Shell no es un salvador ecológico, es una maquinaria de muerte planetaria

Cuesta creer que haga falta decirlo, pero es así. La industria del petróleo no es tu amiga. Digan lo que digan sobre sus estándares éticos, mientras sigan invirtiendo en combustibles fósiles, lo que hacen es acelerar el calentamiento global y la muerte del planeta habitable. Uno quisiera pensar que esto es algo obvio para todo el mundo. Sin embargo, en las últimas semanas he hablado con docenas de ambientalistas que parecen creer que Shell está de su mismo lado. He llegado a la extraña conclusión de que son más conscientes de las intenciones de la industria del petróleo en el mundo artístico que entre los grupos de ambientalistas.

La semana pasada, el actor Mark Rylance expuso de forma brillante las razones por las que ha renunciado a la Royal Shakespeare Company por el patrocinio que recibe de BP. La empresa energética ha estado subsidiando entradas más baratas para los jóvenes. Puede ser que estén destruyendo el planeta que esos jóvenes heredarán, pero al menos pueden ver bonitos espectáculos. Esto es pan y circo, sin el pan.

“Seguramente”, reflexionó Rylance, “la Royal Shakespeare Company prefiere estar del lado de los jóvenes que están cambiando el mundo y no del de las empresas que lo están destruyendo, ¿verdad?” A juzgar por las respuestas que ha recibido a sus quejas en estos años, al parecer no es así. Pero, gracias a grupos de activistas como Platform, Art Not Oil, BP or not BP? y Culture Unstained (“La cultura no se mancha”), las compañías teatrales, los museos y las galerías de arte al menos entienden que existe un conflicto.

Hace dos meses, Shell anunció la creación de un fondo de 264 millones de euros para “invertir en ecosistemas naturales” en los próximos tres años. Esto, según la empresa, colaborará en la “transición hacia un futuro bajo en carbono”. La intención es, financiando la reforestación, compensar los gases invernadero que producen sus combustibles y la extracción de gas. Cuando converso con activistas ambientalistas de diferentes partes del mundo, oigo lo siguiente: Shell está cambiando, Shell es sincera, ¿No deberíamos apoyarla?

El fondo de inversión suena enorme, y lo es. Hasta que lo comparas con los ingresos anuales de Shell de más de 21.000 millones de euros. La transición de Shell hacia un futuro bajo en carbono es casi invisible en el informe anual de la empresa. La energía renovable no figura en el resumen de resultados económicos. Cuando le pregunté a la empresa, me respondieron que no tienen una cifra separada de sus ingresos generados por las tecnologías bajas en carbono. Tampoco pudieron decirme cuánto invirtieron en ellas el año pasado. Pero sí está clara la inversión de 22.000 millones de euros en petróleo y gas durante 2018, incluyendo la exploración de nuevas reservas de combustibles fósiles en las aguas profundas del Golfo de México y cerca de las costas de Brasil y Mauritania. Entre los activos de la empresa hay 1.400 contratos de arrendamiento mineral en Canadá, donde la arena de petróleo es transformada en crudo sintético. Vaya transición.

Los “motores de riqueza” de Shell, según el informe anual de la empresa, son el petróleo y el gas. Y no hay señales de que piensen apagar esos motores. Su “prioridad de crecimiento” son la producción química y la extracción de petróleo de aguas profundas. La energía baja en carbono se menciona entre las “oportunidades emergentes” para las décadas futuras. La empresa dice que en el futuro “venderá más gas natural”. Pero, como explica un análisis de Oil Change International, “no hay margen para el desarrollo de nuevos combustibles fósiles -incluido el gas- dentro de los objetivos del Acuerdo de París”. Incluso, la extracción actual de gas y petróleo es suficiente para hacer que se supere el calentamiento global de 1,5ºC. Shell es una empresa comprometida a largo plazo con la producción de combustibles fósiles, lo cual equivale al ecocidio.

La empresa también es explícita en relación al propósito de sus estrategias como el fondo para ecosistemas naturales. El éxito de la empresa, explica su presidente, “dependerá en gran medida de si la sociedad confía en nosotros. Los inversores eligen empresas en las que confían, los gobiernos les permiten operar a las empresas fiables y los consumidores les compran a las empresas fiables”. Entre las ambiciones estratégicas de la empresa está el “sostener un potente permiso social para operar”.

Es esencial recuperar los ecosistemas naturales para prevenir el colapso climático. Como ha señalado el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), es crucial retirar grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera si queremos evitar un calentamiento global mayor a 1,5ºC o 2ºC. Por lejos, la mejor forma de hacer esto es a través de soluciones climáticas naturales: proteger y recuperar ecosistemas como los bosques, los manglares, las marismas de agua salobre y las turberas. A medida que se desarrollen, absorberán el dióxido de carbono y lo convertirán en carbono sólido, en forma de madera, barro y tierra. En abril, junto a un pequeño grupo de personas, lancé una campaña para priorizar estas soluciones.

Pero el IPCC también deja en claro que las soluciones climáticas naturales no compensan la liberación continua de gases invernadero. Es necesario además recortar inmediata y drásticamente la producción de combustibles fósiles. Para que el planeta siga siendo habitable, debemos dejar los combustibles fósiles bajo tierra y proteger y recuperar los ecosistemas. El tiempo de las compensaciones se ha acabado.

Sin embargo, Shell pretende seguir buscando y desarrollando nuevas reservas. La semana pasada, sin ir más lejos, retiró su apoyo a un objetivo jurídicamente vinculante para reducir las emisiones de la Unión Europea a cero neto en 2050. Hacer gala de sus inversiones en ecosistemas naturales me suena a una forma de mantener el permiso social para seguir extrayendo gas y petróleo y seguir destruyendo nuestras vidas.

Como para subrayar la forma en que Shell busca desviar la atención con sus relaciones públicas, a principios de este mes el director ejecutivo de la empresa, Ben van Beurden, dio un discurso en el que instó a la gente a “comer productos de estación y reciclar más”. Criticó a los “consumidores que quieren comer fresas en invierno”, explicando que su chófer le reveló que “había comprado un puñado de fresas chilenas en enero”. ¿No existe la posibilidad de que el combustible utilizado para transportar esas fresas haya sido de Shell? Aquellos que les han arrancado los ojos a las personas, luego les reprochan su ceguera.

Para mí, la estrategia de Shell es tan transparente que no hace falta ni siquiera debatirla. La empresa quiere permanecer en el negocio de los combustibles fósiles, pero necesita eludir las normativas que puedan amenazar ese negocio. Si la empresa no está preparada para abandonar sus motores de riqueza, lo que hace es intentar cambiar la percepción sobre sus actividades. En mi opinión, el fondo para ecosistemas naturales de Shell es lisa y llanamente un lavado de cara verde.

Pero la estrategia de la empresa está funcionando. Un impresionante número de personas que deberían estar luchando contra Shell ahora ven a la empresa como una alternativa ecológica en comparación con Exxon. Y los ha convencido algo que, en relación a las inversiones contaminantes de la empresa, es sólo calderilla. Shell tiene, desde hace mucho tiempo, vínculos con cuatro “socios ambientalistas”: la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de los Recursos Naturales, Wetlands International, y Earthwatch. Creo que está igual de mal que estos grupos acepten dinero de Shell como lo está que lo acepte la Royal Shakespeare Company de BP. Me sorprende que no haya tanta presión sobre estos grupos para que corten su relación con Shell como la ha habido sobre, por ejemplo, el Museo Británico, cuya vinculación con BP se está convirtiendo en una vergüenza nacional.

Pero la ingenuidad respecto de Shell no se limita solamente a sus socios. Muchas organizaciones y personas con buenas intenciones, que comparten mi entusiasmo por las soluciones climáticas naturales, parecen tan desesperadas por aferrarse a cualquier señal de esperanza que aceptan ver a esta empresa como parte de la solución. Shell no es amiga nuestra. Es un motor de destrucción planetaria.

Traducido por Lucía Banducci