A finales de marzo, una semana después del primer confinamiento en Reino Unido, los delitos registrados en Lancashire cayeron en un sorprendente 40% comparado con la media de los últimos cuatro años.
“Al principio, cundió un poco el pánico”, explica Eric Halford, inspector jefe de la Policía de la ciudad. “La mayoría de los agentes experimentados esperaban un aumento”.
La verdad es que patrullar una ciudad confinada no figura en los manuales de la fuerza policial. Sin embargo, a casi un año del comienzo de la pandemia, ha quedado claro que la criminalidad no se ha extinguido, sino que ha mutado en busca de las nuevas oportunidades que presenta la crisis sanitaria que ha alterado todos los aspectos de nuestras vidas, y de maneras que no han sido siempre inmediatamente visibles para quienes aplican la ley.
Nuevas formas de delinquir
Durante la primavera, cuando muchos países decretaron confinamientos, los delitos tradicionales como los hurtos en tiendas o los robos en las viviendas bajaron debido a que los comercios estaban cerrados y la gente estaba en casa. Sin embargo, aumentaron los casos de delitos informáticos, de violencia machista y de comportamiento antisocial, este último probablemente debido a infracciones de las restricciones por la COVID-19. Cuando las medidas se levantaron alrededor de junio, estas tendencias se revirtieron en cierta medida.
Aquellas personas que cometían delitos tradicionales adaptaron sus formas de actuar. Los ladrones armados en California se dieron cuenta de que las mascarillas ofrecían un cómodo anonimato. Lo mismo pensaron dos meticulosos hombres que se pusieron guantes de látex para atracar una oficina de correos de Luton, Inglaterra.
Los ladrones comenzaron a buscar nuevas categorías de objetos. Se robaron botes de oxígeno de los hospitales. Los bancos de alimentos sufrieron saqueos. Y si bien en general bajaron los delitos violentos, durante el confinamiento apareció una nueva categoría de agresión: la malintencionada tos con coronavirus. Cuando el culpable es un niño, puede ser expulsado del colegio. Los adultos, cuyas víctimas han incluido trabajadores esenciales, pueden ir a la cárcel.
El aumento de la violencia machista y contra la infancia
Contrarrestando la disminución general de la violencia, aumentaron los casos de violencia machista en el hogar durante e inmediatamente después del confinamiento. Normalmente, este es un delito que no suele denunciarse, pero las ONG que trabajan con las víctimas informaron de que se estaban disparando las llamadas pidiendo ayuda y tienen pruebas de que esta violencia aumentó rápidamente, algo que la policía había previsto.
“Lo que hicimos fue enviar agentes y asesores independientes sobre violencia machista a supermercados y otros sitios donde las víctimas tenían permitido ir, con la esperanza de ofrecerles una salida”, afirma Halford.
Los niños también fueron víctimas de violencia con mayor frecuencia, incluyendo el abuso sexual físico o en Internet. En algunos países, el cierre de escuelas y la ausencia de lugares seguros alternativos agravaron este problema, dice Heather Flowe, psicóloga forense de la Universidad de Birmingham, porque en muchos casos los niños se quedaban solos en casa mientras sus padres salían a trabajar, a menudo con acceso a Internet, o deambulaban por las calles.
En Kenia, donde el presidente Uhuru Kenyatta ordenó una investigación sobre este tema en julio, el equipo de Flowe encuestó a más de 1.000 supervivientes de abusos, con preocupantes resultados. “La media de edad de los niños de esta encuesta es cuatro años menor que la edad media en tiempos prepandémicos”, asegura. La caída en la edad media de las víctimas, de 16 a 12 años, se explica por el cambio en los patrones de oportunidad, dice Flowe.
Después de la epidemia del ébola de 2014 en Sierra Leona, cuando se tomaron medidas de protección hacia los niños pequeños, la edad de las víctimas aumentó y se dispararon los embarazos en adolescentes. Esta vez, los delincuentes han sido, en gran medida, vecinos o las personas que más tiempo pasaban en Internet.
“En circunstancias 'favorables', la posibilidad de que individuos 'normales' cometan abuso sexual contra menores es más amplio de lo que quizás nos gustaría reconocer”, escribió Richard Wortley, científico forense del Instituto Jill Dando del University College de Londres, cuando anticipó el problema en mayo.
Los mercados ilegales
Los mercados, tanto los legales como los ilegales, se vieron afectados por las alteraciones en las cadenas globales de suministro. No hay muchos datos sobre cómo afecto la pandemia a la trata de personas, pero los expertos temían que las cifras no iban a ser buenas y hay indicios de que tenían razón.
Ilias Chatzis, de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) en Viena, destaca los casos de mujeres víctimas de trata para la explotación sexual que fueron abandonadas sin papeles ni medios de subsistencia en los lugares de destino.
Y si bien la migración disminuyó radicalmente cuando se cerraron las fronteras, los factores que empujan a las personas a migrar son tan potentes como siempre. “Para las personas que huyen de la guerra, la persecución o la pobreza extrema, puede valer la pena correr el riesgo de contagiarse de COVID-19 en un país seguro”, indica Chatzis.
El impacto en el negocio de las drogas
Los narcotraficantes también han tenido que enfrentarse a fronteras menos permeables. Para empezar, dice Niamh Eastwood, director ejecutivo del centro británico de expertos en droga Release, en Reino Unido el mercado de drogas ilegales demostró ser notablemente resistente.
Muchas personas drogodependientes se pasaron de la heroína a las benzodiazepinas sintéticas, no porque no pudieran conseguir heroína, sino porque los ingresos por hurtos y limosnas se redujeron, y los “benzos callejeros” son más baratos. “Cada pastilla se vende por menos de lo que vale una cerveza”, asegura Eastwood.
Por otro lado, a los proveedores de drogas para fiestas o clubs nocturnos se les cayó el negocio durante el confinamiento, aunque luego recuperaron parte del mercado. Sin embargo, ahora se empieza a notar la sequía, dice Fiona Measham, criminóloga de la Universidad de Liverpool.
A causa de las restricciones en los viajes, a los fabricantes de drogas se les dificultó obtener las sustancias químicas precursoras y a los narcotraficantes obtener las drogas finales. “Lo que sucede cuando hay pérdidas es que sube el precio y baja la calidad”, dice Measham, y hay pruebas anecdóticas de que los narcotraficantes están vendiendo existencias de calidad inferior que en tiempos normales los consumidores no aceptarían.
Las variaciones de pureza son peligrosas en ambos sentidos: si es mayor, aumenta el riesgo de sobredosis, y si es menor, porque las personas pueden intentar compensarlo y por tanto sufrir luego una sobredosis al recuperarse el nivel de pureza anterior. Los aditivos también pueden ser peligrosos. En las calles se ha detectado la venta del potente opioide sintético fentanilo, que crea una dependencia rápida.
También ha pasado factura el estrés que genera la situación. “Tenemos informes de casos en los que aumentó la violencia, pero se trataba en general de ataques de un drogodependiente contra otro”, explica Eastwood. Opina que esto se podría haber evitado si las autoridades hubieran asegurado un suministro seguro de drogas, como se hizo en Canadá.
Las oportunidades en la 'dark web'
A medida que los mercados tradicionales del narcotráfico y de personas se reducían, los grupos de crimen organizado diversificaron sus actividades, contrabandeando Equipos de Protección Individual, productos farmacéuticos e incluso servicios funerarios.
Viendo una oportunidad de propaganda, en algunos lugares ampliaron su influencia ofreciendo su ayuda allí donde las respuestas oficiales a la crisis se consideraban insuficientes.
Según un informe de la UNODC, en Japón la yakuza (mafia japonesa) repartió mascarillas y papel higiénico gratuitos, mientras que en Afganistán los talibanes enviaron equipos de personal sanitario a zonas remotas. En Ciudad del Cabo (Sudáfrica), las pandillas llegaron a una tregua temporal y se organizaron para repartir paquetes de comida.
A medida que surgían nuevos mercados ilegales, la 'dark web' les hizo un hueco. El comercio de equipos de protección individual fue frenético y ya en marzo, antes de que ninguna empresa farmacéutica hubiera dado con una vacuna contra la COVID-19, se podía comprar una falsa por solo 163 euros, aunque los precios llegaron a subir hasta llegar a decenas de miles de euros.
¿Eran solamente de agua azucarada? ¿Vacunas experimentales robadas de un laboratorio auténtico? ¿O brebajes hechos con sustancias extraídas de personas recuperadas de la COVID-19? Nadie lo sabe.
De vez en cuando, algunos sitios de la 'dark web' demostraron tener escrúpulos. “Nunca, bajo ninguna circunstancia, utilice la COVID-19 como una herramienta de marketing”, advertía un sitio de compraventa de la 'dark web'. “Aquí tenemos clase”.
Sin embargo, el aumento de la ciberdelincuencia generado por la pandemia va mucho más allá, dice Benoît Dupont, criminólogo de la Universidad de Montreal, en Canadá. Aunque algunos de estos delitos son perpetrados por diferentes grupos de crimen organizado tradicional, otros son cometidos por comerciantes individuales y emprendedores que vieron la oportunidad desde el ordenador de su habitación.
Puede que algunos de los delincuentes más jóvenes, incluso de 12 años, hayan actuado por aburrimiento o frustración, pero también porque se encontraron frente a una oportunidad gigantesca. Ante las insuficientes ayudas económicas gubernamentales, aparecieron quienes estafaban a la gente con préstamos usureros.
Ha sido impresionante la velocidad con que los delincuentes informáticos han reaccionado ante los acontecimientos, señala Dupont. A principios de febrero surgió en Japón una serie de fraudes basados en la suplantación de identidad, con delincuentes a menudo haciéndose pasar por reconocidas organizaciones de salud pública. En marzo, se extendieron a Europa y luego se instalaron en Norteamérica.
Un recorrido similar tuvieron los ciberataques contra hospitales y laboratorios de investigación. Es sabido que los delitos informáticos son un efecto colateral de los desastres, pero incluso los expertos quedaron atónitos ante la magnitud de estos. “Nadie pensó que un virus biológico provocaría todos estos virus digitales, y que estos dos tipos de virus irían tan juntos de la mano”, afirma Dupont.
El futuro de la pandemia
¿Entonces, cuál será el futuro del crimen, dado que la pandemia está lejos de terminar? Aunque aún es pronto para afirmar cómo se ha comportado la gente en los últimos confinamientos, con restricciones más leves que en el primero, Clifford Stott, psicólogo social de la Universidad de Keele, señala que la gran mayoría de las personas han cumplido las reglas, como suelen hacerlo en casos de emergencias masivas.
“En los sitios donde esto no está sucediendo, no es porque haya un colapso moral”, asegura Stott, que asesora al gobierno británico como miembro del Grupo Científico contra la Pandemia de la Influenza sobre Comportamiento (SPI-B). “Todas las pruebas sugieren que cuando la gente no cumple las normas es porque no puede”.
Aún así, a veces sucede algo, como el viaje al norte del país de Dominic Cummings, asesor principal del primer ministro británico, que sirve de argumento contra la narrativa que remarca el cumplimiento del confinamiento, el “estamos juntos en esto”. Por ejemplo, dice Stott, ahora pueden estar surgiendo tensiones generacionales, ya que los jóvenes se sienten agobiados por unas restricciones pensadas para contener una enfermedad que afecta principalmente a la gente de mayor edad.
Respecto a los incidentes de bajo nivel y disturbios contra la policía, como los que hubo el mes pasado en algunas partes de Inglaterra, dice: “Ese tipo de situaciones está sucediendo en todo el país”. ¿Los confinamientos locales producirán nuevos patrones de delitos y respuestas locales como los planes de vigilancia barriales? La policía está esperando a ver qué pasa.
A nivel internacional, a Chatzis le preocupa el impacto de la crisis económica. “Una situación en la cual las economías se están contrayendo, con altas tasas de paro, con gran demanda de mano de obra barata, genera las condiciones perfectas para que aumente la trata”.
Dupont afirmó que es muy probable que los ciberdelincuentes consoliden sus ganancias: “Están pasando de nichos comerciales o tiendas a lo mainstream”.
El nuevo “oro líquido”
A pocos día de acabar el 2020, hay una oportunidad delictiva que brilla más que las demás: la vacuna, o vacunas, contra la COVID-19, que Jürgen Stock, secretario general de la Organización Internacional de Policía Criminal Interpol, comparó recientemente con “oro líquido”.
Las primeras vacunas ya han sido aprobadas, pero aún hay decenas de otras vacunas que siguen en fases experimentales, generando una combinación irresistible de alta demanda y escasez de oferta.
Un mercado negro de cualquier vacuna contra la COVID-19, real o falsificada, conlleva un peligro doble: las personas que se la pongan podrían comportarse como si fueran inmunes a la enfermedad sin serlo, poniendo en riesgo su propia vida y las de los demás, y además, podría representar un gran obstáculo en el desarrollo de los ensayos clínicos de otras vacunas, cuya fiabilidad se basa en el control de los científicos sobre quién recibe la vacuna y quién un placebo.
En septiembre, los criminólogos Graham Farrell de la Universidad de Leeds y Shane Johnson del University College de Londres advirtieron del posible robo de envíos de vacunas y sobornos a cambio de trato preferencial por parte de los proveedores, e incluso de la escalofriante posibilidad de que se propague el virus a propósito “para alimentar el mercado”. Pidieron a los gobiernos que no cayeran en la tentación de reducir los controles sobre la cadena de suministro de la vacuna, ya que esto podría recrudecer la delincuencia.
Desde entonces, se han incautado varias vacunas falsas contra la COVID-19, la policía ha hecho retirar publicidad en Internet de otras y se han denunciado robos de vacunas y ciberataques a organizaciones que distribuyen las vacunas reales.
El 2 de diciembre, Interpol emitió una alerta naranja que decía que los delitos contra la vacuna representan “una amenaza grave e inminente contra la seguridad pública”, pidiendo a todas las fuerzas de seguridad del mundo a mantenerse alerta. Como los estafadores ya estaban vendiendo supuestas vacunas contra la COVID-19 en marzo, nadie puede pensar que la amenaza no tenga peso.
Como dicen Farrell y Johnson, “puede que estemos adentrándonos en una tormenta de crímenes”.
Traducido por Lucía Balducci.