Desde el momento en que renunció a su puesto como maestro de escuela en 1958 en lugar de seguir las órdenes del régimen racista y represivo del apartheid en Sudáfrica, Desmond Tutu jamás se desvió de sus principios en su lucha por la tolerancia, la igualdad y la justicia en su país y en el extranjero. Esto le valió amor, influencia y un prestigio moral igualado por pocos en el continente africano y más allá.
Pero Tutu, el clérigo y activista fallecido este domingo en Ciudad del Cabo a los 90 años, no solo apoyaba abiertamente las causas que consideraba correctas –como los derechos de las personas LGTB–, sino que también era un feroz e implacable opositor a lo que consideraba incorrecto. A menudo matizaba las críticas con humor. Otras veces, las expresaba sin tapujos. Esto le ha hecho ganarse enemigos hasta el día de hoy.
El primer y más famoso enemigo de Tutu fue el apartheid que imperaba en su país desde 1948. Comprometido de lleno con la lucha por la libertad desde finales de la década de 1970, Tutu fue una figura clave a la hora de mostrar al resto del mundo los agravios a las comunidades mayoritarias explotadas de Sudáfrica. El clérigo y activista, tildado de “agitador” por las autoridades, no se andaba con rodeos. En 1988 dijo en Naciones Unidas que el apartheid era tan malo como el “nazismo” y que los políticos occidentales que no apoyaban las campañas de sanciones contra el régimen en Pretoria eran racistas.
“No queremos echar a los blancos al mar, no queremos destruir a los blancos”, dijo Tutu, que ganó el premio Nobel de la Paz en 1984 por sus esfuerzos no violentos para acabar con el apartheid y evitar un conflicto devastador en Sudáfrica. “¿Pero es demasiado pedir que en la tierra que nos vio nacer caminemos erguidos como seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios? ¿Es demasiado pedir el querer ser libre?”.
En una carta de 1984, Tutu, en aquel entonces jefe del Consejo de Iglesias de Sudáfrica, informó a Margaret Thatcher de que la invitación británica al primer ministro sudafricano para visitar Reino Unido era “una bofetada en la cara de millones de sudafricanos negros que a diario son víctimas de una de las políticas más crueles del mundo”.
Críticas a las élites
Tutu fue inflexible con quienes estaban en el poder en la “nación arcoíris” surgida tras las primeras elecciones libres de Sudáfrica en 1994. La expresión, acuñada por él, sentó ambiciones que nunca se cumplieron. Una década más tarde, Tutu dio una conferencia de alto nivel en la que enumeró los muchos logros de sus compatriotas bajo la democracia, pero dio a entender que varios de ellos se habían producido a pesar de que los nuevos gobernantes habían buscado su propio progreso antes que el de los pobres. “¿Qué es el empoderamiento negro cuando este pareciera no beneficiar a las grandes mayorías, sino a una élite pequeña que tiende a reciclarse? ¿No estaremos acumulando mucho resentimiento que puede que lamentemos después? Estamos en un polvorín”, dijo Tutu.
Las críticas del premio Nobel al partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, se hicieron aún más duras durante el mandato del presidente Jacob Zuma, que finalizó en 2018 en medio de acusaciones de corrupción sistemática y mala administración. Las relaciones entre el Congreso Nacional Africano (CNA) y Tutu mejoraron ligeramente tras la llegada al poder de Cyril Ramaphosa, un exactivista sindical y magnate que ha tratado de introducir reformas moderadas y luchar contra la corrupción.
El homenaje de Ramaphosa del domingo, con su referencia al fallecimiento de “una generación de sudafricanos sobresalientes que nos han legado una Sudáfrica liberada”, subraya la sensación generalizada de desilusión ante los sucesores de esta generación. Será la iglesia anglicana, y no el Gobierno, la que organice el funeral del exarzobispo siguiendo las restricciones por la COVID mientras Sudáfrica lucha contra su cuarta ola de contagios.
“Títere de los blancos”
Incluso hoy, algunos de los seguidores de Zuma se han distanciado del torrente de duelo y homenajes. Una de las razones es el recuerdo del riguroso y desgarrador liderazgo del clérigo en la Comisión para la verdad y la reconciliación, que investigó los crímenes de la era del apartheid con el objetivo de cerrar ese capítulo para las víctimas y el país.
El compromiso y la determinación de Tutu no se limitaron a enfurecer a quienes apoyaban a los funcionarios blancos obligados a revelar la devastación del régimen del apartheid. La investigación de la Comisión sobre Winnie Madikizela-Mandela, la exesposa de Nelson Mandela, por el secuestro y posterior asesinato de un adolescente todavía causa escozor. El domingo, en las redes sociales, algunos calificaron a Tutu de “títere de los blancos”.
En realidad, Tutu apuntaba a los explotadores y autócratas dondequiera que los encontrara. Merecidamente alabado como icono del activismo no violento, enfureció a quienes prefieren medios menos pacíficos para lograr el cambio o mantenerse en el poder. Robert Mugabe, el exlíder dictatorial de Zimbabue, recurrió a los insultos para contrarrestar las cortantes palabras de Tutu, llamando a su autor un “pequeño obispo enfadado, malvado y amargado”.
Estos comentarios no molestaban al sonriente, risueño y carismático clérigo, a pesar de que Tutu hubiese confesado a un entrevistador que “le encantaba ser amado”. La concepción liberal de la fe de Tutu irritó a muchos incluso dentro de la Iglesia anglicana, institución a la que dedicó gran parte de su vida.
Nadie dudaba de su fe o de su compromiso con la institución, pero no todos los clérigos disfrutaban oyendo hablar de un Dios que tenía una “debilidad por los pecadores” y menos aún apreciaban su apoyo constante a los derechos del colectivo LGTB en un continente atravesado por una homofobia visceral.
“No adoraría a un Dios que fuera homófobo, así de profundos son mis sentimientos al respecto”, dijo en 2013. “Me negaría a ir a un cielo homófobo. No, diría: 'Lo siento, prefiero ir al otro lugar'”. También apoyaba el derecho a la muerte asistida, otra posición polémica dentro de la Iglesia. En otras intervenciones abogó por una acción urgente contra el cambio climático y un cambio en la política de Estados Unidos respecto a Israel.
Brújula moral de un país
Hasta el final, Tutu estuvo “del lado de los ángeles”, como dijo el domingo un residente de un municipio no muy lejano a donde el arzobispo vivió y murió.
En una de sus últimas apariciones públicas, a los 89 años, recibió una vacuna contra la COVID: una importante declaración en un país que, según las cifras de exceso de mortalidad, a causa de la pandemia ha perdido 250.000 vidas de una población de 59 millones de personas y sufre una resistencia generalizada hacia las vacunas.
Los analistas pronostican una batalla por el legado de Tutu en la que las facciones políticas sudafricanas se disputarán ser los verdaderos herederos del arzobispo. Por el momento, sin embargo, existe un profundo dolor por la pérdida de la “brújula moral” del país y un auténtico sentimiento de pérdida.
“Sudáfrica y el mundo han perdido a uno de sus mayores padres y modelos de conducta. [Tutu] estaba anormalmente imbuido de un sentido del deber pastoral por servir a los mejores intereses de su especie –la familia humana– y del planeta”, dice un comunicado de la oficina del arzobispo de Ciudad del Cabo. “Por hacer lo correcto. Por hacer que la gente se sienta parte. Por hacer avanzar la justicia, la humanidad, la paz y la alegría... Su trabajo no ha terminado; ahora está en nuestras manos”.
Traducción de Julián Cnochaert.