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Segura, feliz y libre: ¿es Finlandia el mejor país del mundo para vivir?

Jon Henley

Helsinki —

Este invierno se cumplen 150 años de la última hambruna por causas naturales ocurrida en Europa occidental. La sufrió una parte pobre y atrasada del imperio ruso llamada Finlandia, donde más de 250.000 personas, casi el 10% de su población, murieron de hambre.

El año pasado, Finlandia celebró el centenario de su independencia siendo clasificada por varios índices como la nación más estable, más segura y mejor gobernada del mundo. También se ganó el tercer puesto entre los países más ricos y entre los menos corruptos, el segundo entre los más progresistas socialmente y el tercero por su justicia social.

El sistema judicial finlandés es el más independiente del mundo; su policía, la más fiable; sus bancos, los más sólidos; sus empresas, las segundas más éticas; sus elecciones, las segundas más libres; y sus ciudadanos, los que disfrutan de mayores niveles de libertad personal, elección y bienestar.

Los 5,5 millones de habitantes del país nórdico tienen también la tercera mayor igualdad de género del mundo y la quinta menor desigualdad de ingresos. Sus bebés son los que menos se desvían del peso apropiado al nacer; sus hijos, los que más seguros se sienten; y sus adolescentes los segundos del mundo en comprensión lectora (aunque en ciencias hayan quedado en tercer puesto).

En el último siglo y medio parece que lo han hecho bastante bien. Por eso, para la nueva serie del periódico The Guardian sobre las cosas que sí funcionan en el mundo, lo más natural ha sido comenzar con Helsinki.

Como dijo Bengt Holmström, un economista y premio Nobel nacido en Helsinki y poco dado a las exageraciones, “si observamos dónde estábamos entonces y dónde estamos ahora, creo que podemos hablar absolutamente de un milagro finlandés.¿Cómo y por qué sucedió? Esa es una buena pregunta”.

Por supuesto que hay límites a la validez del ejercicio de compararse: no hay dos países iguales en circunstancias, historia o personas. Los aprendizajes pueden no ser transferibles. Los condimentos mágicos que convirtieron a Finlandia en lo que es hoy no producirían los mismos resultados en Francia, por ejemplo.

Es verdad también que hoy muchos finlandeses resoplan con sorna cuando alguien les recita la larga lista de medidas sociales y económicas por las que su país solo puede ser considerado un éxito. En este momento están emergiendo poco a poco de una larga recesión, con el desempleo en el 8% y un partido ultranacionalista que cuenta con hasta el 20% de los votos.

Dicen que el país no es lo que era. “¿Quieres decir que otros países están peor?”. Medio en serio y medio en broma, esa es la respuesta típica al listado de virtudes.

Estos son los ingredientes

Pero The Guardian pidió la receta del éxito a un economista, un filósofo, un sociólogo y una expresidenta, y encontró unos ingredientes interesantes.

“Para empezar, la geografía, y como consecuencia, el clima. Vivimos en un lugar frío, duro y remoto. Cada uno tiene que trabajar duro por sí mismo, pero eso no siempre es suficiente y hay que ayudar a los vecinos”, explica Tarja Halonen, la mujer que presidió Finlandia entre 2000 y 2012.

Bruce Oreck, embajador de EEUU en Helsinki en los años de Barack Obama (le gustó tanto que se quedó), confirma que la geografía representa “una influencia profunda y de largo plazo”: “Ha hecho a los finlandeses autosuficientes, con un sentido individual pero también de dependencia en una sociedad altamente cooperativa, donde cumplir las reglas es importante. Es algo cultural pero se ha convertido en parte de la química”.

De todas las palabras locales difíciles de traducir, la más citada por los finlandeses es 'sisu': una especie de tenaz y valiente persistencia más allá de las consecuencias. Fue la que en 1939 y 1940 permitió a un Ejército de 350.000 finlandeses luchar en dos ocasiones contra unas fuerzas soviéticas que los multiplicaban por tres y provocarles pérdidas cinco veces mayores a las sufridas.

Pero según la galardonada autora de novelas históricas Sirpa Kähkkönen, hay otra palabra tal vez más reveladora: 'talkoo'. “Trabajar juntos, de forma colectiva, en pro de un objetivo común específico”, dice que significa. “Almacenando la cosecha, guardando la madera o recaudando dinero. El asunto es cooperar. Todos juntos, por igual”.

La cooperación, pero también la igualdad relativa, son respuestas recurrentes. Gobernada durante casi 600 años por Suecia y un siglo más por Rusia, la pobreza en Finlandia era general y democráticamente repartida, dice Kähkönen. “No había siervos, pero tampoco aristócratas ricos, la sociedad no era jerárquica”.

Según la socióloga Riitta Jallinoja, desde mucho antes de la independencia de 1917 “las brechas entre clases sociales de Finlandia fueron más pequeñas de lo habitual”: “Incluso la revolución industrial aquí fue modesta, no hubo Rothschilds, ni Fords, ni siquiera una dinastía como la de los Wallenberg en Suecia”.

Eso se siente incluso en Helsinki, una ciudad limpia, funcional y visiblemente próspera. Como dice el exembajador Oreck, “podrías estar caminando por la calle al lado del tipo más rico de la ciudad y realmente no tendrías manera de saberlo”. En Finlandia, insiste la expresidenta Halonen, “no se mira a la gente como superiores o inferiores, todos se miran al mismo nivel”.

Cívica y transparente

La empresa actual más exitosa del país, el estudio de juegos Supercell creador de Clash of Clans, pagó más de 800 millones de euros en impuestos, lo que la llevó a la séptima posición entre los principales contribuyentes finlandeses de 2016. Esa cantidad y la que pagaron las 10.000 personas que más ganan en el país se publica anualmente en el “día nacional de la envidia”. Finlandia es admirable por su sentido cívico pero también por su transparencia.

El éxito de un sistema educativo nacional gratuito que comenzó en 1866, antes de la independencia, y es clasificado una y otra vez entre los mejores del mundo, forma parte de las raíces de una sociedad más igualitaria, según la socióloga Jallinoja. “La educación fue clave para avanzar”.

No solo eso, dice el filósofo y profesor emérito Ilkka Niiniluoto. En su opinión, también ayuda que todo el país sea de hecho “una construcción social creada por profesores universitarios”. Los académicos que dirigieron el movimiento nacionalista del país “definieron la nación finlandesa: su lengua, historia, literatura, música, símbolos y folclore. El líder nacionalista era un profesor de filosofía”.

Desde la independencia, casi el 30% de los jefes de Estado y de Gobierno finlandeses han sido profesores universitarios, incluida la mitad de los primeros ministros. “Ellos le dieron al país la forma que tiene hoy”, dice Jallinoja. “Pero con sus propias vidas también generaron confianza en la movilidad social y una fe verdadera en la educación. Es una historia que viene con nosotros”.

Pero si Finlandia ha sido clasificado como el país más alfabetizado del mundo también puede deberse en parte a un decreto del siglo XIX que prohibía a las parejas casarse en la Iglesia luterana sin antes haber aprobado una prueba de lectura. Como dice Halonen, “todo un incentivo para aprender a leer”.

Lucha por la igualdad de género

La igualdad de género también es parte de la receta. En 1906, las mujeres finlandesas no fueron las primeras en ganar elecciones pero sí en presentar sus candidaturas. Cerca del 10% del primer parlamento finlandés estaba compuesto por mujeres (la cifra es ahora del 42%). Ya en 1930, hasta un 30% de las matrículas en la universidad eran de mujeres. “Las mujeres finlandesas se tomaron en serio sus derechos y los hombres lo aceptaron”, dice Halonen.

Otros ingredientes de la receta fueron añadidos después. Finlandia se benefició en gran medida de tener sabios líderes durante la guerra y la posguerra, insiste el economista Holmström. “Pensaron en el bien del país, tomaron decisiones grandes y sensatas, y el consenso los apoyó, porque todos sabían que estábamos luchando por nuestra existencia”, dice.

Conscientes de que las políticas debían tener continuidad, los sucesivos gobiernos de coalición tomaron decisiones responsables sobre grandes inversiones industriales y de infraestructura cuyos beneficios multiplicaron muchas veces el esfuerzo. En las últimas décadas, la Finlandia actual se ha convertido en un país de alta tecnología idóneo para startups gracias a una inversión récord en investigación y desarrollo que en la década de 1990 se acercó al 4% del PIB.

Pese a la guerra, al colapso de la Unión Soviética y a una profunda recesión en la década de los noventa, la economía finlandesa se ha expandido a lo largo del siglo pasado a un ritmo equivalente al de Japón, reforzando la confianza en las instituciones de la nación. Como dice Kähkönen, “la gente critica al gobierno constantemente, y a menudo por muy buenas razones, pero fundamentalmente confía en él”.

Igual que confían, por lo general, en un Estado del Bienestar que representa el 31% del PIB de Finlandia, la segunda proporción más alta entre los países de la OCDE. Según Halonen, “si vas a tener un Estado de Bienestar, la única forma de hacerlo es tan bien que la alternativa privada no tenga sentido”.

Una dosis fuerte de confianza

Pero la confianza de los finlandeses entre unos y otros también es más grande que en la mayoría de países, dice André Chaker, un abogado nacido en Canadá y dedicado a dar conferencias que ha vivido en el país los últimos 25 años. “La corrupción y la delincuencia organizada son prácticamente inexistentes, eso alimenta el ambiente de negocios: las cosas se hacen aquí más rápido, de manera más segura”, dice.

Es esa confianza la que genera seguridad y voluntad de innovar. Según el Foro Económico Mundial, Finlandia tiene la mayor innovación per cápita del mundo. Durante años, el principal sector de la economía fue el de las monolíticas empresas mineras y forestales. Luego, la otrora poderosa Nokia. Hoy Finlandia se acerca a Silicon Valley por el número de startups por habitante.

La receta mágica parece estar compuesta por virtudes básicas: fe en sí mismos, cooperación, igualdad, respeto por la educación, confianza. En el fondo y en la práctica, dice Anu Partanen, una periodista finlandesa que ahora vive en Nueva York, se reduce a un tipo diferente de relaciones. Ella lo llama la teoría nórdica del amor, compartida en mayor o menor medida por Suecia, Noruega y Dinamarca.

“En la familia, es entender que las relaciones solo pueden florecer realmente entre individuos –padres, hijos o esposos– que se sienten iguales e independientes” dice. “En una sociedad, significa opciones políticas destinadas a garantizar el mayor grado posible de independencia, libertad y oportunidades para todos”.

Traducido por Francisco de Zárate