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OPINIÓN

Seamos realistas. Ninguna vacuna nos permitirá volver a la normalidad de un plumazo

La jefa de científicos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Soumya Swaminathan, advirtió hoy de que no espera que las posibles vacunas contra la COVID-19 estén disponibles para la población general antes de dos años, aunque los primeros grupos de riesgo podrían ser inmunizados a mediados de 2021.

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Cuando termina el verano, solemos prepararnos para lo habitual: el regreso a clases, al trabajo, o incluso los planes para Navidad. Sin embargo, este año el choque con la realidad ha sido muy diferente.

A medida que la pandemia de la COVID-19 sigue rebrotando en todo el planeta, no cabe duda de que nos enfrentamos a un largo camino, que seguramente se extienda más allá del final de este año. Nuestra única y verdadera estrategia de salida sigue siendo la vacuna, junto con tratamientos médicos efectivos. Es realmente notable la velocidad y la escala con que se está desarrollando la vacuna, pero es importante evitar falsas esperanzas.

Soy optimista y creo que dentro de muy poco tiempo tendremos resultados de las primeras vacunas que están en la fase final de ensayos clínicos. Sin embargo, hay que moderar ese optimismo y no hablar de una vacuna perfecta que está “a la vuelta de la esquina” o que será una solución absoluta e inmediata.

Durante el verano, el grupo de trabajo de Reino Unido creado para la vacuna ha logrado tener acceso a una amplia cartera de potenciales vacunas contra la COVID-19. Pero me preocupa que, más allá de ese grupo de trabajo, hay demasiadas expectativas puestas en las primera vacunas, y en algunos países se ha puesto el foco en la agenda política y el abastecimiento local. En lo que respecta a la vacuna, no debería haber sitio para el nacionalismo, con países anunciando que “su” vacuna llegará primera o estará completamente desarrollada para Navidad o para un momento político específico.

La “primera” vacuna, o incluso la primera generación de vacunas, probablemente no sea perfecta; debemos ser pragmáticos y transparentes en ese punto. La realidad es que con estas vacunas comenzaremos a dar pequeños pasos para volver a cierta normalidad.

La palabra vacuna tiene un peso enorme. Cuando la escuchamos, pensamos en uno de los mayores avances de la medicina, uno que elimina la viruela y salva a millones de personas cada año de la poliomielitis y el tétano, el virus del papiloma humano y la gripe.

Sin embargo, es muy probable que la primera generación de vacunas contra la COVID-19 sea efectiva solo parcialmente. Puede ser que no sea completamente efectiva para todas las edades o que no se adapte a todos los sistemas de sanidad. Es muy posible que solo puedan ofrecer inmunidad por un período limitado de tiempo, incluso por solo 12 o 18 meses. Puede que esto no sea lo que esperamos de una vacuna, pero no cabe duda de que las primeras vacunas efectivas, incluso si son imperfectas, pueden tener un impacto importante y serán un gran valor.

No se debe malinterpretar la urgencia: acelerar el desarrollo de la vacuna no debe significar hacer concesiones respecto a su seguridad. Es indispensable que exista una evaluación transparente y rigurosa realizada por organismos independientes, sin presiones políticas. En el campo de la salud pública, la confianza es la herramienta más importante y debemos hacer todo lo posible por evitar que esta confianza se ponga en duda. La confianza no se puede basar en promesas a corto plazo. Ya hay señales preocupantes de falta de confianza en algunas potenciales vacunas contra la COVID-19. Los sondeos sugieren que en algunos de los países con mayor número de casos, como Estados Unidos, podría haber poca aceptación de cualquier vacuna contra la COVID-19 sin importar lo eficaz que sea. Esto no puede convertirse en una cuestión política polarizadora. La salud pública es demasiado importante.

Más importante aún es asegurar un acceso justo a las vacunas. Sin importar de dónde provengan las primeras vacunas, sobre todo deben llegar a los grupos prioritarios de todo el mundo, especialmente a los trabajadores de la salud que están en primera línea de exposición y a la población más vulnerable. La cooperación internacional es la clave para que se desarrollen las vacunas y se reactive la economía. Si gran parte del mundo sigue parado porque los países ricos acumulan de forma egoísta los primeros lotes de vacunas, esto nos perjudicará a todos.

Sin embargo, no es suficiente con simplemente prometer que la distribución será justa y global. Más países deben tomar medidas urgentes para comprar y compartir vacunas colectivamente, y todos los gobiernos deben dejar claro que solo comprarán dosis para sus poblaciones de mayor riesgo.

Es una decepción que Estados Unidos no se haya unido a la Coalición de Acceso Global a las Vacunas contra la COVID-19 (Covax), que tiene como objetivo asegurar el acceso equitativo a las vacunas baratas. Es más importante que nunca que aquellos en mejor situación, y con más recursos, den ejemplo respecto de una distribución justa de las vacunas.

El Reino Unido tiene una posición privilegiada. Tiene la posibilidad de adquirir reservas de 340 millones de dosis de la vacuna, el mayor número per capita de todos los países. Sin embargo, solo el 20% o 30% de la población británica necesitará tener acceso a la vacuna durante los primeros meses de distribución. La posición del Reino Unido podría ser incluso más fuerte si se firman acuerdos para compartir los excedentes de dosis a través de Covax. La Comisión Europea también ha demostrado gran liderazgo y se ha comprometido a invertir 400 millones de euros, pero a la vez está en tal posición de fortaleza que podría hacer aún más. En un momento de crisis como el actual, es más necesario que nunca un liderazgo global y bien preparado.

A medida que se acerquen el otoño y el invierno, veremos un aumento de los contagios. Sin medidas urgentes para detener la actual transmisión comunitaria que va en aumento entre adultos jóvenes y se traduce en una mayor demanda para los hospitales y sistemas de cuidados, y de esa manera en más casos graves y fallecimientos de personas vulnerables, nos enfrentaremos a un escenario caótico de paradas y arranques de colegios y empresas.

Debemos hacer todo lo posible para evitar eso. Puede que la primera vacuna no sea una panacea que en pocos meses nos haga volver a la normalidad. Sin embargo, si utilizamos las dosis con inteligencia en las personas que más las necesitan -y lo hacemos con un mensaje de salud pública honesto y calculado que no genere falsas expectativas- estaremos en una posición fuerte como para evitar que se repita la situación de principios de 2020.

Jeremy Farrar es director de la organización benéfica de investigación biomédica Wellcome Trust [este artículo fue escrito antes de conocerse la noticia de la interrupción del ensayo de la vacuna de la Universidad de Oxford para investigar una posible reacción grave de un participante]

Traducido por Lucía Balducci

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