En la calle principal de Huwara todas las tiendas están cerradas. Desde aquí, la Carretera 60 conecta con Nablus, en el norte de Cisjordania. Las gasolineras, las panaderías, los bancos, las tiendas de teléfonos móviles, las de golosinas y las que venden piedras de las canteras locales: todas están cerradas por orden del Ejército israelí.
En los principales puestos de control entre el oeste y el este de la ciudad, ahora dividida, soldados israelíes cautelosos con ametralladoras custodian una puerta metálica amarilla cerrada.
Los pocos coches que circulan por la calle pertenecen a colonos de los asentamientos judíos de línea dura que pueblan las colinas circundantes. Nacionalistas ultraortodoxos en su mayoría, tienen fama de alentar y ejecutar actos de violencia contra los palestinos.
A los residentes palestinos de Huwara se les ha vetado el acceso a la Carretera 60. Aunque los colonos ya pueden ir en coche por una carretera nueva de circunvalación, muchos prefieren conducir por el centro de Huwara como un símbolo de su control sobre el territorio.
La división de Huwara entre el lado oriental y occidental comenzó el 7 de octubre tras el ataque de Hamás, que masacró a 1.400 personas en comunidades del sur de Israel próximas a la frontera con Gaza. La medida representa una de las respuestas más severas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la Cisjordania ocupada.
La división llega en un momento en el que varios integrantes de la extrema derecha israelí, como el ultranacionalista y actual ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, exigen cerrar más áreas a los palestinos con la excusa de crear nuevas “zonas de seguridad” alrededor de los asentamientos de colonos judíos.
En Huwara, donde viven unas 7.000 personas, las carreteras secundarias están bloqueadas y los residentes solo pueden cruzar la Carretera 60 si consiguen una autorización. Lo que antes era un paseo de unos minutos se ha convertido en un viaje de horas.
“Es como Alemania Oriental y Occidental”, dice el alcalde de la ciudad, Moeen Dmeidi. “Ayer, todos en la ciudad decidieron que intentarían reabrir sus tiendas para romper el bloqueo; pero el Ejército dijo que si las dejaban abiertas, lo que ocurriría sería una réplica del ataque de los colonos a Huwara”.
Dmeidi se refiere a la violencia que los colonos judíos desplegaron en febrero, cuando las FDI permitieron que 100 israelíes armados arrasaran la zona después de que unos pistoleros palestinos de Huwara mataran a dos hermanos israelíes. Se quemaron coches y locales comerciales y cientos de personas resultaron heridas.
“Durante los primeros 10 días los residentes tuvieron prohibido cruzar a pie la calle principal; tras intensas y agotadoras negociaciones, ahora pueden cruzar de este a oeste si van caminando, pero no les está permitido caminar por la acera”, dice el alcalde. “Nunca había visto nada igual, y todo lo que están haciendo es para complacer a los colonos”, dijo.
Dmeidi habló durante una reunión municipal de emergencia abarrotada de concejales y propietarios de empresas de los dos lados de la ciudad y convocada tras el intento fracasado de reabrir las tiendas desafiando las órdenes del Ejército israelí.
“No son uno o dos días de cierre, llevamos un mes”, dijo Dmeidi, enfurecido. “No estamos peleando con los israelíes, hemos seguido obedeciendo sus leyes injustas, quisimos abrir porque necesitamos ganarnos la vida, lo único que queremos es vivir con dignidad”.
A medida que avanzaba la reunión se oían gritos de la planta baja del edificio, donde otros vecinos de la ciudad hacían ver su enfado por la situación.
“Slash” Awda, de 26 años, es uno de los que trataron de abrir su local, donde vende teléfonos móviles y opera una tintorería. “Lo tuve abierto unos diez minutos antes de que el Ejército viniera a mi tienda”, dice. “Los soldados dijeron que cerrara ya. Hablaron de un local que había sido arrasado por el Ejército y uno de los soldados amartilló su arma. Ya llevamos un mes y ni siquiera podemos cruzar la ciudad”.
El bloqueo y la división de Huwara ha tenido repercusiones importantes. Muchos palestinos dependen de las tarjetas prepago para el agua y la electricidad, pero la mayoría de los locales donde las cargan están ubicados en la calle principal. El Ayuntamiento ha tenido que organizar una recolecta de tarjetas para llevarlas, pidiendo permiso, a algún local que siga abierto. Las panaderías también están cerradas y los vecinos tienen que hornear en casa o desplazarse a pueblos cercanos usando las pocas carreteras secundarias que siguen abiertas.
“Soy del lado oriental de la ciudad”, dice Jalal Awda, uno de los concejales. “Tenía que venir hasta aquí para firmar unos papeles; la distancia para llegar por la carretera es de ocho metros; pero en vez de eso he tenido que conducir 14 kilómetros y emplear dos horas para venir; es absolutamente injusto”.
“No es una forma normal de vivir”, dice Mohammed Handan (71), dueño de una panadería. “Si un familiar vive en la otra parte de la ciudad, no puedo ir de visita (...) Tengo un supermercado, una panadería y una tienda de golosinas; están todas cerradas desde el 7 de octubre y hay 15 trabajadores a los que no puedo pagar y todos los días tengo que tirar mercancía que se caduca”.
El cierre de Huwara no viene de la nada. La ciudad lleva mucho tiempo siendo un foco de violentas tensiones entre colonos judíos de extrema derecha y residentes palestinos. A lo largo del último año y medio se ha convertido en el símbolo de una crisis cada vez más profunda en Cisjordania y del poder creciente que los políticos afines a los colonos acumulan dentro del Gobierno de coalición de Benjamín Netanyahu.
Para estas personas, la guerra con Hamás es el pretexto para hacer avanzar un programa de expropiaciones cada vez más radical que, de forma ineludible, ha alentado la violencia creciente. Smotrich, jefe de un partido religioso nacionalista que integra la coalición gobernante, es uno de los más destacados. En una comunicación por escrito a Netanyahu y a Yoav Gallant, ministro de Defensa, exigió la creación de zonas especiales alrededor de los asentamientos de colonos para impedir que los palestinos se acercasen, “incluso durante la cosecha de aceitunas”.
Smotrich aprovechó el ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre para hablar de la lección que debían aprender los asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania. Pero lo cierto es que un día antes ya había pedido el cierre de Huwara, mientras visitaba la ciudad tras un tiroteo. “Exijo que el responsable político emita de manera inmediata una directiva escrita a las Fuerzas de Defensa de Israel para que creen amplias zonas de seguridad alrededor de los asentamientos y las carreteras y eviten que los árabes se acerquen a ellas”, escribió. Su propuesta, añadió, incluía una indemnización a las personas que no pudieran acceder a sus cultivos.
A principios de 2023, Smotrich había ido aún más lejos. “Creo que el pueblo de Huwara debe ser aniquilado. Creo que el Estado de Israel debería hacerlo”, dijo durante una conferencia sobre temas financieros.
Los habitantes de Huwara se enfrentan ahora a un dilema terrible, dice Jihad Awda, otro de los participantes en la reunión del Ayuntamiento de Huwara. “Queremos desobedecer la orden de cierre pero con el menor coste posible. No queremos morir; no queremos que disparen contra nadie”.
Traducción de Francisco de Zárate