Si pusiéramos el mismo esfuerzo en prevenir la catástrofe ambiental que el que hemos invertido en buscar excusas que justifiquen la pasividad ante esta grave situación, ya habríamos conseguido resolver el problema. En todas partes, solo encuentro a personas empeñadas en mirar hacia otro lado y en ignorar el desafío moral que tenemos ante nosotros.
La excusa más común es: “Seguro que esos manifestantes tienen teléfonos, se van de vacaciones y usan zapatos de piel”. Lo que podría traducirse como: “No escucharemos a nadie que no viva en un barril, vaya desnudo y no subsista únicamente con agua turbia”. Y claro, “si vives desnudo dentro un barril, tampoco te haremos caso porque no eres más que un hippie excéntrico”. Es así como se logra descalificar a los mensajeros y a todos y cada uno de sus mensajes, que son demasiado impuros o demasiado puros.
A medida que la crisis ambiental empeora y los movimientos de protesta como Youth Strike 4 Climate, las huelgas juveniles en contra del cambio climático, y Extinction Rebellion, Rebelión de la Extinción, hacen más difícil cerrar los ojos ante el reto climático, la sociedad encuentra formas más ingeniosas de dar la espalda a la realidad y esquivar sus responsabilidades. Detrás de estas excusas hay una creencia muy arraigada, según la cual si estamos ante una situación límite alguien vendrá a rescatarnos. “Ellos”, los que vendrán a salvarnos, no permitirán que ocurra nada malo. El problema es que “ellos” no existen, somos nosotros.
Los representantes políticos, como seguramente habrá constatado cualquiera que haya seguido su evolución en los últimos tres años, son caóticos, poco dispuestos a reaccionar ante la crisis y por sí mismos no tienen la capacidad estratégica para abordar incluso las crisis más urgentes. Y no hablemos de sus dilemas existenciales. Y a pesar de todo, sigue prevaleciendo la creencia ingenua y extendida en la sociedad de que votar es la única acción política necesaria para cambiar el sistema. Lo cierto es que si la acción de votar no va acompañada de la voluntad de protesta, es decir, la articulación de peticiones concretas y la creación de un espacio en el que puedan aflorar nuevas facciones políticas, el voto, aunque indispensable, no deja de ser un instrumento débil y desafilado.
Los medios de comunicación, con algunas excepciones, son muy reacios a apoyar cualquier iniciativa en defensa del medio ambiente. De hecho, cuando los grandes grupos de radiodifusión cubren estos temas, se abstienen conscientemente de hacer cualquier mención al poder. Hablan de la catástrofe medioambiental como si estuviera provocada por fuerzas pasivas y misteriosas, y proponen cambios insignificantes para problemas que son estructurales y de gran envergadura. La serie Blue Planet Live de la BBC ejemplifica esta tendencia.
A los que gobiernan y generan los discursos públicos no se les puede confiar la preservación de la vida en la Tierra. No existe ninguna gran fuerza del bien que pueda protegernos del daño medioambiental. Nadie vendrá a salvarnos. Ninguno de nosotros puede justificar el hecho de estar dando la espalda al llamamiento a unirnos para salvar la humanidad.
En mi opinión, mostrar una actitud de desesperación no es más que otra forma de negar la cruda realidad. Al poner el grito en el cielo sobre las calamidades que un día podrían afligirnos, las desfiguramos y nos distanciamos de ellas, y nuestra capacidad para impulsar acciones concretas desaparece para transformarse en temores abstractos. Podríamos liberarnos del albedrío moral afirmando que ya es demasiado tarde para actuar, pero al hacerlo condenamos a otros a la miseria o a la muerte.
La catástrofe medioambiental es un problema que ya está afectando a muchas personas que, a diferencia de aquellos más ricos que todavía pueden permitirse revolcarse en la desesperación, se ven obligados a responder de manera práctica. En Mozambique, Zimbabue y Malawi, devastados por el ciclón Idai, en Siria, Libia y Yemen, donde el caos climático ha contribuido a la guerra civil, en Guatemala, Honduras y El Salvador, donde la pérdida de cosechas, la sequía y la crisis de los recursos pesqueros han obligado a la gente a abandonar sus hogares, la desesperación no es una opción.
Nuestra pasividad los ha obligado a actuar: sus circunstancias aterradoras son causa de nuestras formas de vida en el mundo rico. Y los cristianos tienen razón: la desesperación es un pecado.
Como señala Jeremy Lent en un ensayo reciente, es casi seguro que es demasiado tarde para salvar algunas de las grandes maravillas vivientes del mundo, como los arrecifes de coral y las mariposas monarca. Sin embargo, Lent cree que a medida que el calentamiento global empeore y a medida que aumente el consumo de recursos materiales, tendremos que aceptar pérdidas aún mayores, muchas de las cuales podrían prevenirse con una transformación radical.
Todas las transformaciones abruptas en la historia han tomado a la gente por sorpresa. Como explica Alexei Yurchak en su libro sobre la disolución de la Unión Soviética, todo es para siempre hasta que se termina: los sistemas parecen inmutables hasta que se desintegran repentinamente. Tan pronto como lo hacen y se analiza la desintegración de forma retrospectiva, resulta evidente que era inevitable. Nuestro sistema, que se caracteriza por un crecimiento económico perpetuo en un planeta que no está creciendo, se desmoronará tarde o temprano. Es inevitable.
Lo único que queda por decidir es si esta transformación es planificada o no. Debemos asegurarnos de que sea planificada y tenga lugar lo antes posible. Necesitamos diseñar y levantar un nuevo sistema basado en el principio de que cada generación, en todas partes, tiene el mismo derecho a disfrutar de las riquezas naturales.
Esto es menos desalentador de lo que podríamos imaginar. Como revela la investigación histórica de Erica Chenoweth, para que un movimiento de masas pacífico tenga éxito, solo es necesario que se movilice el 3,5% de la población. Los seres humanos son mamíferos sociales y conscientes de las corrientes y tendencias cambiantes. De hecho, son conscientes de esto de una forma constante pero subliminal.
Una vez que percibimos que el status quo ha cambiado, somos capaces de dejar de apoyar un sistema y unirnos a otro. Cuando un 3,5% comprometido y activo se una y pida una transformación, inevitablemente le seguirá una avalancha social. Rendirse antes de alcanzar este umbral es peor que la desesperación: es derrotismo.
En la actualidad, los activistas del movimiento social Extintion Rebellion protestan y marchan por las calles de todo el mundo para defender nuestra supervivencia. Con una acción audaz, disruptiva y no violenta, obligan a las agendas políticas a abordar la crisis medioambiental.
¿Quiénes son estos activistas? ¿Otro “ellos”, que podría rescatarnos de nuestras locuras? El éxito de esta movilización depende de nosotros. Sólo alcanzará el umbral crítico si suficientes de nosotros dejamos de lado la negación y la desesperación, y nos unimos a este excitante movimiento en auge. Se acabaron las excusas. La lucha para terminar con un sistema que le da la espalda a la cruda realidad ha comenzado.
Traducido por Emma Reverter