Svitlana y su hijo Danylo llevaban menos de un día en Dnipro, una ciudad en el centro de Ucrania, cuando ella se dio cuenta de que, sin dinero, sin ofertas de trabajo y sin un lugar permanente donde alojarse, tendrían que volver a su apartamento en Sloviansk, en la región oriental de Donetsk, donde la línea del frente se acercaba y el sonido de los bombardeos rusos era cada vez más fuerte.
Aquella misma mañana, habían metido sus pertenencias en dos bolsas y abandonado la habitación que alquilaban en un piso compartido en Sloviansk. Unos voluntarios los llevaron a la única estación regional que funcionaba, en Pokrovsk, donde subieron al tren de evacuación que partía de allí una vez al día.
Era la segunda vez que huían de la guerra. En 2014, dejaron su casa en Górlovka, en la región de Donetsk, después de que las fuerzas rusas ocuparan la ciudad. El marido de Svitlana murió a causa de la metralla y, según ella, las nuevas autoridades se negaron a indemnizarla, y se registró la muerte como un infarto.
Les dijeron que les darían fichas en el tren que podrían cambiar en Dnipro por dinero para su reubicación: 70 euros para Svitlana y 140 euros para Danylo. Pero, por alguna razón, la gente de su vagón no recibió fichas. Un grupo de feligreses pentecostales de Dnipro los recibió y los llevaron a un centro de oración convertido en refugio. Pero esa noche quedó claro que se esperaba que Svitlana se marchara de la iglesia después de unas cuantas noches.
“Aquí piden 350 euros por una habitación, es completamente descabellado”, dice, en referencia a los precios de los alquileres en Dnipro. “Si tuviera más tiempo podría encontrar un trabajo, pero estaremos en el vertedero. Conozco a gente que lleva tres meses esperando su prestación para desplazados”.
Incluso cuando los ucranianos pueden huir de las ciudades bombardeadas, la falta de dinero y de apoyo económico obliga a muchos a regresar. “No tenemos parientes”, dice Svitlana. “Y en este mundo todo se basa en el dinero”. Al día siguiente los llevaron de vuelta a Sloviansk. Primero fueron los voluntarios, que los dejaron en otra ciudad cercana, Kramatorsk, y después los soldados ucranianos, que los recogieron en el arcén de la autopista.
Un 80% menos de población
Durante las últimas semanas, la situación en Sloviansk ha empeorado considerablemente. Desde el 4 de julio, Svitlana y Danylo viven en el sótano de una antigua fábrica junto a su casa, reforzada con barras de acero. Svitlana dice que solo han podido salir al exterior cuatro veces en los últimos 10 días. El sótano es húmedo, no hay cobertura y todos los amigos de Danylo que vivían en el barrio se han ido. Él es el último niño en el conjunto de edificios residenciales donde viven.
En la ciudad quedan unas 20.000 personas, lo que supone un descenso en la población de más del 80% desde la primavera, cuando el alcalde de la ciudad instó a los vecinos a marcharse a medida que Rusia comenzaba a avanzar en las zonas del Donbás –el nombre que agrupa las regiones de Donetsk y Lugansk– que permanecían bajo control ucraniano.
Los vecinos de Svitlana que aún quedan –apenas una decena de los cientos que alguna vez fueron– también dicen que no se han marchado por culpa de los alojamientos temporales y la falta de trabajo. “¿Dónde podríamos s ir?”, dice Svitlana. “Si me dieran una casa, vale. Pero después de un mes, estaré en la calle. Prefiero quedarme aquí, donde conozco a la gente. ¿Quién va a ayudarme en Leópolis?”.
Sin gas, agua, ni sueldo
En Sloviansk no hay agua corriente desde casi dos meses y tampoco gas desde hace aún más tiempo, dicen Svitlana y sus vecinos. El suministro de electricidad va y viene, por lo que a veces, en lugar de sus estufas eléctricas, deben utilizar unas parrillas improvisadas que han construido fuera de su edificio. Solo hay unas pocas tiendas de alimentos abiertas y casi no hay trabajo.
Svitlana no cobra un sueldo desde que la tienda de la esquina donde trabajaba cerró a causa de la guerra. Su vecina Natalia, que trabajaba en el hospital psiquiátrico local, dice que en marzo su salario del Estado se redujo de 212 euros a unos 58 euros al mes y en mayo fue recortado por completo.
La línea del frente está ahora a solo 10 kilómetros de Sloviansk, que, según se ha dicho, puede ser la próxima gran ciudad en el punto de mira de Rusia. Desde principios de julio, la ciudad ha atravesado días de bombardeos constantes, dice Svitlana. En una ocasión, alcanzaron el mercado. Las imágenes inmediatamente posteriores al impacto muestran a la población local y a los soldados sacando cuerpos de los puestos en llamas.
Los exitosos ataques ucranianos de hace un par de semanas contra los depósitos de munición rusos parecieron frenar los bombardeos. El Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Washington, ha dicho recientemente que los intentos de avance en Sloviansk se han detenido en su mayor parte y no han logrado progresos significativos durante semanas. Creen que la actual ofensiva rusa probablemente culminará antes de tomar las principales zonas pobladas, entre ellas Sloviansk.
Poco después de haber regresado desde Dnipro, un agricultor al norte de Sloviansk, junto a la línea del frente, les ofreció unos seis euros por un día de trabajo recogiendo cerezas. Svitlana, Danylo y sus vecinos se subieron a su camión, pero cuentan que tuvieron que echarse cuerpo a tierra dos veces, pues los cazas y los cohetes sobrevolaban el huerto desde el lado ruso.
“Aquí nos juntamos todos y ponemos lo que podemos para las comidas: uno tiene una zanahoria; otro, un poco de arroz”, dice Svitlana. “Lo que no entiendo es que esté entrando todo ese dinero de Occidente pero nadie, aparte de los trabajadores del Ayuntamiento que traen agua, venga aquí”.
Traducción de Julián Cnochaert.