Christine Lagarde actuó como miembro clave de la infame troika, los acreedores oficiales de Grecia que aplastaron la resistencia de nuestro pueblo a la perpetua servidumbre por deudas. Junto a la entonces directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la otra figura clave fue Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, quien desempeñó un papel central en el drama al ingeniar el cierre de los bancos griegos. Ahora, cuatro años después, Lagarde ha sido señalada para suceder a Draghi al mando del BCE.
A pesar de su cargo y las interacciones que tuvimos cuando fui ministro de Finanzas de Grecia, no sentí animosidad hacia ella ni una sola vez. Me pareció inteligente, cordial, respetuosa. Incluso reconoció, al menos en privado, que Grecia había recibido un trato injusto y que mi campaña para reducir nuestra deuda pública era correcta y adecuada. La prioridad de Lagarde era defender la línea de la troika y minimizar cualquier desafío a su autoridad colectiva.
La pregunta ahora es sobre las habilidades de Lagarde y su compatibilidad con la tarea de liderar el BCE en la era pos-Draghi. Sus partidarios y detractores han hablado extensamente de su incuestionable talento para manejar complejas tensiones institucionales y su inexistente formación en política monetaria. Quizás no sea coincidencia que los dos bancos centrales más influyentes, la Reserva Federal de Estados Unidos y el BCE, ahora serán dirigidos por abogados sin preparación académica en economía monetaria.
El mayor desafío de Lagarde será reemplazar a quien se le atribuye la salvación de la eurozona mediante políticas que ya no son las adecuadas para este fin. Si se desvía del guion de Draghi, se enfrentará a fuertes críticas. Y si no lo hace, el BCE perderá aún más control sobre la crisis interminable de la eurozona.
Draghi salvó la eurozona al imprimir billones de euros para los bancos en quiebra y permitir que Italia, España y otros países en crisis —aunque no Grecia— renovaran sus deudas. Para realizar esto, tuve que subvertir hábilmente las reglas de la eurozona, lo que requería una labor meticulosa para cooptar a la canciller alemana Angela Merkel en su gran enfrentamiento con el Bundesbank, el poderoso banco central de Alemania, y Wolfgang Schläube, su ministro de Finanzas.
Si bien el muro de dinero de Draghi ayudó a estimular a la eurozona, no pudo curarla de su enfermedad subyacente y ocasionó algunos efectos secundarios bastantes desagradables. Las persistentes tasas de interés negativas continúan debilitando los fondos de pensiones, las aseguradoras alemanas y más allá. Las tasas permanecen negativas porque el nivel de inversión es lamentablemente bajo, debido al pesimismo autorrealizador de los inversores ante la posibilidad de mayor austeridad.
Esto crea presiones deflacionarias que consumen los ahorros de la clase media, reemplazan los empleos de calidad con los precarios y, por lo tanto, generan monstruos políticos en toda Europa.
La mayoría de los comentaristas se preguntan si Lagarde dispondrá de suficiente valentía para continuar con las políticas “no convencionales” de Draghi. Se trata de la pregunta incorrecta, ya que el truco de Draghi para mantener a los países clave como Italia en la eurozona, ha llegado al final de su camino tanto técnica como políticamente.
Técnicamente, porque el éxito de Draghi en persuadir a Berlín de que le permitiera comprar deuda pública italiana (y así mantener a Italia en la zona euro) dependía de la promesa de comprar deuda de cada estado miembro en proporción al tamaño de su economía. Es decir, comprar aproximadamente dos euros de deuda alemana por cada euro de deuda italiana. Sin embargo, como Alemania no genera nueva deuda pública, cortesía de tener un superávit presupuestario, la estrategia de Draghi para comprar deuda italiana se ha desvanecido.
Y políticamente, el truco de Draghi también ha expirado porque la dinámica deflacionaria de la última década ha dado lugar a un gobierno italiano euroescéptico de derechas que no se ve desconcertado por la perspectiva de que Italia abandone la eurozona.
La pregunta pertinente sobre el mandato de Lagarde en el BCE sería: ¿puede ella presionar a Berlín para que abandone las reglas fiscales suicidas de la eurozona (que refuerzan la dinámica deflacionaria de Europa) y aceptar la idea de una deuda común y segura? Si no lo logra, no importa cuán enérgicamente continúe imponiendo las políticas de Draghi, no pasará la prueba de la historia. Para ser exitosa, ella necesita ser sutil, creativa y combativa.
La sutileza requiere que no le pida a Berlín explícitamente que denuncie dogmas que a través de los años han adquirido un estatus cuasi religioso. La creatividad la ayudará a vender la idea del abandono de las reglas fiscales como su refuerzo, mediante el mecanismo de la tasa de interés. Por ejemplo, Lagarde podría proponer que el BCE ayude a los estados miembros a refinanciar su deuda, pero solo la porción que se les permitió tener de acuerdo con las propias reglas de la eurozona, dándole a Roma un desincentivo basado en el mercado para obtener préstamos excesivos.
Del mismo modo, hay formas imaginativas de crear la deuda común que Berlín detesta pero que es esencial para el buen funcionamiento de cualquier unión monetaria. Por ejemplo, se podría insistir que el BCE tome préstamos por cuenta propia para renovar la deuda italiana, española o alemana, ya adquirida bajo Draghi.
Ciertamente, Lagarde posee la suficiente inteligencia para comprender la necesidad de tal hazaña, y para lograrlo si se lo propone. La verdadera pregunta es si ella tiene la inclinación de enfrentar a Berlín directamente, hasta el punto de ofrecerle al Gobierno alemán un ultimátum: su camino o, en última instancia, el fin del euro y un regreso caótico al deutschmark. Los augurios, me temo, no son buenos.
Durante sus días en el FMI en Washington, Lagarde a menudo tenía que elegir entre las políticas que prefería Berlín o los intereses del fondo. El ejemplo más claro fue el debate sobre la extensión de la insolvencia de Grecia por una combinación letal de más préstamos y más austeridad. Si bien el personal del FMI insistió en que Grecia necesitaba una reducción total de la deuda, Lagarde se alineó reiteradamente con Berlín. Obligada a elegir entre el favoritismo por Berlín y los intereses de la institución que dirigía, optó infaliblemente por la primera. Si continúa este comportamiento después de su mudanza a Frankfurt, su carrera en el BCE resultará poco propicia.
Traducido por Victoria Villavicencio