Una curva en la carretera y los árboles del bosque Ramoniškiai impiden a aquellos que se acercan al paso fronterizo desde el lado lituano ver a los guardias y al personal militar ruso. Solo una torre de comunicación muestra lo cerca que están del país vecino.
Apenas 50 coches al día pasan por aquí en su camino entre Lituania –en su día parte de la Unión Soviética– y Kaliningrado, territorio ruso en el Mar Báltico. Situado entre Lituania al norte y al este y Polonia al sur, Kaliningrado está a unos 1.300 kilómetros de Moscú.
Este paso fronterizo no se parece demasiado a la versión moderna del Checkpoint Charlie de Berlín. Aun así, los 45 kilómetros de frontera terrestre en la cual se encuentra el paso de Ramoniškiai —delimitado entre los ríos Lepona al sur y Leman al norte— se han convertido en objeto de preocupación para el Gobierno en Vilna, la capital lituana, a un breve paseo en tanque.
En unas pocas semanas Rusia llevará a cabo su gran ejercicio militar, Zapad (oeste), y llevará unos 100.000 soldados, además de equipo militar, a la frontera oriental de la Unión Europea y la OTAN. A ello se suman los constantes ciberataques a diferentes organismos del Gobierno lituano, calificados por sus miembros como una “gran guerra de información”, y el despliegue el año pasado de los misiles con capacidad nuclear Iskander a la base naval rusa del Báltico, en Kaliningrado.
El 1 de agosto, soldados de la OTAN identificaron 18 aviones militares rusos en el espacio aéreo internacional sobre el Mar Báltico. La mayoría habían estado volando desde la base aérea en Kaliningrado sin planes de vuelo y con sus transpondedores apagados, según el Ministerio de Defensa de Lituania.
Tal es la preocupación que cuando el personal militar ruso coge el tren de Kaliningrado a Moscú, un helicóptero de las fuerzas aéreas lituanas sobrevuela el trayecto para asegurarse de que ninguno se baje ilegalmente en su territorio. A principios de este año, la OTAN desplegó cuatro batallones de grupos de combate en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania. Los más mal pensados sugieren que Rusia podría algún día decidir cerrar el llamado Paso Suwalki, la frontera de 100 kilómetros entre Polonia y Lituania que conecta Kaliningrado con Bielorrusia, aliado cercano de Rusia, separando así a los Estados bálticos del resto de Europa.
Son días de preocupación, por eso Lituania está construyendo una valla fronteriza de dos metros de alto y 3,6 millones de euros en el puesto fronterizo de Ramoniškiai, frente a la valla de alambre de espino levantada por los rusos hace cinco años.
¿Una valla de dos metros para frenar tanques?
Los políticos de la oposición condenan la decisión del Gobierno de Lituania por considerarlo dinero malgastado. “Es estúpido”, denuncia Eugenijus Gentvilas, líder del partido Movimiento Liberal en el Parlamento. “¿Qué podemos impedir? ¿Tanques? Por supuesto que no”, añade. Esta es una posición compartida con los locales, que no tienen grandes esperanzas de resistencia en caso de un incidente en la frontera. “Si pasa, pasa”, cuenta Jolanya Disjaitiene, una joven de 31 años procedente del pueblo más cercano, Surdago, mientras empuja el carrito de su bebé.
Pero igual que el valor de Checkpoint Charlie no consistía realmente en crear una barrera física a la invasión, sino la demarcación, el control y las líneas rojas, lo mismo ocurre con la valla de Ramoniškiai.
Eimutis MisiÅ«nas, ministro de Interior lituano, indica a the Guardian que la valla es básicamente para lidiar con el tráfico de alcohol y tabaco e impedir los cruces de frontera ilegales, pero reconoce que eso no es todo.
“Tengo una segunda razón, todo el mundo lo sabe”, explica. “Estonia ha acusado a Rusia de secuestrar a un agente de inteligencia y nosotros en Lituania no queremos que esto ocurra. Es como una línea roja para Rusia”, añade.
El incidente al que se refiere el ministro ocurrió hace tres años y ha dejado con miedo a los políticos de los Estados bálticos. En la mañana de un viernes de septiembre de 2014 estallaron varias bombas de humo en un control de aduanas en Estonia, todas las señales de radio y teléfono colapsaron y efectivos rusos armados sacaron por la fuerza a un agente local. Su nombre era Eston Kohver. Fue exhibido por la televisión rusa y un año después, sentenciado por los tribunales a 15 años de prisión por espionaje y otros cargos, incluido el tráfico de armas.
Estonia insiste que el agente fue secuestrado en su territorio. El servicio de seguridad interior ruso, FSB, sigue afirmando, con éxito en los tribunales rusos, que Kohver se encontraba en una “operación de espionaje” en territorio ruso y que se merece su castigo.
Existen sospechas de que esta estrategia tenía realmente por objetivo castigar al Gobierno de Estonia. El incidente ocurrió solo dos días después de la visita de Barack Obama a la capital, Tallin, que prometió que un ataque a Estonia sería considerado como un ataque a toda la OTAN. También dio a entender que se establecería una base naval estadounidense en el país.
El secuestro sirvió para confirmar a muchos en Lituania lo fácil que lo tendrían los rusos para hacer cualquier cosa que quisieran y eludir las consecuencias, así como de jugar fácil y libremente con la verdad. Vilna no quiere dar a Rusia ninguna oportunidad para hacer los mismos trucos contra Lituania.
Rusia ha respondido a la construcción de la valla con una mezcla de burla e indignación, algo que ya es familiar entre los observadores del Kremlin. “En la zona de Kaliningrado tienen una fábrica de ladrillos y nos sugirieron que a lo mejor necesitábamos ladrillos para nuestra valla”, afirma un MisiÅ«nas impávido. “Pero lo siento, en esta valla no utilizamos ladrillos. Normalmente construimos puentes entre los países, pero en esta ocasión estamos construyendo vallas”, añade el ministro.
“No luchamos ni queremos luchar contra Rusia. Tenemos este vecino, sabemos cómo vivir con él y lo hacemos”, sonríe.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti