En la carrera presidencial de EEUU ya no quedan demasiadas certezas, pero hay algo de lo que podemos estar absolutamente seguros: a los partidarios de Clinton no les gusta nada hablar acerca del dinero de las empresas de hidrocarburos. La semana pasada, cuando una joven activista de Greenpeace cuestionó a Hillary Clinton por aceptar donaciones de empresas de combustibles fósiles, la candidata acusó a Bernie Sanders de hacer una campaña “mentirosa” de la que dijo estar “harta”. Mientras el intercambio verbal se volvía viral en Internet, una sucesión de partidarios de peso de Clinton se apresuraban a decir que allí no había pasado nada y que todos deberíamos olvidarnos del tema.
Según la senadora por California Barbara Boxer, la sugerencia de que ese dinero puede afectar a las políticas de Clinton es “infundada y debería terminar”. “Completamente falsas”, “inapropiadas” y “sin sustento”, dijo el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio. Paul Krugman fue más lejos. En su columna del periódico The New York Times lanzó unas “pautas generales del buen y mal comportamiento” para el ala Sanders. ¿Y qué eligió como primera norma? Terminar con las “insinuaciones, sin evidencia alguna, de que Clinton es corrupta”.
Mucha artillería pesada para acallar un tema sin importancia. ¿En qué quedamos? ¿Es un tema importante o no? Primero, algunos datos. La campaña de Clinton, incluido su Super Pac (súper comité de acción política), ha recibido una gran cantidad de dinero proveniente de empleados y lobistas registrados de empresas de hidrocarburos. De ahí viene la tan mencionada cifra de 4,5 millones de dólares que calculó Greenpeace, en la que se incluyen las contribuciones de los lobistas.
Pero eso no es todo. Además, hay una gran cantidad de dinero proveniente de otras fuentes que no se tomó en cuenta en esos cálculos. Por ejemplo, uno de los financiadores más conocidos y activos de la campaña de Clinton es Warren Buffet. Aunque es dueño de una gran variedad de recursos, Buffet está metido hasta el cuello en la industria del carbón: desde el transporte del mineral hasta la gestión de las centrales de carbón más contaminantes del país.
Además, está todo el dinero que las empresas de hidrocarburos han inyectado directamente en la fundación Clinton. Exxon, Shell, ConocoPhillips y Chevron han hecho contribuciones a la fundación en los últimos años. Hace poco, una investigación del International Business Times reveló que por lo menos dos de esas petroleras formaron parte de una campaña para presionar al Departamento de Estado, cuando Clinton era la principal responsable, por el tema de las arenas bituminosas de Alberta (Canadá), una variedad de petróleo mucho más contaminante. Científicos pioneros del clima, como James Hansen, han explicado que si no impedimos que ese CO2 llegue a la atmósfera, desencadenaremos niveles catastróficos de calentamiento.
¿Tuvieron estas donaciones algo que ver con el resultado de la investigación? La conclusión del informe fue que Clinton, como secretaria de Estado, aprobaba el proyecto Alberta Clipper, un controvertido oleoducto para transportar enormes cantidades de arenas bituminosas desde Alberta hasta Wisconsin. “Según el registro federal de lobismo al que tuvo acceso el IBT”, escriben David Sirota y Ned Resnikoff, “tanto Chevron como ConocoPhillips ejercieron presión en el Departamento de Estado específicamente con respecto al tema de las 'arenas petrolíferas' en los meses previos a obtener la aprobación del departamento; lo mismo hizo una asociación comercial financiada por ExxonMobil”.
¿Lograron estas donaciones que Hillary Clinton estuviera más dispuesta a pensar que, a pesar de las muchas advertencias de los científicos, esos oleoductos de arenas bituminosas no eran tan malos para el medio ambiente como parecían concluir los primeros estudios del Departamento de Estado sobre el oleoducto Keystone XL? No hay ninguna prueba o, como les gusta decir a los defensores de Clinton, no se encontró el arma homicida. Como tampoco hay ninguna prueba de que el dinero que recibió su campaña de los lobistas del gas natural y de los inversores en la industria del fracking haya moldeado la (peligrosa) forma de pensar que hoy tiene Clinton, para la que este sistema se puede usar de forma segura.
Es importante reconocer que la plataforma de campaña de Clinton incluye algunas políticas climáticas muy buenas que seguramente no le hacen ninguna gracia a los que contribuyen en su campaña. Esa es la razón por la que el sector de hidrocarburos aporta más dinero a los republicanos, que niegan completamente el cambio climático. Aun así, todo este caos de la financiación huele muy mal, y parece empeorar día a día. Está muy bien que el ala Sanders no se atenga a las “pautas generales del buen y mal comportamiento” dictadas por Krugman y no deje de hablar de dinero, en un año en el que el cambio climático ha contribuido a tener las temperaturas más altas de las que se tiene registro. Las elecciones primarias aún no han terminado. Antes de tomar una decisión con la que todos deberemos vivir por un largo tiempo, los votantes del Partido Demócrata necesitan y merecen saber todo lo que puedan.
Eva Resnick-Day, la activista de Greenpeace de 26 años que la semana pasada hizo decir a Clinton que estaba “harta”, tiene una perspectiva coherente y conmovedora de lo sumamente trascendental que es esta elección y de todo lo que hay en juego. En respuesta a las declaraciones de Clinton de que los jóvenes “no hacen sus propias investigaciones”, Resnick-Day explica en Democracy Now!: “Al ser un movimiento de jóvenes, hemos hecho nuestra propia investigación, y es por eso que el futuro nos aterra. Los científicos están diciendo que tenemos la mitad del tiempo que pensábamos que teníamos para enfrentar el cambio climático antes de pasar el punto de no retorno”.
“Por eso los jóvenes (las personas que van a tener que heredar y enfrentar este problema) están muy preocupados. Lo que suceda en los próximos cuatro u ocho años podría determinar el futuro de nuestro planeta y el de la raza humana. Por eso estamos presentes, haciendo las preguntas difíciles a todos los candidatos: para asegurarnos de que quien esté en el poder no siga haciendo las cosas como se venían haciendo, sino que tome una posición firme para enfrentar el cambio climático de manera significativa y profunda por el futuro de nuestro planeta”, asegura.
Las palabras de Resnick-Day son la mejor explicación de por qué esta elección presidencial no es una más en el ciclo electoral y de por qué la red de relaciones empresariales de Clinton es muy alarmante, con o sin “arma homicida”. Independientemente de quien gane en noviembre, el próximo presidente asumirá el cargo con la espalda contra la pared en lo que respecta al cambio climático.
En pocas palabras, nos hemos quedado sin tiempo. Los cambios están sucediendo más rápido de lo que los modelos científicos habían anticipado. Los hielos se derriten más rápido. Los océanos crecen más rápido. Y eso significa que los gobiernos deberán actuar más rápido. Los últimos datos contrastados de científicos nos informan que si queremos tener la posibilidad de proteger a las ciudades costeras en este siglo (entre ellas, Nueva York, el lugar en donde Bernie y Hillary están peleando actualmente), debemos dejar de utilizar los combustibles fósiles a una velocidad casi inhumana.
El Mundo Clinton
Un reciente estudio de la Universidad de Oxford publicado en la revista Applied Energy, llega a la conclusión de que, para que la humanidad tenga el 50% de probabilidades de alcanzar los objetivos de las temperaturas acordadas en París, las nuevas centrales eléctricas deben dejar de emitir carbono a la atmósfera a partir del año que viene.
Eso es difícil. Muy difícil. Como mínimo, se necesita la voluntad de enfrentarse cara a cara con las dos industrias más poderosas del planeta: las empresas de hidrocarburos y los bancos que las financian. Hillary Clinton está totalmente incapacitada para esta tarea monumental.
Aunque Clinton es muy buena combatiendo a los republicanos, enfrentarse a corporaciones poderosas va completamente en contra de su cosmovisión, de todo lo que ha construido y de todo lo que representa. En otras palabras, el verdadero problema no es el dinero que las corporaciones aportan a la campaña de Clinton, sino su ideología totalmente a favor de las corporaciones. Una ideología en la que aceptar dinero de lobistas y desorbitantes sumas de bancos a cambio de discursos es algo tan natural que a la candidata de verdad le cuesta entender por qué es algo digno de hacerse público.
Para entender esta cosmovisión no se necesita más que ver la fundación en la que trabaja Hillary Clinton con el nombre de su familia. La misión de la fundación se puede condensar así: hay tanta riqueza del sector privado fluyendo alrededor de nuestro planeta (en gran parte, gracias al frenesí desregulador y privatizador desatado por Bill Clinton durante su presidencia) que, cualquier problema de la Tierra, no importa cuán grande, puede solucionarse convenciendo a los megamillonarios para que hagan lo correcto con su dinero suelto. Como es natural, las personas encargadas de convencer a los megamillonarios para que hagan estas buenas acciones son los Clinton, dioses de la intermediación y de las relaciones públicas, ayudados por un séquito de celebridades de primer nivel.
El problema del Mundo Clinton es estructural. Es la manera en que estas relaciones profundamente enredadas (aceitadas por el intercambio de dinero, favores, posición social y notoriedad mediática) le dan forma a lo que, en primer lugar, se propone como política. Por ejemplo, bajo la supervisión de Clinton, las empresas farmacéuticas trabajan a la par de su fundación para bajar los precios en África (evitando convenientemente la verdadera solución: cambiar el sistema de patentes que les permite cobrar precios monstruosos a los pobres).
La multinacional Dow Chemical Company financia proyectos de abastecimiento de agua en la India (pero no debemos mencionar la conexión entre la multinacional y el desastre humanitario que aún hoy persiste en Bhopal, del que Dow todavía se niega a hacerse responsable). Por último, fue en una asamblea anual de la Iniciativa Global Clinton donde el magnate de la aviación Richard Branson hizo la ostentosa promesa de invertir miles de millones de dólares para resolver el cambio climático (casi una década después, mientras Virgin Airlines se sigue expandiendo, seguimos esperando).
En el Mundo Clinton, la relación es siempre ganar-ganar-ganar: los gobiernos parecen eficaces, las corporaciones parecen honestas, y las celebridades parecen serias. Y la última victoria: los Clinton se vuelven cada vez más poderosos.
En el centro de todo está la creencia canónica de que el cambio no viene de la mano de confrontar a los ricos y poderosos, sino de asociarnos con ellos. Si lo vemos desde la lógica de lo que Thomas Frank recientemente llamó “el mundo del dinero”, todas las decisiones controvertidas que tomó Hillary Clinton tienen sentido. ¿Por qué no aceptar dinero de los lobistas de los combustibles fósiles? ¿Por qué no aceptar cobrar cientos de miles de dólares a cambio de discursos en Goldman Sachs? No hay conflictos de intereses; es una asociación beneficiosa para todos y forma parte del infinito tiovivo del toma y daca entre políticos y corporaciones.
Los libros están llenos de los fracasos del filantrocapitalismo que propone Clinton. Cuando se habla del cambio climático, todos tenemos las pruebas necesarias para saber que este modelo es un desastre a escala mundial. Esa lógica permitió que el mundo tenga mercados de carbono infestados de fraude y dudosas compensaciones en las emisiones de carbono, en lugar de una regulación más dura para los que contaminan: nos dijeron que la reducción de emisiones tenía que ser una situación en la que “todos ganaran” y en “sintonía con los mercados”.
Si el próximo presidente pierde más tiempo con estas estrategias, se nos acaba el tiempo, así de simple. Si queremos tener alguna esperanza de evitar la catástrofe, las medidas que se tomen deben ser de una velocidad y alcance sin precedentes. Si se diseña de manera adecuada, la transición a una economía post-carbono puede generar una gran cantidad de situaciones en las que “todos ganen”. No solo significaría un futuro más seguro, sino un gran número de trabajos bien remunerados; un transporte público mejorado y económico; ciudades más habitables; así como también justicia racial y ambiental para las comunidades que se encuentran en la primera línea de la extracción de contaminantes.
Precisamente, la campaña de Bernie Sanders está construida alrededor de esta lógica: no la de darle caricias a los ricos esperando un poco de nobleza por su parte, sino la lógica de que el ciudadano común se organice y los desafíe, obteniendo regulaciones más severas, y la de obtener como resultado un sistema más justo.
Sanders y sus partidarios entienden algo fundamental: no todos van a salir ganando. Para que algo de esto ocurra, las empresas de hidrocarburos, que por décadas han hecho una cantidad obscena de dinero, van a tener que empezar a perder. Y perder mucho más que la reducción de los impuestos y subsidios que Clinton prometió recortar. Tendrán que perder también las nuevas concesiones mineras y petroleras que tanto desean; se les tendrán que denegar los permisos para los conductos y terminales de exportación que tanto quieren construir. Tendrán que dejar donde están billones de dólares en reservas de combustibles fósiles.
Al mismo tiempo, si los paneles solares se multiplican sobre los techos de las casas, las grandes empresas de servicios eléctricos perderán una parte importante de sus ganancias: sus antiguos consumidores entrarán en el negocio de la producción de energía. Esto crearía oportunidades para una economía más equitativa y, en última instancia, para bajar las facturas de los servicios públicos. Pero, una vez más, algunos intereses poderosos tendrán que perder (ese es el motivo por el que la central de carbón de Warren Buffett en Nevada le ha declarado la guerra a la energía solar).
Un presidente dispuesto a infligir esta clase de pérdidas a las empresas de combustibles fósiles y a sus aliados tiene que ser mucho más que alguien que no participa en actos de corrupción. Tiene que estar a la altura de la batalla del siglo, completamente seguro de qué lado tiene que ganar. Mirando las elecciones primarias demócratas, no hay duda de cuál de los dos da la talla en este momento histórico. ¿Las buenas noticias? Acaba de ganar en Wisconsin. Y, además, no sigue las pautas de buen comportamiento de nadie.
Una versión de este artículo se publicó primero en The NationThe Nation
Traducción de Francisco de Zárate