El último niño de un pueblo en ruinas del noreste de Ucrania ha sido evacuado junto a su familia del sótano en el que han vivido durante los últimos tres meses gracias a la acción de un lector de The Guardian que conoció su historia por el artículo publicado en este medio.
Tymofiy Seidov, de ocho años, no quería salir de su casa subterránea en Kutuzivka, al este de Járkov, debido a los ataques rusos, pero su madre, Rita Sotnikova, y una segunda mujer que vivía en el sótano, Alla Lisnenko, de 59 años, le convencieron amablemente para que saliera.
“Cuando sacamos a Tymofiy del refugio antibombas, no dejaba de cogerme de la mano”, dice Rita. “No paraba de decirme: 'Mamá, volvamos dentro; mamá, escondámonos; mamá, no estemos a la intemperie'”.
Kutuzivka, a 19 kilómetros al este de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, ha estado en la línea del frente de la guerra desde el 24 de febrero y fue recuperada por las fuerzas ucranianas hace tres semanas, con un alto precio para los que viven entre sus ruinas.
El pueblo fue bombardeado en su totalidad y de las 1.500 personas que vivían allí, sólo quedan unas 50, la mayoría de las cuales vivían junto a Tymofiy en el oscuro y polvoriento sótano donde el joven pasaba gran parte de su tiempo dibujando monstruos, tanques y recordando playas y días más felices bajo el sol.
Junto con Rita, su tía Yana, de 33 años, su abuela Lyudmyla, de 57 años, y su abuelo Mykola, de 62 años, Tymofiy se dirige ahora a la relativa seguridad del oeste de Ucrania, pero el destino final de la familia es Zúrich, en Suiza, donde más de 40.000 refugiados ucranianos han establecido su hogar desde el comienzo de la guerra.
Su futuro sigue estando lleno de incertidumbre mientras buscan reasentarse en un país extraño, sin dinero ni capacidad para hablar las lenguas locales, pero Rita dice que la familia no tuvo otra opción que huir de los combates.
“Al principio, Tymofiy no quería dejar Kutuzivka”, cuenta. “Se enfadó mucho cuando le dijimos que nos íbamos. Creo que ahora tiene miedo de viajar. Lloraba. Tenía miedo de los bombardeos cuando nos llevaron de Kutuzivka a Járkov.
“Tiene miedo de los bombardeos en toda Ucrania. Alla, como madre, y todos nosotros hablamos con él y le convencimos de que íbamos a un lugar donde no dispararían y donde todo estaría tranquilo”.
Rita dice que la salud de su hijo había empezado a decaer después de vivir durante 87 días con otras 23 personas en el sótano de 40 por cinco metros, casi en la oscuridad absoluta, bajo las ruinas de la guardería y el centro médico de dos plantas.
“Un médico examinó a Tymofiy y le diagnosticó una alergia al polvo del sótano”, señala Rita. “Este polvo de las paredes del sótano, que Tymofiy respiraba todo el tiempo, había empezado a provocar una reacción alérgica”.
La evacuación de la familia fue posible después de que un lector de The Guardian con conexiones con Ukraine Now, una organización sin ánimo de lucro, se pusiera en contacto para ofrecer ayuda logística, mientras que el ejército ucraniano aceptó proporcionar un pasaje seguro. El lector no ha querido ser identificado, pero ha dicho que espera que otros donen fondos para ayudar a Tymofiy y su familia y ha pedido un mayor esfuerzo político en Occidente para “evitar el sufrimiento de millones de personas causado por la locura de unos pocos”.
Rita cuenta que tomar la decisión de abandonar Kutuzivka había sido difícil, aunque se confirmó como la decisión correcta cuando salieron del sótano para ver la magnitud de los daños causados en su pueblo.
“Mi madre lloró todo el tiempo, todos estos días cuando estábamos haciendo las maletas lloraba. Lloró todo el camino desde Kutuzivka hasta la estación de tren de Járkov. Cuando empezamos a salir de Kutuzivka vimos cómo nuestro pueblo estaba destruido. Vimos que Kutuzivka estaba en ruinas”, dice Rita.
“Era la primera vez que veíamos nuestro pueblo porque todos estos días hemos estado constantemente en el sótano. Y cuando salimos y vimos la magnitud de la destrucción, se me hizo un nudo en la garganta de dolor y tristeza. Habíamos vivido en nuestro pacífico pueblo durante mucho tiempo y en un momento ha sido destruido. Ha sido muy doloroso para nosotros verlo”, cuenta.
“Mis padres no querían irse. No querían dejar su hogar. Pero les convencí porque no sabemos qué pasará mañana. Tenemos miedo de que mañana la guerra vuelva a nuestro pueblo. Les dije a mis padres que era seguro. No vamos a estar constantemente bajo el fuego y teníamos que irnos”, añade.
Rita dice que espera en el futuro ayudar a otros a escapar, y que nunca olvidará la ayuda que le prestaron los lectores de The Guardian. “Si pudiera, también ayudaría a la gente: los llevaría a lugares seguros, les ayudaría a establecerse”, asegura. “Después de vivir todo este horror en Kutuzivka, me di cuenta de lo importante que es la evacuación de la gente de lugares peligrosos”.
Traducido por Javier Biosca