Un parpadeo y la historia podría pasarla por alto fácilmente. Pese a todo el dramatismo de los últimos días, Liz Truss será recordada por las próximas generaciones como poco más que una surrealista nota a pie de página en la política británica. Pasará a la historia como la líder de seis semanas, la que duró menos que una lechuga iceberg con webcam propia en el tabloide The Daily Star, y la que, en tan poco tiempo, se las arregló para casi romper la economía.
Apenas 24 horas después de describirse como una “luchadora” que no se rinde, Truss dimitió desatando la madre de todas las peleas. El Partido Conservador ha acelerado el que ya era un nutrido debate sobre la persona que deberá reemplazarla y la regla post-Brexit parece seguir vigente: por muy mal que ya estén las cosas, siempre hay alguien que imagina una forma de empeorarlas.
Aparece la amenaza de un regreso de Boris Johnson, algo que induce a la furia, hierve la sangre y es totalmente inverosímil (aunque nunca lo suficientemente inverosímil como para sentirse cómodo). Suficiente es suficiente, por el amor de Dios.
El segundo ministro de Economía de Truss, Jeremy Hunt, abrió una puerta de esperanza. Al menos se deshizo de su venenoso presupuesto, estabilizó los mercados de una manera que, sin duda, ahorró dinero a los hogares, incorporó a uno o dos pragmáticos, y mostró a su partido que había una manera más fría de gobernar. Pero se le acabó el tiempo para completar la misión de hacer entrar en razón rápido a su partido, un objetivo locamente ambicioso. Ahora se avecina una fea batalla por el control del país.
Burla a la democracia
Hunt no se presentará como líder. Al parecer, hablaba en serio cuando dijo que este regreso no tenía que ver con él. Una vez más, se espera que un primer ministro conservador no elegido para el cargo reemplace a otro primer ministro conservador que tampoco había sido elegido, en una burla a la democracia.
Pero esta vez, la carrera enfrentará a un ala de renacimiento centrista tory aún a medio cocinar contra el ala pero-el-Brexit-nunca-se-intentó-de-verdad, o lo que sea que pueda improvisar Johnson desde su tumbona en el Caribe. Dicen que el exprimer ministro, aún bajo investigación por mentir al Parlamento, está “haciendo preguntas” (por supuesto que estaba de vacaciones mientras el país se desmoronaba bajo la sucesora elegida por él; por supuesto que lo estaba).
Por decir lo obvio, habrá que convocar elecciones generales tan pronto como el Partido Conservador vuelva a tener un líder. Pero, antes de eso, los conservadores deben tener el valor de resistirse al retorno de su exprimer ministro, o de nadie que se le parezca remotamente.
Por fin ha llegado el momento de que el partido arranque de raíz a los oportunistas. Durante seis largos años, lo único que ha importado en la política británica era estar en el lado “correcto” del Brexit. Hemos sufrido gobiernos repletos de famosillos simpaticones. En el mejor de los casos, gente que en condiciones normales nunca se habría acercado al poder. En el peor, han sido chiflados y fanáticos. Al llegar al Gobierno, los incompetentes (y gente peor) prosperaban.
Theresa May se debilitó demasiado como para despedirlos y a Johnson le convenía no molestarse en hacerlo. Los laboristas se enredaron hasta la parálisis con el Brexit y los conservadores que no querían salir de la Unión Europea abandonaron, secando una reserva de talento en la que los diputados conservadores no supieron pescar después.
Apoyar por interés
Deberían avergonzarse todos los que apoyaron a Truss, sabiendo que no estaba a la altura, con la esperanza de conseguir un puesto en el Gobierno y solo porque Truss sería la elección de unas bases radicalizadas por el Brexit. Pero también deberían avergonzarse los que dejaron el listón tan bajo que hicieron que todo pareciera posible. Debería avergonzarse Johnson, que animó a sus amigos a votar por Truss. En parte, por fastidiar a Rishi Sunak, y en parte (se sospecha), porque pensaba que Truss fracasaría y le abriría la posibilidad de un regreso.
Y deberían avergonzarse los periódicos de derechas que la ensalzaron (y la mimaron) hasta que su elección significó cientos de libras más al mes en las hipotecas de sus lectores. El diputado tory Charles Walker dio en el clavo con un arrebato que se hizo viral contra la “gente sin talento que marca la casilla correcta” por razones egoístas. Pero ahora están cogiendo el lápiz de nuevo, posiblemente tras saber los resultados de una encuesta de los miembros del Partido Conservador que antes nos trajeron a Johnson y a Truss.
En su terco discurso de dimisión, Truss citó una y otra vez el “mandato” que creía haber recibido (aunque nunca fue elegida por los británicos) para una economía de impuestos bajos que maximizase las (todavía imaginarias) oportunidades del Brexit. Era un alegato evidente para que alguien mantuviera viva esa llama.
Cualquier centrista que intente construir su candidatura sobre lo que Hunt comenzó a hacer será acusado de “golpe de estado”, aunque (tristemente) nadie esté defendiendo el regreso a la UE. De hecho, el objetivo de un movimiento que incorpora a gente que estaba por irse de la UE como Michael Gove y Sunak es ir más allá del Brexit para afrontar el nuevo desafío económico, herencia de Truss. Pero, para los tories del Brexit, un regreso a una política que se acerque a la realidad representa una amenaza a su dominio sobre partido. Alguien como Johnson podría jugar con eso sin ningún tipo de remordimiento.
En el actual ambiente económico, es poco probable que el conservadurismo de centro estilo Hunt produzca un Gobierno que guste a los votantes laboristas. Pero esa no es la función de los conservadores y tampoco es la vara con la que juzgarlos. La estrategia de Hunt consistía en mantener a Truss en su puesto hasta el 31 de octubre, evitando una imprevisible carrera por el liderazgo que asustara a los mercados mientras preparaba un paquete de austeridad que convenciera a los inversores de que el salvaje experimento británico de la Trussonomía había llegado a su fin.
Su estrategia fracasó cuando el Número 10 de Downing Street estropeó una pequeña travesura parlamentaria de los laboristas sobre el fracking hasta tal punto de que la jefa de la bancada, Wendy Morton, dimitió en el vestíbulo de votaciones (antes de retirar su dimisión poco después) mientras a su segundo adjunto se le escuchaba decir que estaba “jodidamente furioso”. También dijo: “Ya no me importa una mierda”. Como era de esperar, los diputados llegaron a la conclusión de que no podían esperar ni 11 días.
El desafío no cambia
Es de esperar que ahora se adelantará la fecha límite del 31 de octubre en la que Hunt debía llenar el agujero creado por Kwasi Kwarteng y entregar un paquete de 40.000 millones de libras en subidas de impuestos y recortes de gastos. Pero el reloj sigue corriendo, el desafío económico no ha cambiado y las negociaciones para elaborar ese paquete se han vuelto infinitamente más complejas.
Ya estaba claro que en el Parlamento no había una mayoría tory suficiente para ideas como eliminar la protección de las pensiones, o no aumentar las prestaciones de acuerdo con la inflación. Casi cualquier recorte de gastos o subida de impuestos que se pueda imaginar corre el riesgo de enfurecer a alguna parte de un Partido Conservador que se ha vuelto ingobernable. ¿Qué candidato con aspiraciones de llegar a primer ministro aceptará algo así para su campaña?
El peor escenario es que Reino Unido pase de una crisis económica y política a algo parecido a una crisis democrática al estilo griego, en la que los mercados exigen su pago y los votantes se resisten, como es natural. Y, en medio de todo eso, la política se hace pedazos. El país pende de un hilo y, si se lo damos a Boris Johnson, se va a venir abajo.
Traducción de Francisco de Zárate