo he cambiado de opinión respecto a él porque hace que la gente cambie. Vivimos en una época en la que ha vuelto la represión. Y estamos hablando de cosas oscuras, muy oscuras. Si queremos una nueva política, debemos analizar y cambiar nuestras mentes. Así comienza todo.