Si quieres acabar con la desigualdad, Bernie Sanders es tu candidato

Robert Reich

Economista y secretario de Trabajo en el Gobierno de Clinton —

La contienda demócrata se ha caracterizado reiteradamente como una elección entre el “pragmatismo” de Hillary Clinton y el “idealismo” de Bernie Sanders, con el mensaje no tan sutil de que los realistas optan por el pragmatismo antes que por el idealismo. Pero esta forma de entender las opciones ignora la mayor realidad de todas: la creciente y sin precedentes concentración de ingresos, riqueza y poder en lo más alto, combinada con unos ingresos reales en decadencia para la mayoría y una pobreza persistente para la quinta parte que está más abajo en la escala.

La elección real no es entre “pragmatismo” e “idealismo”. Es entre permitir que empeoren estas tendencias o revertirlas. La desigualdad ha alcanzado niveles que se vieron por última vez en la era de los “magnates ladrones” de los años 1890. El único modo verdaderamente pragmático de revertir esta situación es a travé de una “revolución política” que movilice a millones de estadounidenses.

¿Es posible una movilización así? Hace poco, un experto advirtió a los demócratas de que el cambio llega de forma gradual, aceptando que la mitad de un pan es mejor que ningún pan. Eso puede ser cierto, pero el pan completo tiene que ser suficientemente grande en primer lugar para que el medio pan sea significativo. Y ni siquiera medio pan es posible salvo o hasta que Estados Unidos arrebate el poder a los ejecutivos de las grandes empresas, a los banqueros de Wall Street y a los multimillonarios que ahora controlan la panadería.

He estado en Washington y alrededores durante casi 50 años, incluyendo un periodo en el Gobierno, y he aprendido que el cambio real sólo llega cuando una parte sustancial de la sociedad estadounidense está movilizada, organizada, determinada y con energía para hacer que ocurra. Eso sucede ahora más que nunca.

El otro día, Bill Clinton cargó contra la propuesta de Sanders de un sistema sanitario financiado totalmente por el Estado, que tachó de inviable y una “receta para el atasco”. Pero estos días, nada significativo es viable políticamente y cualquier idea destacada es una receta para el atasco. Esta elección va de cambiar los parámetros de qué es viable y acabar con el ahogamiento de las grandes fortunas a nuestro sistema político. En otras palabras, va del poder, de si los muy ricos que ahora lo tienen lo mantendrán o si los estadounidenses promedio tendrán un poco también.

¿Hasta qué punto el poder político está mal concentrado en Estados Unidos entre los muy ricos? Un estudio publicado en otoño de 2014 por dos de los politólogos más respetados del país –Martin Gilens, de Princeton, y Benjamin Page, de Northwestern– sugiere que está extremadamente concentrado.

Gilens y Page desarrollaron un análisis detallado de 1799 asuntos políticos. Trataban de determinar la influencia relativa que tenían en ellos las élites económicas, los grupos financieros, los grupos de interés y los ciudadanos de a pie. Su conclusión fue dramática: “Las preferencias de los estadounidenses de a pie parecen tener solo un impacto minúsculo, cercano a cero, estadísticamente insignificante en las políticas públicas”. Gilens y Page hallaron en su lugar que los legisladores responden casi exclusivamente a los intereses de los adinerados, de aquellos que tienen la mayor capacidad de incidencia política y los mayores bolsillos para financiar campañas.

Me parece especialmente llamativo que los datos de Gilens y Page son del periodo entre 1981 y 2002. Eso fue antes de la sentencia de 2010 del Tribunal Supremo sobre el caso Ciudadanos Unidos contra Comisión de Elecciones Federales, que abrió la puerta a las grandes fortunas en la política, y antes de la explosión de Super Pacs y el sigiloso “dinero oscuro” cuyos orígenes no deben ser desvelados en las campañas. Parece lógico que si en esa época los estadounidenses de a pie tenían un impacto “próximo a cero” en las políticas públicas, ahora esa influencia es cero.

La mayoría de los estadounidenses no necesitan un estudio empírico detallado para convencerles de esto. Se sienten sin derechos, y enfadados con un sistema político-económico que parece diseñado contra ellos. Esto me pareció confirmado hace unos meses, cuando estaba en un tour por el corazón de Estados Unidos y oía a la gente decir que estaban intentando decidirse para las próximas elecciones entre apoyar a Bernie Sanders o a Donald Trump.

Al principio, yo estaba incrédulo. Después de todo, Sanders y Trump están en extremos opuestos del espectro político. Fue solo después de varias conversaciones cuando empecé a entender la conexión. Muchas de estas personas decían estar indignadas con el “capitalismo de amiguetes”, término por el cual se referían a los sobornos políticos por parte de grandes empresas y bancos de Wall Street que acaban resultando en favores especiales como el rescate a Wall Street de 2008.

Querían acabar con las lagunas fiscales para los ricos, como las exenciones tributarias para el “interés devengado” para los fondos especulativos y los socios de capital privado. Querían reducir el poder de mercado de las compañías farmacéuticas y las grandes aseguradoras sanitarias, que, según creían, conducen a precios exorbitantes. Estaban enfadados con los tratados comerciales que en su opinión consisten en traicionar a los trabajadores estadounidenses mientras se premia a los ejecutivos de las grandes empresas y a los grandes inversores.

En algún punto entre todo esto llegué a la conclusión de qué está avivando las pasiones de los votantes en las elecciones de 2016. Si por casualidad eres uno entre las decenas de miles de estadounidenses que trabajan más que nunca sin conseguir nada, y sientes que el sistema está contra ti y a favor de los ricos y poderosos, irás en una de las dos direcciones.

Te podrá atraer un fanático autoritario que promete engrandecer América de nuevo dejando fuera a la gente diferente y recreando trabajos con altos salarios, alguien que suena a que no dejará nada ni a nadie interponerse en su camino y que es tan rico que no le pueden comprar. O bien te atraerá un activista político que dice las cosas como son, que ha vivido según sus convicciones durante 50 años, que no cogerá un céntimo de las grandes empresas, de Wall Street o de los muy ricos y que está liderando una “revolución política” fundamental para recuperar el control de nuestra democracia y nuestra economía.

En otras palabras, estarás seducido o por un potencial dictador que promete devolver el poder a la gente o por un líder que te pide que te unas a otros para devolver el poder a la gente.

De los dos, yo preferiría el segundo. ¿Pero qué hay de la “pragmática” Hillary Clinton? He trabajado de cerca con ella y no le tengo otra cosa que respeto. En mi opinión, es claramente la candidata mejor cualificada para la presidencia del sistema político que tenemos actualmente. Pero ese sistema político está profundamente roto. Bernie Sanders es el candidato mejor cualificado para crear el sistema político que deberíamos tener, porque está liderando un movimiento político para el cambio.

Traducción de: Jaime Sevilla