Seguro que nadie se hizo la pregunta cuando oyó hablar de los últimos tiroteos en Estados Unidos. Seguro que nadie pensó “bueno, en EEUU hay un montón de mujeres completamente alienadas, probablemente con temas de salud mental y opiniones muy equivocadas sobre los inmigrantes, así que 'la pistolera', en los dos casos, claramente fue una de ellas”. Nadie se lo preguntó porque estaba claro que no había sido así.
Antes de que me vengan con lo de 'no todos los hombres' permítanme decirlo a mí: no, no todos los hombres son unos asesinos, algo por lo que se supone que tendría que dar las gracias. Pero la verdad es que no me siento agradecida. En absoluto. Tampoco son violadores todos los hombres, pero en el Reino Unido hemos visto cómo la violación casi ha dejado de ser delito por las deficiencias de nuestro sistema judicial.
Muchos hombres estarán tan conmocionados como yo por todo esto. Me parece muy bien. Ahora hagan lobby para que cambien las cosas. Ustedes tienen el poder.
Lo impresionante de los tiroteos masivos es lo habituales que son. Siete años después de Sandy Hook, Estados Unidos (o la parte del país que, por lo visto, cuenta en este tema) parece creer que la matanza de niños pequeños es un precio asumible a cambio de la 'libertad'.
Esto es algo que viene de antes de Trump. Ya está bien de sermones sobre las leyes para tener armas y llevarlas de forma visible. Hablamos del tema como si hiciera falta alcanzar un número determinado de personas asesinadas antes de que algo cambie. Sabemos que no vamos a llegar nunca a ese número y sabemos que estos tiradores no solo apuntan contra otros. También se disparan a sí mismos. Dos tercios de las muertes por armas de fuego en Estados Unidos fueron suicidios.
También sabemos, como Joan Smith documentó de forma tan brillante en su libro 'Home Grown: How Domestic Violence Turns Men Into Terrorists' ('Aprendido en casa: cómo la violencia machista convierte en terroristas a los hombres'), que muchos de estos pistoleros tienen en sus vidas un historial de mujeres aterrorizadas. Un terror al que llaman 'abuso doméstico'. Son personas capaces de matar a sus propias madres o, como hizo el tirador de Ohio, a su propia hermana.
Sabemos que hay vínculos entre esa masculinidad mal entendida y el conjunto de ideas en torno al 'genocidio de los blancos', o eso de que los migrantes nos están invadiendo y quedándose con 'nuestras mujeres'. Trump escupe a diario su venenosa retórica. Y los medios de comunicación estadounidenses tampoco lo cuestionan demasiado. Como dijo Beto O'Rourke: “Miembros de la prensa, ¿qué mierda?”.
Uno no puede referirse una y otra vez a las personas no blancas como si fueran bichos invasores y luego aparentar conmoción cuando alguien actúa de acuerdo con ese discurso. Los principales periódicos británicos también reflejan el racismo contra los migrantes, haciéndolo pasar por humor, o como si simplemente expresaran el sentido común o dijeran lo que no se puede decir. Es repugnante.
“Hacer a América grande de nuevo” no es sólo hacer América blanca de nuevo sino también recuperar un tipo particular de masculinidad. Forma parte de la reacción contra el feminismo. Con un racismo tan obvio, muchos son capaces de ver lo primero pero tienen resistencias para asumir lo segundo. En vez de eso, es como si tuviéramos que felicitar a cualquier hombre que admita tener sentimientos.
La semana pasada participé en un debate sobre los hombres en el siglo XXI. Fue un tortuoso ejercicio para calmar conciencias hablando de testosterona y cavernícolas, y de cómo los hombres habían dejado de ser el sostén de la familia. Este enfoque a lo Jordan Peterson nunca considera la importancia de la clase, la cultura o la historia. En la clases obreras, por ejemplo, las mujeres siempre han trabajado. Y en los últimos cuarenta años de EEUU, las familias promedio han necesitado los dos salarios para mantenerse.
En vez de iniciar un complejo debate multidisciplinar, todo el mundo tiene que estar de acuerdo en que, hoy en día, ser hombre es algo muy difícil y confuso. Ahorrénmelo. Esa 'crisis de masculinidad' de la que nos hablan a cada rato es una coartada. La masculinidad es crisis pero también es poder, algo que dan por sentado esos hombres de clase media que se quejan de no poder expresarse.
Ser considerada una bruja loca por expresar mis sentimientos es algo que me apena de un montón de maneras diferentes. Me siento triste, muy triste por EEUU, porque viví allí durante una época y siempre lo sentí como mi futuro, mi posibilidad. Tengo algo que mucha gente anhela: un pasaporte estadounidense. Yo también crecí con armas. Mi padre le dio una a mi madre y a mí me pareció algo glamuroso. Todos mis novios en EEUU tuvieron armas. Allí aprendí a disparar y fue emocionante. Pero EEUU ya no es el futuro para mí, a menos que decida aceptar las masacres como algo que simplemente sucede.
La violencia masculina, porque ese es el problema, está por todos lados y en EEUU está armada hasta los dientes. Muy bien, cambien las leyes de armas. Seguramente eso es más fácil que cambiar toda una cultura en la que los hombres expresan sus sentimientos sin parar. Sobre todo, a través de la muerte y de la destrucción.
Traducido por Francisco de Zárate