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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿En serio es tan difícil entender lo que es el acoso sexual?

No acoséis sexualmente a las mujeres en sus puestos de trabajo. ¿De verdad es mucho pedir? Para cierto tipo de hombres, parece ser una imposición que les confunde terriblemente. ¿Cómo van a saber cómo seducir a las mujeres? ¿Todo el mundo entiende que insinuarse a alguien no es como violar a alguien? No, ellos simplemente están siendo hombres, viendo porno, enviando sms a adolescentes, diciendo cosas obscenas a sus colegas, es solo un poco de cachondeo, ¿no?

Son el tipo de hombres con los que ninguna mujer quiere subirse a un ascensor, el tipo de hombres por los que se inventó el acrónimo NSIT (Not Safe in Taxis). ¿Esos cretinos todavía se preguntan por qué?

Estos hombres no deben preocuparse demasiado. Los programas Today, Have I Got News For You y Newsnight todavía están dominados por hombres que se ríen de todo esto y que odiarían que una pequeña indiscreción se confundiese con algo más grande. Cuando Jo Brand tranquilamente dijo a un grupo de escolares y a Paul Merton que el acoso sexual reiterado de bajo nivel estaba desgastando a las mujeres, todos callaron por un momento, pero solo por un momento.

Entonces aparece David Goodhart –estudiante de Eton, que forma parte de comités de expertos, a quien le gusta etiquetar a las personas– para informarnos vía Twitter de que la “incapacidad para distinguir mano en la rodilla/comportamiento degenerado de violación/seria intimidación es típico de un pensamiento ideológico (y típico de las élites urbanas)”. Vale. ¿Exactamente quién no es capaz de distinguir eso? ¿Los hombres? ¿Las mujeres? ¿La policía? ¿La gente que vive en las ciudades? Claro que podemos distinguirlo, especialmente aquellos de nosotros que lo hemos experimentado, y tendemos a verlo como un proceso continuo.

Los hombres no necesitan consentimiento o se excitan haciendo que las mujeres se sientan incómodas, haciendo que tengamos miedo y en peligro en el lugar de trabajo. Esto sucede igual en un centro comercial de las afueras como en Westminster en el centro de Londres.

Por lo tanto, para Goodhart, conjurar ese extraño argumento de la élite metropolitana para apuntalar los privilegios masculinos muestra lo frágiles que son, a día de hoy, esas viejas formas de masculinidad. La idea de que fuera de las zonas metropolitanas al parecer está bien comportarse como un cerdo es profundamente insultante y falsa.

Si con “metropolitano” quiere decir progresista, y esto es parte de su ataque general contra la tribu liberal que ha perdido el contacto con la realidad, Goodhart estaría apoyando una realidad que es sexista por naturaleza y defendiendo que las actitudes abominables son fundamentalmente inamovibles.

Lejos de Goodhart, hay un batallón de ruidosos hombres ofendidos que piensan en las mujeres como en gente dada a inventarse cosas. Al expresar esto, revelan más sobre ellos de lo que quisiéramos saber. Estas pobres personas no están heridas por la élite metropolitana o por los valores liberales sino por la visible refutación de su propia ideología, que asume que su derecho al poder significa también el derecho a un poder sexual incuestionable.

¿Por qué es tan difícil para ellos? A menudo son, hay que decirlo, hombres de cierta edad. Hace unos años, un hombre en Westminster me dijo que su actitud hacia el sexo era “probar con todas y a ver con cuál funcionaba”. Pobres de nosotras.

Ahora que el territorio está cambiando y que las paredes hablan, son ellos los que parecen sospechosos. Tenemos que sentir lástima por ellos. Ellos no saben qué hacer porque las reglas han cambiado. En realidad sus reglas, no la ley. Esta última idea del consentimiento los tiene confundidos. La idea de que la sexualidad del hombre es controlable algo nuevo para ellos.

Pero quizás podrían preguntarnos –a las mujeres y hombres que no actuamos de esta manera– ¿cómo lidiamos con esto? ¿Cómo vivimos nuestra vida sin intimidar a la gente joven para que tenga relaciones sexuales no deseadas con nosotros, cómo no toqueteamos a extraños en ascensores, cómo dejamos de hacer comentarios soeces a nuestras compañeras de trabajo todo el tiempo? ¿Cómo sabemos cuándo estamos interesados en alguien y cuándo están interesados en nosotros?

Este no es el conocimiento secreto de los que viven en la capital o de un puñado de progresistas. Esto va de los más bien anticuados valores de respeto, decencia y educación. Los hombres que ven esto imposible de comprender necesitan evaluarse a sí mismos y escuchar. No están siendo víctimas de una nueva ideología, están intentando a la desesperada aferrarse a un sistema egoísta en el que mantuvieron un poder irresponsable. Sienten que el poder se les escapa y culparán a cualquiera excepto a ellos mismos. Son patéticos.

Traducido por Cristina Armunia Berges