El secretario general de la ONU, António Guterres, calificó el reciente informe del IPCC sobre la crisis climática es un “código rojo” para la humanidad. “Estamos al borde del abismo”, dijo.
Habría cabido esperar que esas palabras hicieran sonar algún tipo de alarma en nuestra sociedad. Pero como en tantas ocasiones anteriores, nada de eso ocurrió. La negación de la crisis climática y ecológica es tan profunda que ya casi nadie se da por enterado. En una crisis que no se está tratando como tal, las sucesivas advertencias existenciales siguen ahogándose en el flujo diario de noticias y la constante marea de acciones que se hacen pasar por ecológicas para lavar la imagen.
Y sin embargo todavía hay esperanza. Pero es una esperanza que comienza con la honestidad.
La ciencia no miente. Los hechos son muy claros, aunque nos neguemos a aceptarlos. Nos negamos a reconocer que en este momento nuestra elección es entre salvar un planeta vivo o salvar nuestro insostenible estilo de vida. No somos capaces de reconocerlo porque queremos tener las dos cosas. Exigimos tener las dos cosas.
Pero la verdad innegable es que llevamos mucho retraso como para lograr eso. Por muy incómoda que suene, esta es la realidad que nuestros líderes han elegido para nosotros con sus décadas de inacción. Sus décadas de blablablá.
La ciencia no miente. Necesitamos que nuestra reducción anual de emisiones tenga un nivel de inmediatez y de profundidad como nunca se ha visto en el mundo si queremos mantenernos por debajo de los objetivos fijados en el acuerdo de París de 2015 y minimizar así los riesgos de desencadenar reacciones en cadena irreversibles y fuera de nuestro control. Como no tenemos una solución tecnológica que en un futuro previsible pueda lograrlo por sí sola, eso significa que debemos hacer cambios fundamentales en nuestra sociedad.
A años luz
Hoy vamos camino hacia un mundo que a finales de este siglo será 2,7 grados centígrados más caluroso, y solo si los países cumplen con todos los compromisos que han asumido. En la actualidad, están lejos de cumplirlos. Citando una vez más a Guterres, estamos “aparentemente a años luz de alcanzar nuestros objetivos de acción climática”.
De hecho, estamos yendo cada vez más rápido en la dirección contraria. La previsión hoy es que en 2021 tendremos el segundo mayor incremento de emisiones jamás registrado, con una estimación de emisiones mundiales para 2030 un 16% superior a los niveles de 2010.
Según la Agencia Internacional de la Energía, sólo el 2% del estímulo en gasto público para “reconstruir mejor” se ha invertido en energías limpias; mientras que la producción y combustión de carbón, petróleo y gas recibieron 5,9 billones de dólares en subvenciones solo durante 2020. La producción mundial de combustibles fósiles prevista para el año 2030 representa más del doble de lo que sería coherente con la meta de calentamiento de los 1,5 grados centígrados.
Esta es la forma que tiene la ciencia de decirnos que ya no podemos alcanzar nuestros objetivos sin un cambio de sistema. Lograr esos objetivos requeriría incumplir contratos y abandonar negociaciones y acuerdos en una escala inimaginable, y eso sencillamente no es posible dentro del sistema actual.
En resumen, estamos fracasando en alcanzar unos objetivos que, para empezar, son absolutamente insuficientes. Y eso no es lo peor. En mi propio país, Suecia, una investigación periodística reciente concluyó que los objetivos climáticos del país solo estaban contabilizando un tercio del total neto de emisiones, ya que faltaban por registrar las emisiones derivadas de organismos vivos, de territorios, de bienes importados, de la combustión de biomasa, de las inversiones de los fondos de pensiones, etc... Es razonable suponer que no se trata de un fenómeno exclusivamente sueco.
Sin duda, el primer paso para abordar la crisis climática es incluir en las estadísticas todas nuestras emisiones reales para obtener un panorama mundial fiable. Esto nos permitiría evaluar la situación y empezar a hacer los cambios necesarios. Ningún líder mundial ha propuesto y mucho menos adoptado un enfoque similar. En vez de eso, todos recurren a tácticas de comunicación y de relaciones públicas para aparentar que están haciendo algo.
El país anfitrión de la cumbre
Un ejemplo de manual es el Reino Unido, un país con una producción anual de 570 millones de barriles de petróleo y gas. Un país con reservas de petróleo y gas equivalentes a 4.400 millones de barriles más que esperan a ser extraídas en la plataforma contintental. Un país que figura entre los diez mayores emisores de la historia.
Nuestras emisiones permanecen en la atmósfera hasta mil años y ya hemos emitido en torno al 89% del máximo de dióxido de carbono (CO2) que nos permitiría no sobrepasar el calentamiento de 1,5 grados centígrados (con una probabilidad de 66%). No es solo por tener en cuenta el asunto de las emisiones históricas y de la equidad. Se trata de entender que lo ya emitido supone el 90% de toda la crisis.
Entre 1990 y 2016, el Reino Unido redujo sus emisiones territoriales en un 41%. Pero si incluimos otras emisiones del país, como las derivadas del consumo de bienes importados, de la aviación internacional y del transporte marítimo, la reducción se parece más a un 15%.
Y eso sin contar con la combustión de biomasa, como la que se produce en la planta de Drax en Selby. Se trata de una central eléctrica muy subvencionada, y considerada “renovable” que, según los análisis, figura en el primer lugar del Reino Unido por sus emisiones de CO2; y en el tercero para toda Europa. A pesar de todo eso, el Gobierno sigue considerando al Reino Unido como un líder mundial en la lucha contra el cambio climático.
Contabilidad creativa
Por supuesto, el Reino Unido no es en absoluto el único país que acude a la contabilidad creativa para medir sus emisiones. Es la norma. China, con diferencia el mayor emisor de CO2 del mundo, afirma ser un “pionero” ecológico comprometido a dejar “un mundo limpio y hermoso a las generaciones futuras” a la vez que prepara la construcción de 43 nuevas centrales eléctricas de carbón para sumar a las 1.000 ya en funcionamiento.
O el Gobierno de Estados Unidos, que afirma “escuchar a la ciencia” aunque entre otras muchas decisiones imprudentes haya anunciado recientemente su plan de permitir la extracción de petróleo y gas en millones de acres, lo que podría permitir la producción de hasta 1.100 millones de barriles de petróleo crudo y 4,4 billones de pies cúbicos de gas. Estados Unidos es, con diferencia, el mayor emisor de la historia y el primer productor de petróleo del mundo. Nada de eso parece impedirles afirmar sin rubor que lideran la lucha contra el cambio climático.
La verdad es que no hay líderes contra el cambio climático. Todavía no. Al menos no entre los países de ingresos altos. El nivel de concienciación pública que haría falta para que apareciera un verdadero liderazgo, así como una presión de los medios como nunca se vio antes, simplemente no existen.
La ciencia no miente y tampoco nos dice qué hacer. Pero sí traza un panorama de lo que hace falta. Por supuesto, somos libres de ignorarla y de seguir negándola. O de seguir escondiéndonos detrás de estadísticas incompletas, lagunas y contabilidades creativas. Como si a la atmósfera le importaran nuestras construcciones teóricas. Como si fuera posible discutir con una ley de la física.
Como dijo Jim Skea, uno de los principales científicos del IPCC, “limitar el calentamiento a los 1,5 grados centígrados es posible dentro de las leyes de la química y la física, pero hacerlo requeriría cambios sin precedentes”.
Honestidad para Glasgow
Para que la cumbre del clima COP26 de Glasgow sea un éxito harán falta muchas cosas. Pero sobre todo hará falta honestidad, solidaridad y valentía.
Por supuesto, la emergencia climática y ecológica es solo el síntoma de una crisis de sostenibilidad mucho mayor. Una crisis social. Una crisis de desigualdad que se remonta al colonialismo y más allá. Una crisis basada en la idea de que algunas personas valen más que otras y de que eso les da el derecho de explotar y robar su tierra y sus recursos. Todo está relacionado. Es una crisis de sostenibilidad en la que todos saldrían beneficiados si se abordara. Pero es ingenuo pensar que podemos resolver esta crisis sin afrontar sus raíces.
Todo puede parecer oscuro y sin esperanza. Con el alud de informaciones y el aumento alarmante de episodios climáticos, el sentimiento de desesperación es más que comprensible. Pero debemos recordar que aún podemos revertir esta situación. Si estamos dispuestos a cambiar, es totalmente posible.
La esperanza está a nuestro alrededor. Porque lo único que realmente hace falta es un líder mundial o un país rico o un gran canal de televisión o un periódico importante que haga una apuesta por la sinceridad y trate de verdad a la crisis climática como la crisis que es. Un líder que incluya todas las cifras y que tome medidas audaces para reducir las emisiones con el ritmo y la profundidad que exige la ciencia. Todo podría ponerse en marcha hacia la acción, la esperanza, el propósito y el sentido.
El reloj sigue corriendo. Las cumbres siguen celebrándose. Las emisiones siguen creciendo. ¿Quién será ese líder?
Traducido por Francisco de Zárate.