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Los queman, los roban y los tiran al río: la difícil vida de los patinetes de California

Vivian Ho

San Francisco —

A pocos metros de la orilla del lago Merritt de Oakland es posible distinguir un patinete verde brillante de la empresa Lime sumergido. El avistamiento de patinetes eléctricos se ha vuelto tan típico como el de los patos nadando en el agua o el de las gaviotas peleando por restos de comida.

“Vaya... y el empleado de Lime ya vino esta mañana”, dice James Robinson, director del Lake Merritt Institute. Es uno más de los casi 100 que, según sus estimaciones, han sido arrojados al lago desde finales de septiembre. Solo en octubre, sus voluntarios contaron 60 patinetes en el lago.

El 2018 podría pasar a la historia como el año del patinete, con todas las marcas y colores de patinetes eléctricos brotando de las aceras del mundo, aparentemente de la nada. Para los que los odian, representan una especie de distopía futura de invasión robótica. Para sus partidarios, los patinetes eléctricos son el mañana del transporte urbano: alta tecnología, ecología y diversión.

Lo que nadie puede negar es que su llegada ha sido de todo menos tranquila, con gente tomándose la justicia por su mano y destrozando patinetes en señal de protesta contra lo que consideran que es una actitud arrogante de empresas tecnológicas haciendo beneficios a costa del espacio público.

Algunos les ponen pegatinas insultantes o los cubren de excrementos. Otros los tiran a la basura o a los árboles. Y luego, por supuesto, están los que los arrojan a las vías fluviales. Solo en agosto, un sitio web de seguimiento de patinetes arrojados al río Willamette contó 17. El grupo de control ecologista San Francisco Baykeeper ha registrado al menos dos patinetes arrojados a la Bahía de San Francisco desde mayo. Desde entonces, la organización ha hecho suya la causa contra el vertido en el lago Merritt, cerca de sus oficinas. “Es muy frustrante”, dice Sejal Choksi-Chugh, gerente de Baykeeper: “No lo están tomando en serio”.

Mientras tanto, pocas tecnológicas informan con exactitud del número de patinetes vandalizados, robados o dañados en el último año. Ni siquiera dicen cuántos patinetes tienen desplegados por todo el mundo. Scoot Networks comunicó al periódico The Wall Street Journal que, de sus 650 patinetes originales en San Francisco, más de 200 habían sido robados o destruidos irreparablemente en las dos primeras semanas. Lime no respondió a las preguntas sobre el tema y en Skip un portavoz dijo que la compañía no daba cifras de robo, pero que la empresa estaba detectando una disminución en el número de casos.

“El vandalismo de cualquier tipo de propiedad es un problema que las comunidades ni la policía local deben tolerar”, sostiene la empresa Bird en una declaración oficial. “No apoyamos el vandalismo ni la destrucción de ningún bien y nos sentimos decepcionados cada vez que eso ocurre”, asegura un portavoz de la misma empresa. “Tampoco apoyamos que se estimule, celebre, o normalice este tipo de comportamiento. Bird anima a las personas dentro de cada comunidad a reportar a las autoridades locales y a la empresa los incidentes de vandalismo y comportamientos irresponsables con nuestros patinetes. Investigamos todos los informes dirigidos a Bird y tomamos las medidas apropiadas, incluyendo la eliminación de usuarios de la plataforma Bird”.

Pero la destrucción ha sido ampliamente documentada en las redes sociales. Solo en Instagram hay varias cuentas dedicadas a publicar vídeos y fotos de patinetes vandalizados de un montón de maneras diferentes. Administrada por tres amigos en el oeste de Los Ángeles, la cuenta Bird Graveyard [Cementerio Bird] tiene más de 66.000 seguidores y recibe entre 50 y 100 imágenes de patinetes vandalizados cada día en mensajes directos desde todo el mundo.

La primera publicación, del 23 de junio, muestra tres patinetes, uno de ellos visiblemente roto. A partir de ahí, el nivel sube constantemente, con un vídeo de personas lanzando un patinete desde lo alto de un edificio, la foto de un patinete en llamas, un patinete atropellado por un coche, un perro defecando sobre un patinete...

Los tres hombres que gestionan la cuenta no han revelado sus nombres debido al tipo de material que se publica, pero uno de ellos habló con el periódico The Guardian y dijo que estaban dando luz a un problema existente: “Al principio, solo era una broma, para llamar la atención sobre el tema. Pero claramente tenemos una opinión muy definida sobre esto”.

Dice que puede apreciar las virtudes de los patinetes, una alternativa de transporte urbana y respetuosa con el medio ambiente, pero que le molesta la forma en que las empresas introdujeron la idea. En su opinión, el hecho de que no tengan una base para aparcarlos (algo que sus empresas celebran porque da libertad para recogerlos y dejarlos en cualquier lugar) puede generar la impresión de que a las compañías no les importa su producto y tampoco las ciudades. Empezaron a aparecer un día cuando nadie los había pedido. No nos avisaron de que iba a suceder, y ha sido así en todos lados“.

En una ocasión Instagram les suspendió la cuenta y algunas publicaciones ya no están (Instagram les explicó que retiraba el vídeo de un coche saltándose un semáforo en rojo en Nashville para arrollar a un patinete porque promovía la violencia). Pero el equipo dice no estar preocupado por las repercusiones legales porque no son ellos los que cometen los actos de vandalismo: “Entendemos la rabia y la forma en que se expresa, pero nosotros tenemos casi 30 años (…) Si yo tuviera 18 años, claro que sí, estaría ahí fuera rayando patinetes porque no sabría qué hacer”.

Su esperanza, dice, es que los actos de vandalismo sirvan para disparar el debate y fuercen a las compañías a reconsiderar la forma en que están desplegando los patinetes en diferentes ciudades. Y eso es precisamente lo que están haciendo algunas empresas, sobre todo después de que en algunas ciudades de referencia se empezara a aplicar la ley. Según Rachel Gordon, portavoz de obras públicas en el ayuntamiento de San Francisco (en 2018, San Francisco ha sido una de las primeras protagonistas de la guerra del patinete), el ayuntamiento se incautó de 503 patinetes en una primera pesca de primavera (208 de Lime, 193 de Bird, y 102 de Spin). Los devolvió a sus respectivas compañías después de que éstas pagaran sus impuestos: 15.784,50 dólares, Lime (unos 13.800 euros); 15.547,17 dólares, Bird; y 14.189,06 dólares, Spin.

Desde entonces, San Francisco ha lanzado un programa piloto de patinetes, concediendo permisos en octubre a Scoot y a Skip. En los primeros seis meses, a cada compañía se le permitió un máximo de 625 patinetes, con la posibilidad de aumentar a un máximo de 2.500 en el siguiente semestre.

“La estrategia de Skip es colaborar estrechamente con las ciudades para ser la mejor marca en temas regulatorios y para aprovechar la experiencia de nuestros cofundadores construyendo los mejores patinetes del mercado”, dice la directora de marketing de Skip, Julie Supan. “Solo entramos en las ciudades cuando tenemos apoyo local”.

Las tecnológicas colaboran con la policía local cuando se trata de daños a la propiedad y patinetes vandalizados pero pocas se acercan a los grupos comunitarios para buscar soluciones que frenen el daño medioambiental.

Según Robinson, del Instituto del Lago Merritt, solo Lime trabaja de forma activa con ellos: manda a un representante para las limpiezas semanales, para entender mejor cómo funciona el lago y las formas que hay de recuperar los patinetes. Tanto Lime como Bird han indicado a Robinson y a sus voluntarios que no deben tocar los patinetes, y eso a veces les desespera: los empleados de la compañía no siempre localizan rápidamente los patinetes.

Lime accedió a vetar la zona como lugar de estacionamiento de sus patinetes pero hace pocos días había al menos dos patinetes aparcados en el mismo perímetro del lago. A unos pocos metros de allí, decenas.

En opinión de Robinson, la solución pasa por instalar unas bases de patinetes donde sea obligatorios aparcarlos para que queden fijos. Pone como ejemplo las bicicletas de alquiler de Ford en la región. Cuando el programa se lanzó por primera vez, dice, unas pocas bicis terminaron en el lago. Pero la gente dejó de tirarlas en cuanto se instalaron las bases de aparcamiento permanentes.

“En algún momento tenemos que darle prioridad al medio ambiente sobre los beneficios”, dice Robinson. “Los miembros de la comunidad están preocupados por el lago y les resulta difícil ver estos productos en el lago, semana tras semana, sin albergar algún tipo de mal sentimiento hacia las empresas”.

Traducido por Francisco de  Zárate