Redouane Lakdim, de 25 años, mató el viernes a cuatro personas e hirió a otras 16 tras tomar varios rehenes en un supermercado en el suroeste de Francia. Desde entonces se ha sabido que los servicios de inteligencia lo conocían y consideraban que estaba en riesgo de radicalizarse. La policía mató a Lakdim, pero sus motivaciones para llevar a cabo el ataque reflejan la continua amenaza que plantea otro extremista islamista que sigue entre rejas.
En su ataque, Lakdim pidió la liberación de Salah Abdeslam, el único superviviente del grupo que llevó a cabo los atentados de París de 2015 que mataron a 130 personas. Abdeslam había conseguido huir durante meses de las fuerzas de seguridad, pero finalmente fue capturado en Molenbeek, el suburbio de Bruselas donde vivió y creció.
Desde su celda de máxima seguridad en Francia, Abdeslam se ha convertido en un personaje famoso que recibe mensajes de mujeres que quieren ser la madre de sus hijos, asó como numerosas peticiones de entrevistas. Se ha negado a hablar, incluso con sus abogados, y su silencio ha alimentado su influencia. Además, se muestra insolente ante los sistemas judiciales belga y francés, percibidos por muchos jóvenes negros y árabes como injustos y discriminatorios.
Los perfiles de los potenciales terroristas yihadistas a menudo incluyen un pasado de delitos menores –el propio Lakdim tenía condenas por drogas y posesión de armas– y a veces un paso por prisión, que es donde muchos jóvenes se radicalizan. El mensaje desafiante de Abdeslam llega más allá de los muros de la prisión, especialmente a aquellos que han pasado por el sistema judicial y lo ven con desconfianza.
La dinámica de poder ha cambiado y todo el mundo, desde los medios franceses a las familias de las víctimas, espera con la respiración contenida a ver si rompe su silencio y da respuestas sobre lo ocurrido la noche de los ataques de París. ¿Por qué no se suicidó como su hermano mayor, Brahim, que se voló por los aires matando a varias personas más en la cafetería Comptoir Voltaire, a escasos metros de la sala de conciertos Bataclan? Y el cinturón de explosivos que se encontró en un contenedor y que se cree que era suyo, ¿estaba defectuoso o es que Abdeslam cambió de idea?
Si los jóvenes sienten atracción por el yihadismo por su emoción y violencia –como algo sacado de las películas–, entonces la historia de Abdeslam tiene un potencial peligroso para la juventud en riesgo de radicalización. Se ha erigido como el máximo antihéroe, un prisionero del Estado que apela a su comunidad de seguidores. La elección de sus palabras le hace todavía más peligroso. El mes pasado en el tribunal solo habló para afirmar que su silencio era su forma de defensa.
“Lo que yo veo es que los musulmanes son tratados y juzgados de la peor de las maneras”, declaró. “Son juzgados sin compasión. No hay presunción de inocencia, no hay nada. Inmediatamente somos culpables, voilà. Mi silencio no significa que soy culpable: es mi defensa”. Con solo unas frases, Abdeslam pasó de ser un ingenuo criminal a un peligroso portavoz de los jóvenes musulmanes desilusionados por toda Europa. Terminó diciendo: “Júzguenme, hagan lo que quieran. Confío en Alá. No les tengo miedo”.
Sven Mary, el abogado de Abdeslam en Bélgica, se refirió a su cliente como “estoico”. Los periodistas en la vista se mofaron de esta descripción, pero la intervención de Abdeslam no se dirigía a ellos. En Molenbeek, durante la semana de la audiencia, percibí cierto grado de simpatía por él. Un joven me dijo: “Tiene parte de razón”. Otros me dijeron que no creían que el sistema le fuese a conceder un juicio justo.
Las autoridades francesas y belgas no deben confirmar estos prejuicios. La historia de Abdeslam se está siguiendo por todo el mundo y el proceso tiene que ser percibido como totalmente justo, defendiendo la justicia y demostrando que los tribunales europeos mantienen la autoridad moral.
Nicolas Hénin fue secuestrado en Siria en 2013 por un grupo de combatientes de ISIS entre los que había dos miembros del grupo de británicos conocido como Los Beatles. Tras la detención de los terroristas el mes pasado, Hénin destacó que un juicio justo era esencial para prevenir una mayor radicalización. Él había vivido de primera mano la ira alimentada por imágenes del centro de detención de Guantánamo.
“¿Por qué creen [que nuestros captores] nos ponían esos estúpidos monos naranjas? ¿Por qué creen que a algunos nos torturaron con waterboarding? Es porque estaban imitando Guantánamo”, explicó Hénin. “De hecho Guantánamo fue una de las razones de su conversión al extremismo y la yihad, así que si cometemos este tipo de atrocidades, no estamos ayudando en nuestra búsqueda de la justicia”, añadió.
Con una figura tan compleja como Abdeslam puede ser difícil que los más desilusionados sientan que se hace justicia. Nunca ha habido un caso como este. Pero como muestran los ataques del viernes pasado, no podemos equivocarnos. No podemos permitir que Abdeslam se erija como un mártir viviente, que utilice su situación para hablar en nombre de los jóvenes musulmanes frustrados o que les inspire para atentar en su nombre.
Puede que Abdeslam no nos dé las respuestas que buscamos, pero ya sabemos que hay un problema real entre algunos jóvenes desilusionados por toda Europa. A menudo estos jóvenes no son especialmente religiosos, no tienen muchas expectativas y viven al margen de la sociedad. Necesitamos encontrar un modo de devolverlos a la sociedad y de alejarlos de los mensajes de ISIS. Debemos impedir que Abdeslam sea la voz principal, incluso en su silencio, que apele a aquellos que están enfadados, perdidos y que sienten atracción por la violencia.
El juicio de Abdeslam por los atentados terroristas de París no empezará completamente hasta 2019, pero sea cual sea el veredicto, si las cosas continúan tal y como están, seguirá siendo una amenaza y un símbolo para todos aquellos cuyo objetivo es enfrentar a los musulmanes contra Occidente.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti