La decisión histórica del Reino Unido de terminar la relación de amor y odio con la Unión Europea comenzada hace 43 años representa un punto de inflexión en la historia británica tan importante como las dos guerras mundiales del siglo XX. Suponiendo que no hay vuelta atrás, ni un repentino arrepentimiento colectivo, las consecuencias políticas, constitucionales, diplomáticas y económicas para el Reino Unido se extenderán al menos durante una década.
La posición del Reino Unido en el mundo acaba de cambiar, como también han cambiado los centros de poder de la política británica. Downing Street, las grandes corporaciones, los expertos económicos o el establishment de la política exterior, los tradicionales centros de poder, acaban de ser golpeados por el equivalente a una bomba de racimo popular.
¿Y ahora qué?
Las consecuencias políticas
La magnitud de la destrucción provocada por el día de la independencia es tal que va a ser la Administración Pública, uno de los últimos reductos del establishment aún en pie, el que ocupe un lugar central. El secretario del Gabinete y director de Administraciones Públicas, Sir Jeremy Heywood, tendrá que trabajar ahora junto al gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, y junto al primer ministro, David Cameron, para dar una apariencia de formalidad al caos que muy probablemente está a punto de desatarse.
Cameron ha dicho una y otra vez que aceptaría el mandato del pueblo británico y que seguiría sus órdenes desde su despacho en Downing Street. Ha anunciado en la mañana del viernes que dimitirá en octubre. El manual a seguir por el Gabinete es claro: el primer ministro no se puede ir antes de comunicar a la reina el nombre de su sucesor.
Por mucho que duren las maniobras políticas, tanto Cameron como su ministro de Asuntos Exteriores, George Osborne, se enfrentan a un dilema. La amplía mayoría de diputados y de miembros de la Cámara de los Lores a favor de la Unión Europea acaban de ser puestos en evidencia por su alejamiento de la opinión pública. Dentro de la Cámara de los Comunes, los euroescépticos no superan los 200, pero esa minoría acaba de demostrar que habla por el pueblo. El corazón del poder político en el Reino Unido está en disputa.
Las negociaciones
Cameron había dicho que si la mayoría votaba por la salida de la Unión Europea, él mismo se encargaría de activar el artículo 50, la parte del Tratado de Lisboa que inicia el proceso de dos años previsto para que los países miembros notifiquen al consejo de la Unión Europea su decisión de irse (finalmente, ha decidido que sea su sucesor quien lo haga).
Desde el punto de vista constitucional, la activación del artículo 50 es una decisión que sólo puede tomar el primer ministro, y no el Parlamento, porque se trata de una prerrogativa real. Dicho esto, nada impide al Parlamento que proponga una moción para que Cameron no active al artículo 50.
Cuando Cameron dijo que activaría el artículo 50 estaba dramatizando, en parte, la irreversibilidad del Brexit al avisar de que pondría en marcha una negociación con la Unión Europea que, a menos que los restantes países miembros decidan por unanimidad extender las negociaciones, termina con la salida del Reino Unido en un plazo de dos años.
Se irán formalmente una vez que se alcance un acuerdo, que requerirá el voto del Reino Unido y de una “mayoría cualificada” de los restantes 27 países miembros (al menos 20 países y al menos el 65% de la población total).
Si transcurridos los dos años no llegan a un acuerdo y tampoco a una extensión, la relación comercial del Reino Unido con la UE se regirá automáticamente por las reglas de la Organización Mundial del Comercio, es decir, aranceles para todos los bienes que vende a la UE. De modo que si el Reino Unido activa dicho artículo 50, habrá puesto en marcha por su propia voluntad unos engranajes que dejan a la Unión Europea con todas las cartas para negociar.
El primer ministro va a tener que hacer uso de la tolerancia de los partidarios del Brexit dentro de su partido. La división con ese grupo es tan grande que está a punto de volverse disfuncional. Necesitarán tiempo para asimilar su victoria inesperada.
Algunos partidarios del Brexit llevan meses avisando de que el referéndum era sólo para preguntar a los votantes si querían o no dejar la Unión Europea, nada sobre cómo se produciría efectivamente esa salida. Un claro contraste con el referéndum irlandés, que incluyó preguntas legales muy específicas a los votantes y daba instrucciones precisas a los políticos.
Así que los partidarios del Brexit ahora tienen que elegir entre mantener su apuesta, retirarse del mercado único y terminar así también con el libre movimiento de personas, o quedarse en lo que se ha dado en llamar el purgatorio, un acuerdo similar al de Noruega, con una pata dentro y otra fuera de la UE.
Según el diputado euroescéptico Daniel Hannan, el Brexit debe ser entendido como un proceso y no sólo como el día final de la salida. En su opinión, un acuerdo a la noruega para el Reino Unido podría ser un primer paso antes de la ruptura total, años después.
Pero si los partidarios del Brexit se lo toman con demasiada calma, el electorado puede impacientarse, la mayoría de los diputados proUnión Europea puede comenzar a movilizarse, y unas nuevas elecciones, con nuevos políticos, se harán más probables. Los brexiters radicales se van a poner impacientes.
La Unión Europea
En todos estos cálculos, el Parlamento del Reino Unido no va a ser el único actor. Enfrentada a fuerzas centrífugas, la Unión Europea va a querer actuar de forma decisiva, algo que casi nunca hace. Un grupo tal vez pida que el Reino Unido active el artículo 50; y un segundo grupo, posiblemente liderado por los polacos, podría querer explorar la posibilidad de reabrir la negociación entre la UE y Gran Bretaña. Muchos diplomáticos creen ahora que la canciller alemana, Angela Merkel, debería haber concedido algo más a Cameron en lo relativo al libre movimiento de personas.
Pero la perspectiva mayoritaria en la UE probablemente sea que las negociaciones con el Reino Unido terminaron en febrero y son asunto cerrado. Así lo expresó el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, antes del referéndum: “Cameron obtuvo todo lo que podía recibir y nosotros dimos todo lo que pudimos. Así que no habrá renegociación sobre el acuerdo al que llegamos en febrero”.
La prioridad en Europa no será eso sino impedir algo similar a una huida de los restantes miembros de la UE, como si fuera una fuga de depósitos, ahora que proliferan los llamamientos de referendos en Holanda, Francia, Polonia y Hungría. Al fin y al cabo, ese era el objetivo explícito de algunos 'brexiters'. Michel Gove, por ejemplo, llegó a hablar de la “liberación de Europa”. Si esas demandas aumentan, el proyecto de la Unión Europea pasará de la parálisis a la desintegración.
Como en todo acuerdo de divorcio, el foco ahora esta en los prosaicos temas pecuniarios: pensiones, propiedades inmobiliarias y otros activos, y temas presupuestarios. También, los derechos de los ciudadanos de la UE en el Reino Unido y viceversa.
Será clave determinar si las empresas financieras con sede en Reino Unido pierden su “pasaporte” europeo o no, y si a las empresas registradas en países miembros de la UE se les permitirá hacer negocios en todo el bloque sin nuevas autorizaciones.
Las más importantes negociaciones comerciales tratarán de definir si el Reino Unido se une al acuerdo de libre comercio vigente en Europa o si, por el contrario, se queda fuera con un tratado de libre comercio propio.
No es lo único. Faltan las conversaciones con el gobierno irlandés, con los países de la Commonwealth, con la OTAN y con muchos otros organismos. El éxito de todas estas complejas negociaciones dependerá de la química entre el Reino Unido y Europa después del Brexit, así como en saber quién prevalece entre los partidarios del Brexit, si los triunfalistas o los pragmáticos.
Todo eso dependerá a su vez de la capacidad de Cameron para restaurar las relaciones con Gove y Boris Johnson, dos viejos amigos que últimamente lo dejaron en la estacada. Tras lo ocurrido en los últimos dos meses, todo el mundo sabe que viajan sin mapa.
Traducido por Francisco de Zárate