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OPINIÓN

Si tienes COVID persistente como yo, no pierdas la esperanza

Profesor en la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool —
20 de junio de 2021 21:48 h

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La COVID-19 no afecta igual a todas las personas. Para algunos es una enfermedad leve. Para otros, letal. En mi caso, se convirtió en una enfermedad poco conocida que los médicos llaman síndrome post-COVID-19 y que la mayoría de la gente conoce como COVID-19 persistente.

Soy profesor de enfermedades infecciosas y una de las primeras personas en informar sobre la COVID-19 persistente en Reino Unido, donde se estima que hay un millón de personas experimentando los síntomas de amplia gama que son característicos de esta condición. Del mismo modo que el coronavirus provoca enfermedades de distinta gravedad, la experiencia de cada persona con la COVID-19 persistente es diferente y personal.

Quiero compartir la historia de cómo me recuperé. Para los que todavía luchan contra la COVID-19 persistente, quiero que tengan esperanza y que sepan que la recuperación es posible.

Cuando me contagié con COVID-19, me quedé sin poder hacer nada, con dolores de cabeza, dolores musculares, agotamiento y dolor en el pecho durante tres meses. En un momento me sentí mejor y traté de seguir por Internet una sesión intensiva de entrenamiento que me mandó directamente de vuelta otra semana a la cama. Siguieron varios meses de malestar, agotamiento y niebla cerebral.

Como médico científico quería encontrarle sentido a la naturaleza aleatoria de mi enfermedad, a por qué había días en que tenía graves retrocesos. Con una aplicación para medir la fatiga registraba mis síntomas varias veces al día y trataba de relacionarlas con mi estado de ánimo, mi dieta y otras actividades. Me obsesioné con mis síntomas. Buscaba explicaciones en grupos de Facebook, no dejaba de pensar sobre las causas, y empezaba a preguntarme si alguna vez me recuperaría.

Escuchar otros testimonios me ayudó

La casualidad me llevó a un camino de recuperación al que muy pocos tienen acceso. Un compañero académico me puso en contacto con una persona que se había recuperado del síndrome de fatiga crónica (también conocido como encefalomielitis miálgica) y que se convirtió en mi “mentor de recuperación”.

La convincente explicación que me dieron sobre lo que ocurría en el cerebro y el cuerpo cambió mi forma de entender mis propios síntomas. Encontré otras historias personales en Recovery Norway, una página web creada por personas que se habían recuperado de la encefalomielitis miálgica. Los relatos recopilados en Internet por el grupo me dieron esperanza.

Comprendí que probablemente el contagio de COVID-19 había inducido una respuesta de estrés fisiológico, poniendo a mi cerebro en un estado de alta activación con un efecto inmediato en mis sistemas inmune, hormonal, cardíaco y gastrointestinal. Al enfermar, el cerebro me desconectó con la fatiga, como se supone que debe hacer, hasta que me recuperé.

Mi sistema nervioso buscaba señales de alarma, descritas por el médico de Oslo Vegar Wyller como “falsas alarmas para la fatiga”, y después de un tiempo, el condicionamiento clásico (aprendido por asociación) provocaba los síntomas de “retroceso” en respuesta a esas señales.

Encontrar una explicación, entenderla y aceptarla me ayudó. No digo que vaya a ayudar con toda seguridad a otras personas que sufren el síndrome post-COVID-19, pero tal vez sí.

Mi recuperación avanzó rápidamente en las siguientes dos semanas. Cada vez que tenía síntomas empleaba técnicas de visualización. Hacía pequeños ejercicios de meditación o, si estaba agotado, me concentraba en buenos recuerdos y los revivía. Empecé a hacer ejercicio con cuidado, dando paseos cortos y poco intensos en bicicleta. Me exponía así a pequeñas dosis de actividad diaria, pero sin aumentar demasiado rápido mi consumo de energía. Me sentía muy diferente, feliz, y por fin pude volver a mi entrenamiento físico habitual.

Tenía reservadas desde antes unas vacaciones en la isla caribeña de Granada y allí me fui con unos amigos. Por desgracia, me enfermé de dengue. Me recuperé, pero unas semanas después, ya de vuelta en casa, mi médico me dijo que mis enzimas hepáticas tenían un nivel ligeramente anormal, algo de esperar después del dengue.

La preocupación me hizo reaccionar, ¿tal vez tenía un daño real en los órganos? Volvió la fatiga y las alarmas volvieron a sonar. Llegué a estar tan fatigado que era como si me hubieran drogado. Pero mi mentor de recuperación me hizo reaccionar y me di cuenta de que todo se había activado con la noticia sobre las enzimas hepáticas. También comprendí que aunque la sensación fuera real, yo tenía cierto control. En una tarde helada, me duché y me fui a Sefton Park para una sesión de entrenamiento: fue una sensación increíble, como si se hubiera encendido un interruptor.

La COVID-19 persistente es un término nuevo y está compuesto por una variedad de estados que los médicos aún están tratando de desentrañar. A algunas personas, la COVID-19 les ha causado daños graves en los tejidos. Mi experiencia con la COVID-19 persistente no ha supuesto, afortunadamente, daño en los órganos, aunque eso fuera lo que yo temía desde el principio.

En vez de eso tuve una COVID-19 persistente de agotamiento profundo. En ese momento fue aterrador pero si salí de ahí no fue gracias a pruebas o medicamentos, sino a escuchar a los que ya se habían recuperado. Confiar en mi mentor de recuperación y tener una explicación verosímil de lo que me estaba ocurriendo me permitió poner a trabajar mi mente para reinterpretar mis síntomas.

La COVID-19 persistente es horrible y es real. No se la deseo a nadie. Es diferente para cada persona y la historia de recuperación no se aplica a todas. Pero hay testimonios de personas que mejoran, y una de esas me permitió encontrar un camino de recuperación. Espero que mientras tratamos de mejorar nuestra comprensión de este aspecto de la pandemia, compartir mi historia sirva para que otros también sientan alivio.

  • Paul Garner es profesor de investigación de enfermedades infecciosas en la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool

Traducido por Francisco de Zárate.