Saer: el ciclo de la muerte en la capital palestina de los mártires

The Guardian

Peter Beaumont —

En la aldea palestina de Saer la muerte de cada joven a manos de las fuerzas de seguridad israelíes allana el camino para la siguiente. En el transcurso de unos pocos meses, ya van trece muertos.

Hace menos de dos semanas, murieron cuatro jóvenes de Saer en tan solo un día, en lo que, según los israelíes, fueron dos ataques perpetrados por los mismos jóvenes que perdieron la vida. Uno de esos ataques se produjo en las afueras de Hebrón. El otro, en el cruce Gush Etzion, donde tres palestinos, Muhanad, Ahmad y Alaa Kawasbeh, fueron asesinados. Los tres eran primos.

Desde entonces, han muerto otras tres personas.

Tan increíble como la sobrerrepresentación de este pueblo en el total de muertes palestinas, que asciende a 150 desde principios de octubre, es la estrecha relación que tenían los jóvenes asesinados. Los fallecidos son hermanos, primos y amigos provenientes de un lugar al que la gente de allí llama “la capital de los mártires”. Casi la mitad de las muertes ocurrieron en un solo sitio: el cruce de Bet Anún, donde los pobladores utilizan un desvío para llegar al asentamiento ilegal israelí de Kiriat Arba.

Las muertes ocurrieron una tras otra, algunas durante intentos de ataques, en lo que parecía ser un ciclo interminable de furia y venganza que se remontaba a un solo hecho: el asesinato de Abdallah Shalaldeh, de 27 años, que se produjo durante la ola de arrestos que llevaron a cabo soldados encubiertos israelíes en un hospital de Hebrón el año pasado. A Abdallah le dispararon cuando salía del baño de una sala.

La siguiente víctima fue el primo de Abdallah, Mahmoud Shalaldeh, de 17 años. Lo mataron el día del funeral de Abdallah durante un enfrentamiento con piedras contra soldados israelíes. Dos meses después Khalil, el hermano de Mahmoud. Asesinado durante un intento de ataque con arma blanca en un puesto de control israelí cercano.

Piedras palestinas contra balas israelíes

A simple vista, es difícil ver por qué Saer, con una población de 25.000 personas, es tan diferente a otras localidades grandes de la Ribera Occidental. Ubicada a unos 8 kilómetros de la ciudad de Hebrón, una de las zonas más críticas del sur de la Ribera Occidental, la aldea y sus aledaños se extienden a lo largo de la carretera 60, la vía principal del territorio.

Con frecuencia, los soldados israelíes bloquean la entrada principal y detienen toda la circulación de vehículos. Algunos lugareños trabajan en las canteras y viajan en camiones que se abren paso con dificultad por la aldea. Otros, trabajan en la agricultura o en la construcción; varios miles trabajan como jornaleros ilegales en Israel.

Si bien Hamas ganó las elecciones municipales en 2005, el alcalde de Saer es de Al Fatá, la facción política del presidente palestino, Mahmoud Abbas. De los diez lugareños que murieron la semana pasada, Hamas reivindicó a cinco con afiches de “mártires”. Al Fatá reivindicó al resto.

Hasta la semana pasada, Mohammed, padre de Mahmoud y Khalil, aún seguía recibiendo en su casa a gente que venía a darle el pésame. De profesión albañil, Mohammed contó a The Guardian las circunstancias en las que murió su hijo: “La muerte de [su primo] Abdallah no solo afectó a la familia, sino a toda la gente joven de Saer. A Abdallah lo mataron el 12 de noviembre, pero no vi a Mahmoud en el funeral. Había mucha gente ese día. Nos desencontramos”.

Al terminar la ceremonia, Mahmoud se dirigió hacia uno de los lugares de las cercanías en los que la juventud se enfrenta a las fuerzas de seguridad israelíes. “Me enteré de lo que había ocurrido después de las oraciones de la tarde. Mahmoud había ido a los enfrentamientos. Vi el cuerpo. Le habían disparado por la espalda como si se hubiera estado agachando cuando le dispararon. Murió al día siguiente”.

“La muerte de su hermano le cambió completamente la vida a Khalil. Pasó 54 días casi sin decir una palabra. Cuando decía algo, era como si estuviera aturdido. Se convirtió en alguien misterioso para nosotros”.

El asesinato de Khalil ocurrió este mes, el mismo día que murieron los tres primos de la familia Kawasbeh. Según los militares israelíes, Khalil tomó un cuchillo y quiso atacar con él a unos soldados que estaban en el puesto de control cercano a Bet Anún. “Dos de mis cinco hijos están muertos. No es normal. Todos se vieron afectados por las circunstancias en las que viven. Pero está fuera de mi alcance poder hacer algo”, asegura Mohammed.

A casi un kilómetro de distancia, también en el centro de Saer, otra familia sentada dentro de una tienda de campaña hacía duelo por los primos Kawasbeh.

El débil argumento de los militares

Según un portavoz de las fuerzas militares de Israel, los tres hombres, vestidos con ropas oscuras, habían intentado atacar a soldados israelíes apostados en el cruce de Gush Etzion, donde murieron durante un tiroteo.

Ziad, el padre de Muhanad —uno de los tres primos muertos—, cuenta una historia muy parecida a la de la familia Shalaldeh: otro miembro de la familia había sido asesinado unos días antes que su hijo y sus sobrinos, aunque Ziad niega que su hijo estuviera planeando un ataque.

“Mi hijo estaba trabajando como jornalero ilegal en Tel Aviv. Se había casado hacía poco tiempo. Si hubiera querido atacar a alguien, habría tenido más oportunidades en Tel Aviv. Si yo me hubiera dado cuenta de que él quería convertirse en un mártir, lo hubiera encerrado dentro de la casa”, comenta Ziad a The Guardian. “Pero tienen que comprender, Saer está muy cerca. Somos todos una gran familia. Lo que sucede nos afecta a todos los de esta zona”. Ziad coincide en que cada muerte incrementa las probabilidades de que ocurra otra. “La gente tiene miedo de lo que puedan llegar a hacer sus hijos”.

En su oficina, Samira Khalaikah, miembro del Consejo Legislativo Palestino, brinda, a grandes rasgos, otra razón por la que Saer se ha convertido en un foco de violencia de tal magnitud. “Saer está rodeada de varias zonas clave en el enfrentamiento. La aldea misma está en la periferia de la carretera 60 y cerca de Hebrón”. Khalaikah también apunta a la sucesión de hechos que se desencadenaron tras el asesinato de Abdallah Shalaldeh durante la redada en el hospital.

Además, Khalaikah establece otra relación entre las dos familias que sufrieron más pérdidas. “Ahmad Younis Kawasbeh, que fue asesinado dos días antes que sus tres primos, no pudo soportar la muerte de su amigo Mahmoud Shalaldeh. Todo nos lleva a la muerte de Abdallah en el hospital”.

Suena el teléfono de Khalaikah. El hijo de un vecino acababa de ser asesinado, nos dice. Su asistente saca un móvil y nos muestra la foto de un joven que yace muerto sobre un hilo de sangre, con un arma blanca cerca de su mano. Las calles de Saer se electrizan de golpe. La gente pregunta las últimas novedades sobre el hombre que ha muerto o se sube a sus autos para llegar hasta la casa de la familia.

En cuestión de minutos se sabe que no es una muerte, sino dos, y en distintos lugares. Unas horas después, los nombres salen a la luz. Uno era Mohammed Ahmad Khalil Kawasbeh, de 23 años, el mismo joven de la foto en el móvil. El otro, se supo luego, era Adnan Hamid al-Mashni, de 17 años, que, según el ejército israelí, había llevado presuntamente a Kawasbeh en un vehículo hasta el lugar en donde intentó realizar el ataque. También le dispararon cuando intentaba darse a la fuga.

El ciclo no parece tener fin.

Traducción por: Francisco de Zárate