El Banco Mundial se enfrenta a la mayor prueba de su historia. Sus directivos asistirán en estos días en Glasgow a la cumbre mundial del clima COP26, donde se tomarán decisiones clave sobre el destino de la humanidad. Si el Banco quiere cumplir con su objetivo oficial de erradicar la pobreza y construir una prosperidad compartida, éste es el momento de dar un paso al frente porque nada aumentará más la pobreza ni perjudicará más a la prosperidad que un incremento descontrolado de las temperaturas.
Sin embargo, es muy posible que el Banco Mundial no pase la prueba. Desde el histórico Acuerdo de París por el clima, el organismo multilateral ha gastado de forma directa más de 12.000 millones de dólares en la financiación de proyectos de combustibles fósiles en un momento en el que el mundo necesita alejarse de la energía sucia cuanto antes. Tras un escándalo de manipulación de datos en el que sus altos cargos se vieron implicados, la credibilidad general del organismo está bajo mínimos.
Trabajo en el Banco Mundial y he visto desde dentro cómo se desarrollaba este drama. Lamentablemente, no creo que mi empleador se convierta en un líder climático en el futuro inmediato. En mi opinión, las presiones políticas desde los más altos niveles de la dirección han arrasado con los procesos internos de la organización. Una investigación externa denunció que el Banco había ejercido “presiones indebidas” sobre sus propios investigadores para amañar un listado donde se clasificaba a los países en función de la facilidad para crear empresas.
Es un síntoma de otras prácticas institucionales generalizadas que socavan la capacidad del Banco para liderar las prioridades del desarrollo global, incluyendo la lucha contra el cambio climático. Al Banco Mundial le encanta presumir de la “financiación climática” que concede, pero está menos dispuesto a hablar sobre su apoyo a proyectos de energía sucia que contribuyen al calentamiento global. Detrás de esa opacidad se puede estar ocultando una verdad más oscura: la institución sigue promoviendo fuentes de energía sucia que contribuyen al calentamiento global.
El Banco sí ha hecho algunos progresos en la lucha contra el calentamiento, como dejar de financiar de forma directa a las centrales eléctricas de carbón. Pero la trampa es que sigue ayudando al carbón por canales ocultos. En sus préstamos al sector privado, el Banco Mundial sigue apoyando de forma indirecta a las centrales de carbón a través de sus clientes en la banca comercial, como hace por ejemplo en Indonesia. Son proyectos incompatibles con un compromiso serio con la acción climática. El Banco no está siendo honesto con ese apoyo encubierto.
El Banco Mundial se financia con el dinero de los contribuyentes de los Estados miembros y su mandato específico es terminar con la pobreza y construir una prosperidad compartida. Si quiere mantener su credibilidad internacional, no puede ser visto como un obstáculo en la lucha contra el cambio climático. El Banco debería eliminar todas las ayudas directas e indirectas a los combustibles fósiles y, en vez de eso, financiar una transición justa hacia fuentes de energía limpia en todo el mundo. Endosarle a los países en desarrollo una tecnología que pronto quedará obsoleta no es ponerlos en la senda del desarrollo ecológico.
Un presidente envuelto en polémica
Pero es difícil imaginar al Banco Mundial enfrentándose al desafío climático global sin pasar antes por grandes cambios institucionales. Como dice el viejo refrán, el pez se pudre por la cabeza. El actual presidente del organismo, David Malpass, trabajó en 2016 durante la campaña presidencial anticlimática de Donald Trump. Y en 2010 se dijo que Malpass había negado que las emisiones de dióxido de carbono de origen humano estuvieran detrás del calentamiento global.
Trump eligió a Malpass en 2019 para presidir el Banco Mundial, donde permaneció relativamente en silencio en temas relacionados con el clima hasta que presentó un plan que fue descrito por las organizaciones activistas como un gran error porque no eliminaba la ayuda a los combustibles fósiles. Viendo el historial de Malpass es fácil pensar que le faltan la visión y la credibilidad necesarias para transformar al Banco Mundial en un líder de la lucha contra el cambio climático.
Ya es hora de terminar con la tradición de que sean estadounidenses los que dirijan el Banco Mundial. El mundo no puede permitirse que las instituciones que promueven el desarrollo sean inmovilizadas por el sistema político de Estados Unidos, donde mandan las empresas. La próxima persona que lidere el Banco Mundial, que preferiblemente no será un hombre, debería tener un compromiso de verdad con las soluciones en la lucha contra el calentamiento y proceder de un país en desarrollo en primera línea de la crisis climática.
Mis compañeros de trabajo son personas decentes, inteligentes y con visión de futuro. Trabajan en el Banco Mundial porque creen en los objetivos declarados de la institución de terminar con la pobreza y construir una prosperidad compartida y quieren que el organismo sea líder en la lucha contra el cambio climático. Pero con demasiada frecuencia nuestra capacidad para llegar ahí se ve frustrada por lo que la asociación de empleados del Banco Mundial ha descrito como un “problema sistémico mucho mayor de sumisión de la alta dirección ante la presión política”.
Una auditoría realizada por el bufete de abogados WilmerHale descubrió que en el último escándalo de manipulación de datos los altos directivos presionaban y hasta llegaban a intimidar al personal para amañar las cifras y subir artificialmente la puntuación de China en el ranking de condiciones de inversión. Los trabajadores intentaron denunciarlo pero, según la asociación de empleados, el sistema de justicia interno del Banco es “incapaz de hacer responsables a los altos cargos” y no protegió a los empleados que se quejaban tras haber sido amedrentados.
Un Banco Mundial que respondiera realmente antes sus empleados sería un líder más eficaz en la lucha por el desarrollo. Este sórdido episodio ha herido gravemente nuestra credibilidad. Nunca trabajé en el departamento donde se produjo el escándalo y tengo la suerte de haber firmado un contrato laboral de jornada completa, con un sueldo decente y buenos extras salariales. Pero las condiciones pueden ser especialmente angustiosas para las mujeres y para la masa de consultores con contratos de poca duración que sufren el maltrato del Banco.
He pasado seis años felices en el Banco. Al final, me he decidido a hablar en público porque los recientes escándalos me convencieron de que no hay un camino interno que permita la reforma del organismo. Los fallos institucionales están destruyendo nuestra capacidad para cumplir en la lucha contra el cambio climático, la prioridad de desarrollo global más acuciante de todas. En lugar de atender a los caprichos egoístas de intereses poderosos, el Banco Mundial debe poner sus inmensos recursos al servicio de esta cuestión fundamental. Los activistas de la sociedad civil y los empleados del propio Banco llevan años diciéndolo. Es hora de que nuestros jefes empiecen a escuchar. La pobreza no puede erradicarse en un planeta donde los ecosistemas se están desmoronando.
Jake Hess es investigador del Banco Mundial en Washington DC.
Traducción de Francisco de Zárate.