Los científicos llevan unos años lanzando desesperadamente la voz de alarma, pero los gobiernos se niegan a escuchar: el sistema mundial de alimentación empieza a parecerse al sistema financiero global cuando estaba a las puertas de 2008.
Si bien la bancarrota financiera hubiese sido devastadora para el bienestar humano, parece que el colapso del sistema alimentario no merece una reflexión. Sin embargo, las pruebas de que algo va francamente mal aumentan muy rápidamente. La actual escalada de precios de los alimentos parece la última señal de una inestabilidad sistémica.
Mucha gente da por supuesto que la crisis alimentaria se ha producido por la combinación de la pandemia y la invasión de Ucrania. Aunque son factores importantes, lo que hacen es agravar un problema de fondo. Durante años parecía que se acercaba la extinción del hambre. La cantidad de personas desnutridas cayó de 811 millones en 2005 a 607 millones en 2014. Pero en 2015 la tendencia comenzó a invertirse. El hambre ha ido en aumento desde entonces: hasta los 650 millones en 2019 y de vuelta a los 811 millones en 2020. Es probable que este año sea mucho peor.
Y ahora llega la que es realmente la mala noticia: esto ha sucedido en tiempos de gran abundancia. La producción mundial de alimentos se ha ido incrementando de forma constante durante el último medio siglo y ha ganado holgadamente al crecimiento de la población. El año pasado, la cosecha mundial de trigo fue mayor que nunca. Asombrosamente, la cantidad de personas desnutridas comenzó a aumentar justo al mismo tiempo que los precios de los alimentos empezaron a caer. En 2014, cuando hubo menos gente que nunca pasando hambre, el índice global de los precios de los alimentos estaba en 115 puntos. En 2015 cayó a 93, y se quedó por debajo de los 100 hasta 2021.
Ha sido durante los dos últimos años cuando se ha disparado. Ahora el aumento de los precios de los alimentos es uno de los principales causantes de la inflación, que alcanzó el 9% en el Reino Unido el mes pasado. La comida se está volviendo inasequible incluso para mucha gente en países ricos. El impacto en países más pobres es mucho peor.
Así pues, ¿qué ha pasado? Pues que los alimentos a nivel mundial, al igual que el mercado financiero global, conforman un sistema complejo que se desarrolla de manera espontánea a partir de miles de millones de interacciones. Los sistemas complejos poseen propiedades aparentemente contrarias al sentido común. Son resilientes ante ciertas condiciones, ya que sus propiedades autorreguladoras las estabilizan. Pero cuando la tensión aumenta, estas mismas propiedades empiezan a transmitir sacudidas por la red. A partir de cierto punto, una pequeña alteración puede hacer tambalear el sistema entero más allá de su límite crítico, con lo cual se hunde, de forma repentina e imparable.
Ahora sabemos lo suficiente sobre sistemas como para predecir si serán resilientes o frágiles. Los científicos representan sistemas complejos como un engranaje de nodos y enlaces. Los nodos son como los nudos en una red a la antigua usanza; los enlaces son los cordeles que los conectan. En el sistema alimentario, los nodos incluyen empresas que comercializan grano, semillas y productos químicos agrícolas; los mayores exportadores e importadores; y puertos por los que pasa la comida. Los enlaces son sus relaciones comerciales e institucionales.
Si los nodos se comportan de forma diferente y los enlaces entre unos y otros son débiles, es un sistema potencialmente resiliente. Si algunos nodos pasan a ser dominantes, comienzan a comportarse de forma similar y están fuertemente conectados, el sistema es potencialmente frágil. Al abordar la crisis de 2008, los grandes bancos desarrollaron estrategias y formas de gestionar el riesgo de manera similar, pues buscaban las mismas fuentes de riqueza. Acabaron estando tan fuertemente interconectados, que los reguladores apenas podían entenderlo. Cuando cayó Lehman Brothers, amenazó con destruir a todo el mundo.
Así que esto es lo que hace que se estremezcan quienes estudian el sistema alimentario mundial. En los últimos años, igual que en las finanzas en los años 2000, ha habido nodos clave del sistema alimentario que se han hinchado; sus enlaces se han hecho más fuertes; las líneas de negocio se han sincronizado y convergen; y se han eliminado los elementos que podrían impedir la caída sistémica (“redundancia”, “modularidad”, “cortacircuitos” y “sistemas de seguridad”), lo que expone el sistema a impactos “contagiosos a nivel mundial”.
Según unas estimaciones de Oxfam, son solo cuatro corporaciones las que controlan el 90% del comercio mundial del grano. Las mismas empresas invierten en semillas, productos químicos, procesos, empaquetado, distribución y venta al por menor. A lo largo de 18 años se ha duplicado la cantidad de conexiones comerciales entre exportadores e importadores de trigo y arroz. Los países se están polarizando y convirtiendo en superimportadores o superexportadores. Gran parte de este comercio pasa por cuellos de botella vulnerables, como los estrechos de Turquía (obstruidos ahora por la invasión rusa de Ucrania), los canales de Suez y Panamá, y los estrechos de Ormuz, Bab el Mandeb y Malaca.
Uno de los cambios culturales más rápidos en la historia de la humanidad es la convergencia hacia una “dieta estándar global”. Aunque nuestra comida a nivel local se ha vuelto más diversa, a nivel mundial se ha vuelto menos diversa. Solo cuatro cultivos -trigo, arroz, maíz y soja- suponen casi el 60% de las calorías plantadas por los granjeros. Su producción está concentrada actualmente en un grupo de países que se pueden contar con los dedos de una mano, e incluye Rusia y Ucrania.
La dieta estándar global se alimenta de la agricultura estándar global, a la que surten las mismas corporaciones con los mismos paquetes de semillas, productos químicos y maquinaria, y que son vulnerables a los mismos impactos medioambientales.
La industria alimentaria se está emparejando estrechamente con el sector financiero, incrementando lo que los científicos llaman la “densidad de la red” del sistema, lo que lo hace más susceptible a un fallo en cadena. Se han eliminado las barreras comerciales alrededor del mundo y las carreteras y los puertos se han modernizado, lo que ha tornado más eficiente la red global.
Se podría pensar que este sistema homogeneizado supondría una mejora para la seguridad alimentaria, pero ha permitido a las empresas deshacerse de los costes de almacenamiento e inventarios de productos disponibles y cambiar el stock por un flujo de bienes. La mayoría de las veces esta estrategia de inmediatez funciona, pero si hay una interrupción en las entregas o un aumento rápido en la demanda, los estantes pueden quedarse vacíos de pronto.
Un trabajo de investigación publicado en Nature Sustainability informa de que en el sistema alimentario “ha aumentado la frecuencia de las crisis en tierra y en el mar a escala mundial con el paso del tiempo”. Cuando investigaba para mi libro Regenesis, me di cuenta de que son esta serie de crecientes crisis contagiosas, exacerbadas por la especulación financiera, las que impulsan el hambre a nivel mundial.
Ahora el sistema alimentario mundial debe sobrevivir no solo a sus debilidades internas, sino también a las disrupciones medioambientales y políticas que puedan interactuar entre sí. Por dar un ejemplo actual: a mediados de abril, el Gobierno indio se ofreció para solucionar el déficit mundial de exportaciones de alimentación provocado por la invasión rusa de Ucrania. Solo un mes más tarde prohibió las exportaciones de trigo después de que las cosechas se secaran en una ola de calor demoledora.
Debemos diversificar urgentemente la producción global de alimentos, tanto geográficamente como en lo que se refiere a las técnicas agrícolas. Debemos romper con las grandes corporaciones y especuladores financieros. Debemos crear sistemas seguros y producir alimentos de forma completamente distinta. Debemos introducir las capacidades excedentes en un sistema amenazado por sus propias eficiencias.
Teniendo en cuenta la gran cantidad de personas que pueden pasar hambre en tiempos de una abundancia sin precedentes, las consecuencias del grave fallo que podría provocar una crisis medioambiental en las cosechas escapan a nuestra imaginación. El sistema tiene que cambiar.
Traducido por María Torrens.